La semana pasada el fundador de Twitter, Jack Dorsey, dimitió de su puesto como CEO de la empresa, reabriendo un debate que a menudo trae de cabeza a las empresas tecnológicas: el culto a los fundadores. Las grandes redes sociales de hoy se consideran casi milagros nacidos de las mentes más brillantes de su generación.
Entre estos genios están fundadores como Steve Jobs, Jeff Bezos, Bill Gates, Jack Dorsey, Larry Page y Sergey Brin, a los que se ha elevado al estatus de mito. Así, culto al fundador ha llegado a impregnar la segunda década de nuestro siglo. Algunos ejemplos son el excéntrico fundador de la empresa inmobiliaria WeWork, Adam Neumann, o el fundador de Groupon, Andrew Mason. Ahora que Dorsey ha decidido abandonar su empresa, la industria se pregunta si la era del fundador ha llegado a su fin.
Antes del boom tecnológico de los 2000, se solía contratar a ejecutivos externos que pudieran gestionar empresas que salieran a bolsa, ya que se entendía que los fundadores carecían de esas habilidades. Pero esto cambió en los 2000. Las start-ups tenían más acceso a recursos y, por tanto, los fundadores no estaban dispuestos a soltar las riendas de sus creaciones.
En el caso de WeWork, Neumann apenas tuvo supervisión en su gestión empresarial hasta que decidió sacar la empresa a bolsa. Además, en los 2000, las empresas lideradas por sus fundadores, como Apple o Facebook, prosperaron, lo que daba más rienda suelta al culto al fundador con Steve Jobs como paradigma. La cultura americana consolidó ese mito: los idolatraban u odiaban, pero ante todo reforzaban su legitimidad. Un claro ejemplo fue el de Elizabeth Holmes, la fundadora de la fraudulenta empresa Theranos, que trató de encarnar el tópico.
La cultura americana consolidó ese mito: los idolatraban u odiaban, pero ante todo reforzaban su legitimidad.
Aún así, el fin de la década ha resquebrajado ese mito. En 2011, el fundador de Apple renunció a su criatura para enfrentarse al cáncer. En 2019, otra de las tecnológicas dio un paso en la misma dirección: los fundadores de Google, Larry Page y Sergey Brin, dimitieron de sus puestos, cediendo el lugar al ahora CEO Sundar Pichai. Pero la cultura del fundador todavía permanecía intacta, con tres fundadores/CEOs a la cabeza: Mark Zuckerberg, Jeff Bezos y Jack Dorsey (cuatro, si se cuenta a Elon Musk, fundador de Tesla).
Ahora ha sido el turno de Dorsey, que deja Twitter en manos de Parag Agrawal. En un correo electrónico que compartió en Twitter, Dorsey escribió: "Se habla mucho sobre la importancia de que una empresa sea liderada por su fundador. En última instancia, creo que eso es muy limitante y un punto de fracaso. He trabajado para asegurarme que esta compañía puede separarse de su fundación y sus fundadores".
La renuncia de Dorsey se puede interpretar de mil maneras: como el fin de la cultura del fundador, como una manera de priorizar los intereses de la empresa, como un cambio radical en la esencia de Twitter o, como muchos expertos han señalado, un paso natural para Dorsey, que ya pasaba más tiempo trabajando con Bitcoin y con su otra empresa de fintech, Square.
Independientemente de la razón, la época dorada de los fundadores está llegando a su fin; en parte por las medidas antimonopolio que se discuten en el Congreso, en parte por el mayor criticismo hacia las tecnológicas que se centra en su cara visible: la del fundador.
Por eso mismo, la decisión de Dorsey ha sido bien recibida en la opinión pública, con muchos llegando a alabar su capacidad de poner la empresa por encima de sus propios intereses. Dorsey deja a Twitter en una posición difícil pero emocionante, que tendrá que enfrentar Agrawal. La plataforma lleva un año experimentando con distintas herramientas, como las Salas, al estilo Clubhouse, o la opción de la newsletter, copiando a Substack, y sigue en el foco del debate sobre la libertad de expresión online.
El culto al fundador está poco a poco agrietándose y pronto los ejecutivos, muchos ingenieros con años de experiencia en la empresa, tomarán el control. Pero el mito del fundador no desaparecerá del todo, quizá llegue a cementarse como un elemento esencial de la cultura americana.
*** Josep Valor es profesor del IESE Business School y Carmen Arroyo es investigadora del IESE y periodista financiera en Nueva York.
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