Christine Lagarde, presidenta del Banco Central Europeo (BCE)

Christine Lagarde, presidenta del Banco Central Europeo (BCE)

La tribuna

El BCE y el fin de las expectativas viciadas de los mercados

15 febrero, 2022 02:51

La reacción de los mercados financieros al último discurso de la presidenta del Banco Central Europeo (BCE) Christine Lagarde fue más negativa de lo esperado, lo cual puso de manifiesto hasta qué punto el BCE había acomodado demasiado las expectativas de los inversores que viviríamos en una época eterna de tipos de interés casi nulos.

En el momento en que se ha dado el primer mensaje de que esto no será así siempre y que la situación macroeconómica puede llevar a plantear las primeras medidas de restricción de la oferta monetaria en un corto espacio de tiempo, el comportamiento de los mercados financieros ha cambiado por completo, provocando rebotes significativos en las rentabilidades de los bonos en todos los tramos, pero muy especialmente a largo plazo con casos paradigmáticos como el del bono alemán a 10 años retornando a tasas positivas y por encima del 0,1%.

Poco a poco van a ir desapareciendo espejismos y formas de proceder viciadas por la “ilusión monetaria” de todos estos años como era el énfasis en la política de comunicación de los Bancos Centrales. Jugar con las palabras como quien juega con malabares puede disfrazarse con frases muy grandilocuentes y biensonantes (“acomodar las expectativas”, “gestionar las expectativas de los agentes económicos” o “no asustar a los mercados”), pero eso sólo tiene una efectividad cortoplacista.

Poco a poco irán desapareciendo espejismos y formas de proceder viciadas por la "ilusión monetaria" 

Cuando no hay nada medianamente inteligente y largoplacista que decir, se recurre a este tipo de artefactos de comunicación. Pero cuando la realidad impone un escenario que nada o muy poco tiene que ver con los artefactos comunicativos, llega a la hora de demostrar liderazgo, credibilidad y reputación, tres cosas que los principales dirigentes actuales del BCE (especialmente presidenta y vicepresidente) no tienen.

Incluso en la era de la “comunicación” de los Bancos Centrales, el BCE dijo una cosa y su contraria si atendemos al contenido de la nota de prensa de conclusiones de la reunión del Consejo de Gobierno y la rueda de prensa posterior de la presidenta Lagarde.

Sin embargo, a pesar de las resistencias de algunos miembros del Consejo de Gobierno y del staff interno del BCE a dar un mensaje claro y contundente de que no es posible seguir por más tiempo con el dinero oficial gratis, Lagarde hizo un primer pronunciamiento sobre el cual hay que tomar todas las cautelas posibles. Era evidente que había que decir algo más que en la anterior reunión seis semanas antes para al menos hacer visible que el BCE está preocupado con la escalada inflacionista, que en ningún caso es inocua y transitoria.

Una tasa de inflación anual del 5,1% y una tasa subyacente del 2,3% tiene que provocar, al menos, una cierta reacción. Si a esto se suma que el exceso de liquidez en el Eurosistema sigue escalando en máximos históricos hasta 4,5 billones de euros, la intervención no sólo es obligada, sino que no hacer nada constituye una negligencia peligrosa.

Era evidente que había que decir algo más que en la anterior reunión para hacer visible que el BCE está preocupado por la escalada inflacionista. 

El efecto que la política monetaria tiene sobre el crecimiento económico está más que estudiado desde los años 60: la máquina de hacer dinero no crea empleo, se limita a ayudar a aquellas empresas y sectores que tienen los fundamentos económicos necesarios para que crean ese empleo. Es más, en un momento de tipos nulos o incluso negativos, el efecto sobre el crecimiento se vuelve irrelevante hasta que no se produzca una restricción de liquidez.

Con el exceso de liquidez existente y con las condiciones crediticias actuales, estamos muy lejos de que se produzcan fenómenos de iliquidez en los mercados. Con lo cual, vacunado ese riesgo, existe margen para normalizar tipos, dar oxígeno con ello a las cuentas de resultados de los bancos y generar incentivos para la materialización del ahorro invertido en productos de muy bajo riesgo o nulo en inversiones de mayor riesgo más productivas.

Esta política –la cual debería ser razonable para cualquier banquero central– no tiene en cuenta los sesgos y miedos de fondo del actual Consejo de Gobierno del BCE. Saben perfectamente que una normalización monetaria, aunque sea gradual, va a dejar al descubierto graves problemas hoy ocultos: la insostenibilidad a largo plazo de las ratios de deuda pública sobre PIB que superan el 120%, las pérdidas latentes en la cuenta de resultados del BCE debido a que ha comprado más de 2 billones de euros en bonos que se amortizarán con pérdidas y que volverá a aparecer la fragmentación financiera de la Eurozona que aparentemente ha desaparecido (el saldo acreedor de Alemania contra toda la Eurozona se ha disparado hasta 1,1 billones de euros, mientras que el saldo deudor de España e Italia supera cada uno los 500.000 millones).

Menos mal que el euro (y, en consecuencia, la política monetaria) está asentado sobre un fundamento macroeconómico sólido como es el recurrente superávit en las cuentas exteriores de la Eurozona. Esto, y no el mago Draghi o actualmente la señora Lagarde, han salvado a la Eurozona de una desintegración mayor de la que ha existido de fondo desde mitad de los 2000, especialmente en el terreno financiero.

Un superávit por cuenta corriente del 2,6% del PIB hasta octubre sigue siendo el elemento que da más estabilidad a una divisa que contra el dólar americano ha perdido terreno pero que con la ayuda que supondría normalizar desde ya la política monetaria podría suponer un importante ahorro en el coste de las importaciones y, con ello, una reducción de la tasa de inflación.

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