"Cierre la puerta al salir" parece ser la respuesta generalizada de usuarios y responsables públicos ante la última amenaza de Meta de cerrar Facebook e Instagram en Europa. Mientras internet se inunda de memes imaginando un futuro de fraternidad, sin guerras ni hambre, los líderes económicos de Francia y Alemania no han tardado en afirmar las bondades de vivir sin redes sociales.
"La vida es genial sin Facebook. Los gigantes digitales deben entender que el continente europeo resistirá y reafirmará su soberanía", dijo este lunes el ministro de Financias francés, Bruno Le Maire, en un encuentro con su homólogo alemán, Robert Habeck, quien añadió que, en los años que lleva sin usar esta plataforma, su vida "ha sido fantástica".
Hace unos años me habría encantado ver esta reacción ante el tremendo golpe en la mesa de una de las empresas más poderosas del mundo. Sin embargo, dado que el órdago de Meta coincide con uno de sus momentos más oscuros, resulta bastante fácil tenderle un puente de plata para que huya de nuestro continente.
Para las generaciones más jóvenes, Facebook es un cementerio de elefantes, una red social de boomers que no les ofrece nada interesante. De hecho, cerró 2021 con su primera pérdida de usuarios en toda la historia. Y quienes todavía la usan son cada vez más conscientes de los tremendos problemas para la democracia, la economía y la sociedad que supone.
Facebook es un cementerio de elefantes, una red social de boomers que no les ofrece nada interesante
Que si Instagram sabe que su diseño traumatiza a las adolescentes y aun así no lo arregla, que si Facebook fomenta la viralización de desinformación para mantenernos enganchados y ganar ingresos en publicidad… La lista de escándalos es tal, que Zuckerberg se vio obligado a cambiar el nombre de la empresa a Meta y redirigir su discurso hacia el ambiguo metaverso para intentar esquivar su crisis de relaciones públicas.
Pero no lo consiguió. La sociedad le ha cogido tanta tirria a él y a sus productos, que no sorprende la sorna con la que ha recibido la amenaza. La carcajada de los europeos ha sonado tan fuerte que la empresa no ha tardado en matizar que para nada está "'amenazando' con irse de Europa", según un comunicado publicado el martes.
Distintos expertos coinciden en que la sugerencia de Meta de abandonarnos si no le permitimos llevarse nuestros datos a EEUU quedará en nada, dado que es ella quien más tiene que perder. Europa es uno de sus principales mercados y no hay empresa del territorio que se precie que no tenga una página en Facebook y un perfil en Instagram.
La pregunta es qué harán nuestras compañías sin estos canales de comunicación y venta. Y la respuesta es que simplemente se irán a cualquier otra plataforma. Tik Tok no para de crecer mientras que los profesionales de la mercadotecnia diseñan nuevas formas de anunciarse en otros canales, como Twitch y YouTube.
Incluso los malogrados medios de comunicación podrían recuperar parte de sus ingresos publicitarios si los lectores regresan a sus páginas web en lugar de acceder al contenido a través de Facebook, lo que, además de ayudar a combatir la desinformación, podría devolver algo de esplendor y dignidad al periodismo. Y no me cabe duda de que ya hay más de uno intentando lanzar una red social made in europe.
Eso sí, aunque el cierre de Facebook e Instagram parezca música para los oídos europeos, lo cierto es que las amenazas digitales a las que nos expone podrían limitarse a cambiar de plataforma. Mismo perro con distinto collar.
Una red social made in europe o cualquiera que respete las leyes de la UE podría aliviar los problemas de privacidad a los que nos somete Facebook. Pero todos los relacionados con la moderación de contenido que fomentan el odio y la desinformación probablemente se mantendrían, como sigue sucediendo en Twitter y YouTube.
Además, aunque la gran perjudicada de la salida de Facebook e Instagram sería la propia compañía, los europeos perderíamos los impuestos que paga en Irlanda (por bajísimos que sean frente a otros de la UE), así como un buen número de los miles de puestos de trabajo que genera en nuestro territorio.
Estas pérdidas serían totalmente bienvenidas si la puerta que cierra Zuckerberg se sustituyera por una ventana de redes sociales respetuosas, democráticas y fiables. Pero, tras años analizando las plataformas digitales y la economía de los datos, permítame que lo dude. Facebook puede irse, pero su vacío no tardará en llenarse por otros que, probablemente, repliquen sus mismos defectos, por mucho que cierre la puerta al salir.