El Ministro de Consumo, Sr. Garzón ha declarado al rotativo británico The Guardián que las denominadas macro granjas, esto es, las explotaciones de ganadería intensiva con 4.000, 5.000 o 10.000 animales, “contaminan el suelo, el agua y exportan carnes de mala calidad de los animales maltratados”. Esta filosofía inspiraría la legislación impulsada por el Gobierno destinada a prohibir la existencia de granjas con más de 850 unidades de ganado mayor. La iniciativa aúna a la perfección los mandamientos de la religión climática y de la animalista, dos de las sectas seculares de la moderna corrección política profesada por la coalición social-comunista.
De entrada, la “maldita” ganadería intensiva ha tenido un impacto positivo sobre el bienestar de los individuos. En concreto, ha permitido aumentar la producción y disminuir los costes de los productos derivados de ella y ha jugado y juega un papel esencial en cubrir las necesidades de proteínas de la población mundial. Sin ella no se podría suministrar alimentos básicos, como la carne, los huevos o la leche, a millones de personas que habitan el planeta. Los ciclos de la extensiva son muy largos y además aquella precisa la presencia de grandes extensiones. Incluso cuando éstas existen, casos de Brasil o Argentina por ejemplo, la tendencia hacia la ganadería industrial es cada vez mayor. En otras palabras, la industrialización-concentración de la ganadería es una condición imprescindible para aumentar la productividad y satisfacer la demanda de los consumidores.
La tesis según la cual la ganadería intensiva es una especie de dinosaurio propio de otras épocas no sólo no se corresponde con la realidad, definitiva por su incremento en toda la geografía mundial, sino con su propia naturaleza que se caracteriza por la materialización de grandes inversiones en instalaciones, en tecnología y en mano de obra. Por lo tanto, se trata de un sector moderno que genera riqueza y crea empleo en aquellos lugares en los que se desarrolla porque es capaz de adaptarse con eficiencia y flexibilidad a las características del entorno. Es una pieza clave de la competitiva industria agro-pecuaria españolas y, sin ella, regiones como Aragón, sufrirían un severo quebranto.
La industrialización-concentración de la ganadería es una condición imprescindible para aumentar la productividad y satisfacer la demanda de los consumidores.
España es uno de los países de la Unión Europea (UE) con una menor presencia de la ganadería intensiva en su estructura económica, cuyo liderazgo en el continente corresponde a Holanda. Si bien esta modalidad de actividad productiva en el sector primario ha crecido en los últimos años, está muy lejos de lanzar la posición existente en la mayoría de los estados de la UE. En el ranking sobre esta materia elaborado por Eurostat, la Vieja Piel de Toro se sitúa por debajo de la media de la UE. Esta mucho más cerca de Bulgaria, el país ubicado en el último lugar de la clasificación que de los citados Países Bajos, que ocupan el primero.
A diferencia de lo sostenido por el Sr. Garzón, no hay en España macro granjas con 10.000 o más cabezas de ganado sino una minoría que tiene en promedio 5.000 y, en el conjunto del sector ganadero, el 85 por 100 de las explotaciones tienen una dimensión pequeña o mediana. Por su parte, el Consejo General de Veterinarios ha sostenido en un comunicado que las granjas cualquiera que sea su tamaño y modelo de explotación apuestan por la sostenibilidad y el respeto al medio ambiente; cumplen con absoluto rigor la normativa vigente. Desde esta perspectiva, acusar a los ganaderos españoles de ofrecer un mal producto al mercado exterior es de una absoluta irresponsabilidad y resulta inaceptable en un Ministro del Gobierno de España. Está diciendo a los extranjeros: “No nos compren”.
Las emisiones de CO2 procedentes de la ganadería son aproximadamente el 14,5 por 100 de las globales. España supone el 0,13 por 100 en el conjunto de las emisiones mundiales de CO2. Aun en el supuesto, falso, de que el sector ganadero español y, en concreto, el intensivo representase el 100 por 100 de todas aquellas el impacto climático es irrelevante en términos absolutos y relativos. En otras palabras, la dramática apelación del Sr. Garzón a los perversos efectos sobre el clima producidos por la ganadería intensiva carece de rigor incluso si se incluyesen otros gases derivados de ella como el metano o el óxido nitroso. Es pura demagogia.
Ese mismo aliento demagógico se extiende al hipotético daño al bienestar animal causado por la ganadería intensiva. Con independencia de la seriedad de esta afirmación, de su componente subjetivo, lo cierto es que las granjas y los mataderos están sujetos a inspecciones diarias de ese singular concepto y deben superar periódicas auditorias internas, externas y obtener certificados de que ese objetivo se cumple a lo largo de toda la cadena de producción conforme a lo establecido por la normativa nacional y europea. La descripción de la industria ligada a la ganadería intensiva como un proceso de exterminio salvaje e incontrolado es una broma y, por cierto, de mal gusto para consumo del fundamentalismo animalista.
La dramática apelación del Sr. Garzón a los perversos efectos sobre el clima producidos por la ganadería intensiva carece de rigor.
No hay nada peor que un Ministro sin competencias y con ganas de hacer cosas como el de Consumo. Esa combinación resulta explosiva cuando, además, el titular de esa cartera es un enemigo feroz de todo aquello que tiene que ver con actividades desarrolladas por la iniciativa privada. Por añadidura, es inaudito que el miembro de un Gabinete ponga en entredicho la calidad y la seguridad sanitaria de los bienes producidos en su país. Esto es lo que ha hecho y hace de manera continúa el Sr. Garzón y es inaceptable. La capacidad destructiva del Ejecutivo social-podemita es cada vez mayor y no se detiene ante nada.