Tras un montón de años sin hacerlo, los economistas hemos vuelto a hablar de la inflación. Su crecimiento implica el deterioro creciente del poder adquisitivo de toda la sociedad. En nuestro país, la inflación es otro impuesto más, a añadir a los que ya tenemos, que mina nuestra capacidad para recuperar la respiración tras el shock económico de la pandemia. Para poder atajarla es necesario saber de dónde viene y qué la alimenta. De lo contrario, los daños provocados por la pérdida continuada de poder adquisitivo pueden enquistarse.
Pero no estamos hablando de un fenómeno nuevo ni sencillo. Desde la Escuela de Salamanca hasta nuestros días, descubrir las causas que explican el deterioro del valor de la moneda y la subida generalizada de los precios ha sido uno de los aspectos más comprometidos y polémicos de la ciencia económica. Todavía hoy en día, diferentes economistas ponen el énfasis en diferentes orígenes y señalan distintos factores que empeoran o mejoran la situación.
Lo cierto es que se trata de un fenómeno demasiado complejo como para ser tratado por encima. Sin embargo, muchas veces se sigue haciendo. Uno de los precios de las redes sociales, como Twitter, es que los análisis se trivializan hasta convertirse en vapor de agua, les falta solidez pero empañan la vista.
Una de las disputas recientes se refiere al origen de la actual inflación. Para sorpresa de varios economistas atentos a este tema, en muchos de los análisis causales falta un elemento vertebral, como es la expansión monetaria.
Que la ruptura de la cadena de suministros, la crisis de los contenedores, el parón de la actividad ha llevado a que suban los precios, es verdad. Es cierto que no todos los precios suben a la vez, aunque, por el efecto Cantillon, el cambio de los precios relativos puede llevar a una subida generalizada de los precios de la economía.
Ahora bien, ¿es esa la causa última de la creciente inflación? Según Lord Mervyn King, y de un ramillete de prestigiosos economistas, no es así. El antiguo gobernador del Banco de Inglaterra explicaba en la clase magistral ofrecida en el IIMR (Institute of International Monetary Research) en noviembre del 2021, que ha habido un diagnóstico equivocado respecto a cómo se estaba desarrollando el proceso económico a partir de la Covid-19.
Uno de los precios de las redes sociales, como Twitter, es que los análisis se trivializan hasta convertirse en vapor de agua
De acuerdo con Lord King, "la expansión monetaria a partir de marzo del 2020 fue una respuesta mercados disfuncionales, pero la inyección de dinero no se retiró una vez que los mercados financieros volvieron a funcionar con normalidad".
Por supuesto que los gobiernos tenían que apoyar a las economías, golpeadas por el encierro ciudadano, el cese de actividad y el aislamiento internacional, todo a la vez, durante meses. Y, por eso, en España los ERTES eran necesarios. También por eso se justificó el aumento de gasto público y han sido los impuestos del futuro los que, a través de la deuda pública, han aliviado la crisis de la pandemia.
No obstante, mantener la inyección de dinero no era razonable. De acuerdo con la lógica de Mervyn King, si hubiera caído la demanda agregada, habría tenido sentido para achicar el 'output gap' (la diferencia con la oferta potencial). Pero lo que sucedió en el 2020, y así lo interpretamos muchos economistas, es que hubo contracción de demanda pero también de oferta. De manera que el exceso monetario es un hecho.
Pretender que ese exceso monetario no va a tener repercusiones en los precios es una idiotez. Otra cosa es cómo se manifiesta ese exceso y qué retraso temporal aparece entre estímulo y efecto. Como decía Juan Castañeda, profesor titular de la Universidad de Buckingham y director del IIMR, en la presentación de Lord King, "el vínculo entre el excesivo crecimiento del dinero y la inflación no es inmediato ni automático".
Pero lo que más me ha iluminado de la conferencia de Lord King es su visión de los bancos centrales, especialmente sabiendo que los conoce por dentro. "Los bancos centrales no deberían avergonzarse de reconocer que no saben cuál va a ser el tipo de interés del día de mañana, porque no saben que va a pasar con la economía en los próximos meses o años", a pesar de los sofisticados modelos predictivos que elaboran los cualificados técnicos de los bancos centrales. Y eso lleva a otra reflexión.
Los modelos son útiles o inútiles. No son una foto del territorio, sino un mapa del hoy. Es un error ir más allá del "informe a informe, reunión a reunión", y pretender planificar con la bola de cristal sobre la mesa. Una sugerencia que resulta inquietante en un mundo en el que estamos acostumbrados a demandar que otro se ocupe de lo nuestro.
En su libro, escrito junto a John Kay, Radical Uncertainty: Decision-making for an Unknowable Future (2020), Lord King señala que la misión de los científicos sociales, y por ende de los economistas, es ayudar a quienes toman decisiones a hacerlo de la mejor manera posible, sabiendo que vivimos en un mundo de alta incertidumbre. En el caso de los banqueros centrales, King recomienda la 'Teoría de Pep Guardiola de la Política Monetaria', que consiste en enseñar a los jugadores a tomar decisiones por sí mismos, en lugar de darles un plan de juego fijo.
De esta manera, los agentes económicos podrán sobrevivir a los vaivenes e imprevistos de la economía. Olvidar la naturaleza dinámica de la economía, resistirse a desafiar la narrativa imperante y no ser capaces de asegurar que nuestras políticas sean antifrágiles (en terminología de Taleb) son tres errores que se pagan muy caro.
¿Qué lección inmediata podemos extraer de la lección de Lord King? Agarrarse a modelo que te permite no tener que cambiar tu rutina, aunque tu rutina aplaque las voces políticas pero no funcione, es cavar la tumba de la economía sostenible. La inflación es un riesgo tan complejo como su propia naturaleza. No caben pócimas, ni tecnócratas con ego, ni otra cosa más que la racionalidad.
Como dijo Helmuth von Moltke en 1871: "Ningún plan sobrevive al primer contacto con el enemigo".