Powell sitúa a la Fed en una encrucijada
La reunión de la Fed se presentaba como una de las más complicadas de interpretar de los últimos años. Desde el indicio de la pandemia, el objetivo ha sido invariable: minimizar el impacto económico y laboral mediante una política monetaria llevada al extremo.
Eso ha posibilitado que mientras los tipos de interés se situaban en el nivel más bajo nunca alcanzado, el ritmo de crecimiento del balance de la Reserva Federal alcanzase un estratosférico tamaño. Ese maniqueísmo monetario no ha sido gratuito.
En EEUU, la oferta de dinero, que es como se interpreta el incremento del balance de un banco central, ha aumentado un 40% en apenas dos años inundando de crédito la economía norteamericana. Mucho dinero para prestar -y gastar- era previsible que acabara por producir lo que más teme quien ostenta el monopolio de la creación de dinero, y quien por tanto decide la cantidad del mismo que debe circular. La perversión keynesiana del monetarismo moderno. La fábula de Saturno devorando a su hijo: la inflación.
Para el ciudadano corriente resulta contradictorio oír que hay abundancia de dinero pero que a la vez es más pobre como consecuencia de la inflación. Y es que la economía no es tan simple en términos prácticos como nos la cuentan.
Cuando hay inflación hay pocos ganadores y muchos perdedores. Pierden los consumidores, porque los precios son más elevados y el consumo se vuelve más costoso. Pierden los ahorradores, porque no hay rendimiento, los activos financieros y reales empiezan a alcanzar precios disparatados y porque no hacer nada es también dañino por la pérdida de poder adquisitivo del efectivo. Pierden las empresas, porque si no pueden trasladar costes su margen se deteriora. Las administraciones se empobrecen, generando déficits, y por ello tienen que endeudarse para poder cumplir con los contratos sociales vinculados a la inflación.
Sólo ganan los agentes endeudados porque devolver sus préstamos les resulta más ventajoso. Eso sí, cuanta más deuda menos capacidad de refinanciación si los tipos suben.
Y eso es lo que no está diciendo la Fed. En su mensaje, sin necesidad de utilizar un lenguaje duro, lo que en jerga económica se llama hawkish, Jerome Powell confirmó que el tiempo de los tipos ultra bajos ha llegado a su fin y que las subidas del precio del dinero serán consecutivas.
¿Qué supone esa decisión? Normalizar tipos es un proceso de retirada de estímulos por el excesivo recalentamiento de la economía. EEUU crece, genera puestos de trabajo (su tasa de paro está ya por debajo del 4%) y además se dirige, teóricamente, al pleno empleo. Como no tiene sentido mantener los estímulos monetarios, los mismos se retiran.
Desde aquí cabe esperar que a un ritmo de 25 puntos básicos tengamos cuatro subidas este año, otras cuatro el próximo ejercicio y dos más (al menos) en 2024, lo que llevaría los fed fund rates al 2-2,5% en un plazo de dos años.Si todo es gradual, hay cierta salud económica y las subidas se daban por descontadas desde finales del año pasado, ¿por qué motivo son tan temidas por los mercados? La reacción bajista de estos días tiene que ver precisamente con el final de una etapa feliz. Cuando los tipos de interés son bajos y el dinero fluye, las bolsas lo suelen tomar de forma positiva. Pero cuando la fiesta se acaba es cuando llega la factura. Y ahí empiezan los temblores.
Por ese motivo, se temía tanto la reunión de la Fed. Cómo acertar con el mensaje cuando se ha errado tantas veces y cuando se diga lo que se diga, todo parece indicar una interpretación en sentido negativo.La deuda americana ha vivido un ciclo alcista de 40 años que ha llegado a su fin.
Y la bolsa ha vivido un esplendor nunca visto. Todo auspiciado por este escenario de complacencia provocado por las políticas monetarias. Ahora hay que darle la vuelta a todo y los cambios radicales no les gusta a los inversores. En el caso hipotético de que la bolsa reaccionase mal y la deuda se depreciase, el problema es qué hacer con el dinero. Y eso es lo que está generando ansiedad en los mercados.
Powell no tiene carisma y además tampoco está gestionando bien su mensaje. Le pasa lo mismo que a Biden, el presidente como menos aceptación de las últimas décadas. Nada que ver con la candidez de Yellen, el aplomo de Bernanke y muchos menos con el prestidigitador Greenspan, el artífice de una política monetaria orientada a los mercados. El problema es que quedar señalado en esta encrucijada en la que nos encontramos supone una dosis añadida de incertidumbre que posibilita un flaco favor a los activos financieros en un momento, como decía, de hipotético final de fiesta.