A tres semanas de que acabe el año, el panorama que aparece en nuestro horizonte no es el que nos prometían. Llegaron las vacunas; se restableció, poco a poco, el comercio internacional; se llenaron las aulas de alumnos y los restaurantes de clientes. Pero la recuperación se hace esperar.
La crisis logística provocada por diferentes factores, la inflación, la subida de la tarifa eléctrica, el reparto y aplicación de los fondos europeos; la subida de impuestos y, consecuentemente, la pérdida de poder adquisitivo de todos nosotros, nos han traído hasta este punto, en el que no cabe mucho optimismo.
Ya lo avisamos en repetidas ocasiones: la economía, es dinámica y no lineal, como los demás aspectos de la vida. Eso quiere decir que analizar un fenómeno atendiendo a una o dos variables, manteniendo todo demás constante, si bien tiene sentido desde el punto de vista didáctico, no es real. Tampoco lo es pensar que el mundo volvería a ser igual, o que no iban a emerger problemas añadidos, consecuencias no deseadas, de una crisis económica provocada por una pandemia. Ni siquiera las personas somos las mismas.
Pero, además de los hechos, hay un fenómeno que subyace a todos estos problemas: la falta de liderazgo económico y político. En nuestra nación, la prueba del algodón es que una presidenta autonómica como Isabel Díaz Ayuso, que puede valer para su puesto pero se ahogaría en las arenas movedizas del Gobierno de España, es encumbrada como rival de Pablo Casado.
Uno se define también por la medida de su rival. Si Casado se siente eclipsado por Díaz Ayuso es que no tiene pasta de presidente de la nación, como no la tiene Isabel. La izquierda tampoco está en su mejor momento. Tras el fracaso en Madrid de Podemos, y la lucha de poder con Sánchez, se encuentra dividida. La efervescencia de egos explica la proliferación de lideresas prefabricadas, que ponen su imagen por encima de cualquier partido, y el partido por encima de España.
Por otro lado, la ausencia de Iglesias, parece que en pleno divorcio, se nota. Finalmente, el centro simplemente apura lo que le queda de vida. No hay líderes. Tampoco en la política económica. Nos vemos llevados por la corriente de la agenda internacional al uso: energías verdes y digitalización, sea como sea. Aunque no haya una estrategia creíble que nos lleve desde este "aquí" tan complicado hasta un "allí" complaciente con los objetivos de moda.
Si Casado se siente eclipsado por Díaz Ayuso es que no tiene pasta de presidente de la nación, como no la tiene Ayuso
No hay que engañarse: una breve revisión de lo que sucede a nuestro alrededor nos muestra que este fallo no es exclusivo de nuestro país.
El sustituto de Merkel no se le parece, pero ni en el reflejo. Quienes saben qué pasa en Alemania apuntan a un super-mix, el semáforo de Olaf Scholz, que aglutina a 'liberales' del FDP, socialistas y ecologistas. Un popurrí complicado que, según parece, va a dejar la economía en manos de los verdes.
Una Alemania regida por un Gobierno multicolor, sin una dirección clara puede dar lugar a un proceso de desaceleración del crecimiento en aras de la proclamada "gran transformación" que quieren llevar a cabo. ¿Cómo va a gestionar este gobierno el liderazgo que implica ser el motor de Europa? ¿Va a seguir siendo el 'role model' de los demás países europeos, ejemplo del este y azote del sur?
Mientras tanto, Macron pierde puestos, saca del baúl de los recuerdos la reclamación de un frente europeo, el renacimiento europeo que proponía en 2019, cuando le conviene, carente hoy de credibilidad. Y, sobre todo, Francia endurece su postura hacia el Reino Unido, a costa de las licencias de pesca.
Una actitud, la francesa, que ha puesto en serio peligro las relaciones diplomáticas con el antiguo miembro de la Unión Europea. Y es que el Reino Unido post-Brexit está atravesando aguas turbulentas. La pandemia no le ha sentado bien a nadie, pero en el caso de los vecinos británicos, la situación es más turbia. ¿Quién tira del carro europeo ahora? Hay que tomar decisiones respecto a las posibles subidas de tipos y la inflación, la inmigración, el omicron, el posicionamiento respecto a Ucrania.
En la UE, hay que tomar decisiones respecto a las posibles subidas de tipos y la inflación, la inmigración, el omicron, el posicionamiento respecto a Ucrania
A eso hay que unirle el hecho de que los Estados Unidos tienen al frente al dúo Biden-Harris, de quienes nadie diría que son un ejemplo de liderazgo político.
¿Cómo vamos a hacer frente a China? ¿Cómo vamos a plantar cara a Putin? ¿Al Putin que describe Ana de Palacio, cuya empresa es desvincular Rusia y sus zonas de influencia (es decir de control) de la Unión Europea y de Occidente?
Y, sobre todo, ¿cuál es el rol de España en todo esto? Muy sencillo: dejarse llevar. Es decir, estamos al albur del liderazgo ajeno, y si no hay, nos lleva la marea. Somos una economía muy dependiente a la que le convendría que Alemania siguiera siendo la locomotora de Europa. Que necesitaría que Estados Unidos le parara los pies a Rusia y a China, para no tener que vernos sometidos a los caprichos (o no tan caprichos) de Putin y Xi Jinping.
También nos vendría bien que nuestros vecinos europeos recuperaran el equilibrio energético, construyeran muchas centrales y nos vendieran la electricidad baratita. En realidad, lo ideal sería trabajar en la consolidación de España como un país autónomo energéticamente, pero no va a suceder porque la agenda política lo impide.
Mientras nuestros vecinos están volviendo a la energía nuclear, nosotros preferimos desmantelarla. Somos más proclives a que nos exijan pasaportes sanitarios que a ejercer la responsabilidad individual. Y, desde un punto de vista económico, lo mejor que le puede pasar a cualquier Gobierno español, es que nos marquen desde fuera una hoja de ruta con medidas sensatas. De esa manera, por un lado, nos aseguramos que la economía no va a descarrilar y, por otro lado, los gestores políticos pueden echar la culpa de todo a una instancia superior. Y así, todo. Esa es nuestra sociedad.