Culpable. Tras un juicio que ha durado meses, la fundadora de la frustrada empresa de análisis de sangre Theranos, Elizabeth Holmes, quien llegó a ser coronada como la nueva Steve Jobs y acaparó portadas de prestigiosas revistas de negocios como Fortune, ha sido declarada culpable de cuatro de los 11 cargos de fraude y conspiración a los que se enfrentaba.
Con una pena máxima de 20 años de cárcel por cada uno de ellos, cabría pensar que se ha hecho justicia. Sin embargo, resulta chocante que todos los cargos que le han caído estén relacionados con las estratagemas que diseñó para seducir a los inversores, y que haya salido indemne de todo lo relacionado con los daños a los pacientes.
No estoy diciendo que los inversores no tengan derecho a ser indemnizados, por supuesto que sí. Pero, no cabe duda de que su experiencia inversora y sus millones en el banco hacen que su figura resulte mucho menos vulnerable a la estafa de Theranos que la de los pacientes.
Si la compañía había recibido autorización para abrir sus clínicas, sería porque alguien consideró que funcionaban, ¿no? Entonces, ¿cómo es posible que la justicia considere que quienes le dieron su dinero a cambio de la promesa de más beneficios sí sean víctimas de Holmes, pero no aquellos ciudadanos de a pie que pagaron por confiar su salud a la compañía?
No hay una respuesta clara. Y como no soy jurista, ni abogada, ni estuve en el juicio, tendré que confiar en que se ha hecho justicia para todos con las pruebas disponibles. Pero no por ello deja de sorprenderme que el foco de este escándalo haya terminado en los millonarios accionistas, cuyos enormes patrimonios no se vieron afectaros por las, en comparación, diminutas sumas que dieron a Holmes.
¿Cómo es posible que la justicia considere que quienes le dieron su dinero a cambio de la promesa de mas beneficios sí sean víctimas pero no quienes pagaron por confiar su salud a la compañía?
Distintos expertos señalan que este tipo de casos resultan especialmente difíciles de abordar, puesto que se deslizan por la delgada línea que separa el fracaso del fraude. De hecho, esos han sido los dos principales argumentos de la defensa y de la acusación, respectivamente.
Holmes se defendió diciendo que siempre confió en su producto de análisis de sangre sin ser consciente de sus fallos. En su testimonio, afirmó que, si realmente hubiera querido estafar a alguien, habría vendido sus acciones de Theranos (por ejemplo, cuando llegó a estar valorada en más de 8.000 millones de euros) y huido con el dinero, pero no lo hizo.
Y, aunque el argumento tiene sentido, se fue al traste ante el hecho de que sus presentaciones para inversores incluían logos de farmacéuticas como Pfizer para simular que tenía su aval científico, cuando no era así. Este ha sido uno de los factores clave que han motivado las sentencias de culpabilidad.
Lamentablemente, no aplica al caso de los pacientes. A pesar de que el jurado escuchó testimonios de clientes cuya salud fue puesta en riesgo por culpa de los errores de la tecnología de Theranos, parece que no eso no ha sido suficiente para dictaminar una estafa contra ellos.
Holmes asegura que siempre confió en su producto de análisis de sangre sin ser consciente de sus fallos
Al final, han sido los inversores quienes han salido victoriosos de este juicio, a pesar del conocido mantra de Silicon Valley de 'fíngelo hasta que lo consigas'. Holmes no ha sido la primera ni será la última emprendedora que exagera (o directamente falsea) las capacidades de su empresa.
Quienes arriesgan su dinero no solo son conscientes de que esto pasa, sino que entran al trapo a sabiendas de que son sus fondos los que pueden conseguir que una start-up llegue a cumplir lo que promete. Así funciona en parte la cultura del emprendimiento.
Por eso, otro de los fenómenos más llamativos del caso Theranos es que, a pesar de que sea más que habitual que los emprendedores hombres exageren para lograr financiaciones millonarias para empresas que acaban fracasando sin que casi nunca haya consecuencias legales, y mucho menos penas de cárcel, sea precisamente una mujer la que haya protagonizado el que ya se conoce como "el juicio del siglo de Silicon Valley", según la BBC.
Pero, lo que sí que no tiene ningún sentido es que hayan sido los pacientes quienes hayan terminado pagando el pato de la ineptitud de quienes financiaron a Theranos sin garantías y de las mentiras que Holmes contó para lograrlo. Pero así es Silicon Valley, amigo, y si no le gusta, siempre puede hacer como ellos y fingir.