Dicen que la prostitución es la profesión más antigua del mundo, pero mucho antes de que una mujer se viera obligada a explotar su cuerpo por primera vez ya había gente que se dedicaba a enterrar personas. De hecho, existen indicios de sepulturas realizadas por neandertales hace 100.000 años y puede que más.
Eso sí, desde que los entierros y las cremaciones se convirtieran en una lucrativa industria cuyo valor superó los 60.000 millones de euros a nivel mundial en 2020, el sector de la muerte ha innovado relativamente poco. Pero eso está empezando a cambiar, como demuestra Sarco, una máquina de suicidio asistido que acaba de recibir la aprobación legal para poder ser utilizada en Suiza.
A diferencia de España, donde la ley de eutanasia aprobada este año implica la intervención de un profesional sanitario en el proceso y la aprobación por parte de un comité de expertos, un vacío en las leyes suizas es el que permitiría que las personas usen Sarco sin ningún tipo de intervención médica.
Su creador, el físico australiano Philip Nitschke, afirma que su objetivo consiste en desmedicalizar el proceso o, según sus propias palabras, "eliminar cualquier tipo de revisión psiquiátrica y permitir que el individuo controle el método por sí mismo". Si eso no es innovación, que vengan los primeros neandertales enterradores y lo vean.
Un vacío en las leyes suizas es el que permitiría que las personas usen Sarco sin ningún tipo de intervención médica
Como nieta de una persona con Alzhéimer, llevo años defendiendo la muerte digna y me alegré enormemente cuando se aprobó la ley española. Eso sí, no sé si una cabina autónoma de suicidio me parece la mejor de las ideas. "¿Qué pasa si alguien que no está en su sano juicio accede a ella? ¿O un niño? ¿O si se utiliza para abusar de otros?", se ha preguntado el CEO de Disability Matters Global y activista por la muerte digna, Stephen Duckworth, en una tribuna en The Independent.
Pase lo que pase con Sarco, lo interesante del asunto reside en el aumento de propuestas para revolucionar todo lo relacionado con la muerte, especialmente, con lo que pasa con nuestros cuerpos cuando dejan de funcionar. Desde hace unos años, hemos empezado a ser testigos de todo tipo de ideas, desde convertir nuestras cenizas en diamantes hasta enviarlas al espacio.
No obstante, a pesar de su carácter innovador, estas nuevas opciones solo añaden pasos posteriores a la tradicional cremación, en lugar de darle una verdadera vuelta de tuerca a lo que hacemos con nuestros cadáveres. Por eso, en el creciente porfolio de opciones mortuorias, mi favorita es la de la estadounidense Recompose, que convierte los cuerpos muertos en abono.
Confieso que yo tuve esta misma idea hace más de una década, mientras veía la maravillosa serie A dos metros bajo tierra, en la que uno de sus protagonistas, dueño de una funeraria, enterraba a su mujer directamente en la tierra, sin embalsamamiento, ni ataúd, ni nada, a pelo.
Me pareció un enfoque precioso para el fin de mi existencia: en contacto directo con la naturaleza, devolviendo al planeta lo que queda de mi cuerpo y evitando las emisiones asociadas a las cremaciones y a la fabricación de ataúdes. Pero mi falta de conocimientos sobre leyes, emprendimiento, agricultura, química y prácticamente todo lo necesario para montar una empresa de este tipo frenó mi sueño de golpe y porrazo.
Afortunadamente, la fundadora y CEO de Recompose, Katrina Spade, no solo tuvo la misma idea, sino que su formación en permacultura y diseño la ayudaron a sacarla adelante. Y gracias a una innovadora ley del estado de Washington (EEUU) aprobada en 2020, la empresa lleva cerca de un año funcionando allí.
Por supuesto, el proceso dista mucho del que vi en A dos metros bajo tierra, ya que no se puede echar un cadáver a la tierra y dejar que la naturaleza siga su curso. Recompose introduce los cuerpos en unas cápsulas selladas junto a una mezcla de astillas y paja y, gracias a los microbios que contienen, aproximadamente un mes después, voilà, lo que antes solía ser una persona reaparece en forma de unos 700 kilos de abono.
¿No le parece maravilloso? He leído opiniones escandalizadas ante la posibilidad de que dicho compost se use para cultivar alimentos de consumo humano. Pero, sinceramente, a mí es una idea fantástica para cerrar mi ciclo vital y empezar uno nuevo, y para devolver al planeta una mínima parte de lo que he consumido de él a lo largo de mi vida.
Por eso, también me da mucha pena leer las recientes propuestas de futuro del sector funerario en España. Mientras el mundo experimenta con cápsulas de suicidio asistido y descomposiciones naturales, los líderes de la industria fúnebre española centran su discurso en el problema del precio de la energía y en formas grises de digitalización, como la incorporación de cámaras en los tanatorios. Prácticamente lo mismo…
Afortunadamente, no cabe duda de que las cosas están cambiando. El propio sector ya destaca la sostenibilidad entre sus nuevas prioridades, y las nuevas generaciones cada vez son más conscientes de lo inútil que resulta meter un cadáver en una caja de madera y dejar que se pudra.
Puede que los entierros y cremaciones actuales hayan evolucionado mucho desde las primeras sepulturas neandertales, pero todo a punta a que la verdadera revolución está por llegar y, tal vez dentro de unos años, podamos cambiar la manida frase de 'polvo al polvo' por la esperanzadora 'tierra a la tierra'.