Al cumplirse dos años del inicio de la Covid-19, y para saber dónde estamos de cara al año que comienza, conviene hacerse algunas preguntas:
¿Es el mundo un lugar más rico ahora que hace dos años? La respuesta es un poco retorcida: en producto anual, apenas un poco más más rico (el Producto Bruto Global es poco mayor que el de hace dos años) pero en activos financieros y reales, incomparablemente más. Una combinación que no tiene precedente o, si lo tiene, es desconocido. Solo algún caso aislado, como el de la Venecia de 1630, ya comentado en esta columna (el 8/2/2021 La muerte y el dinero, en Venecia) se le parece.
Con la proyección que hace el Fondo Monetario Internacional (FMI), el producto mundial debería haber sido en 2021 solo un 2,6% más elevado que en 2019. Para las que el FMI llama economías avanzadas la situación es peor: un producto bruto solo 0,46% mayor que el de 2019.
Sin la presencia de los bancos centrales en nuestras vidas la respuesta habría sido más escueta: el mundo ahora sería bastante más pobre que hace dos años. Más pobre en renta, por la paralización total (impensable en otra época) o la disminución de la actividad económica, y más pobre también en patrimonio, pues habría tenido que vivir durante los confinamientos como en tiempos remotos, de los ahorros atesorados ("del trigo acumulado en los graneros", como en el sueño bíblico del Faraón interpretado por José).
Sin la presencia de los bancos centrales el mundo ahora sería bastante más pobre que hace dos años
Gracias a los estímulos monetarios, sin embargo (y obviando la pérdida de vidas humanas, las secuelas de la enfermedad y el cambio de las costumbres) la pandemia casi no se ha notado en el nivel de vida de los países más adelantados: la creación de dinero de la nada y su distribución más o menos equitativa entre la población por vía del déficit presupuestario de los Estados ha compensado la falta de crecimiento económico.
La situación por lo tanto es la siguiente: el producto bruto mundial de 2021 habrá sido 2,25 billones de dólares más alto que el de 2019, pero el dinero en circulación creado de la nada por los bancos centrales en esos dos años habrá aumentado en 12 billones, de dólares también. A la vista está la desproporción y el porqué de que el mundo sea ahora mucho más rico en activos financieros y reales.
Desde el punto de vista de la acción de los gobiernos, los datos del Fondo Monetario Internacional entre enero de 2020 y abril de 2021 son éstos: un aumento extra del gasto público acumulado de 11 billones de dólares y otros más de 6 billones de dólares en avales, préstamos, compras de activos, etc. Lo que, de conjunto, representa el equivalente a un 19% del Producto Bruto Global.
Buena parte de los 12 billones puestos en circulación por los bancos centrales han ido a financiar los 11 billones de gasto extra de los gobiernos causado por la pandemia hasta abril.
La mayor riqueza mundial en activos financieros (acciones, obligaciones, fondos de inversión y depósitos bancarios) y reales (inmuebles y materias primas) ha venido provocada por la extraordinaria reacción al alza de las Bolsas tras los meses de marzo y abril de 2020, así como por la subida de los precios de las materias primas y de los inmuebles, junto con las transferencias de los gobiernos. Todo ello apoyado por los 12 billones de liquidez inyectada por los bancos centrales y por la bajada de los tipos de interés al cero por ciento.
Para hacerse una idea, y a falta de los cálculos precisos para 2021, mientras que en 2020 la economía mundial se contrajo un 3,1%, la riqueza financiera subió casi un 10%.
Con esto, y por causa de la Covid-19, se ha intensificado un proceso que venía impulsado fuertemente desde hace 14 años pues entre 2007 y 2021 el balance agregado de los bancos centrales más importantes (EEUU, China, la Eurozona y Japón) ha pasado de 7 a 31 billones de dólares. Y, de esos 14 años, en nueve de ellos, el tipo de interés de referencia de los bancos centrales ha estado entre 0% y 0,25% en EEUU y ha sido negativo en Europa y Japón.
Los bancos centrales han jugado, pues, un papel enormemente positivo en evitar la caída en la pobreza de cientos de millones de personas, pero, a la vez, y paradójicamente, han exacerbado las diferencias de riqueza por vía de la subida de precio de los activos materiales y financieros, beneficiando con sus políticas a quienes los tenían. Y este es un problema de desigualdad que los gobiernos tendrán que afrontar, con pánico, en los próximos años.
Los bancos centrales han jugado un papel positivo en evitar la caída en la pobreza de millones de personas, pero a la vez han exacerbado las diferencias de riqueza
Con ese panorama, ¿es creíble la afirmación de los organismos oficiales de que la inflación quedará controlada en el segundo semestre? Solo con un gran esfuerzo de whishful thinking o pensamiento desiderativo, o por un ataque de credulidad, puede sostenerse tal cosa.
Y es que, según lo dicho, hay ahora en el mundo un poder de compra muy superior al de hace dos años que, naturalmente, está a la caza de una producción global que es poco más elevada que la de hace dos años, y esa situación está agravada, además, porque parte de ese producto no llega a sus puntos de destino si no es entre enormes dificultades debidas a los cuellos de botella en el sistema de distribución mundial (o, como gustan decir los economistas de forma más abstrusa, en la cadena de oferta global).
El mismo hecho de que la solución se relegue al segundo semestre ya da mucho que pensar: es el truco habitual entre quienes tienen que hacer propaganda (como los gobiernos) y quien no quiere comprometerse demasiado con un pronóstico arriesgado (como los organismos internacionales) con lo que lo del segundo semestre es una manera de cubrir el expediente.
En 2022 el mayor peligro inflacionario no vendrá probablemente por la subida de precio de las materias primas ni por el incremento de los salarios (salvo que los gobiernos se lancen a nuevos programas de gasto) sino por la dificultad de que la capacidad instalada en la industria mundial y en las redes de distribución puedan dar abasto a un incremento de la demanda tan descomunal como el provocado por la política monetaria de los bancos centrales y su correlato del aumento del gasto por los gobiernos.
Los efectos económicos y políticos negativos de la Covid-19 fueron expulsados por la puerta, pero ya se están colando por la ventana.