Cuando hace unos meses se pronosticaban los datos de la economía europea para 2022, nadie incluía en sus cálculos econométricos la invasión rusa de Ucrania. Las especulaciones se hacían en base al supuesto del llamado rebote de la economía después de la pandemia de la Covid 19.
Nadie puso en su fórmula polinómica de cálculo el factor: Putin. Menos aún que éste ordenase una operación de invasión de Ucrania. Pero ha ocurrido.
Este hecho ha distorsionado todas las previsiones realizadas por los económetras. Parafraseando un aforismo español: la econometría propone y Putin dispone.
Si el BCE estima que la guerra mantendrá la subida de inflación por encima de lo previsto no debería comprar más bonos de los Estados e iniciar lo que técnicamente se llama el tapering, reduciendo su exposición a estos activos, y después subir los tipos de interés. Pero si ve que la economía puede flaquear debería mantener la política monetaria laxa, seguir comprando títulos de los Estados y mantener el tipo de interés bajo. Es el dilema de Lagarde, que hoy, 25 de febrero de 2022, comparecerá en prensa.
Lo que pasa es que en épocas de guerra la economía cambia. Los negocios también. El protagonista de la Lista de Schindler sabía hacer negocios en periodos bélicos y fracasó en la paz. De hecho, la economía ya está cambiando incluso en países aislados del conflicto. El precio del petróleo, el gas y varias materias primas se está disparando; los valores refugio, como el oro suben de precio…
La geoeconomía también cambia. China se ha convertido en el aliado económico de Putin. Le va a comprar todo el gas y el petróleo, que además necesita, y otras materias como el trigo (que por cierto produce y exporta Ucrania). Es un elemento que no estaba presente en las dos guerras mundiales anteriores, en las que el gigante asiático no tenía ni el músculo financiero, ni el tecnológico, ni el militar, actual.
Antes de iniciar hostilidades bélicas, Putin había cerrado el trato que le daba respaldo económico para su operación con Ucrania. Cuando se reunió con Xi Jinping. Incluso se llevó en el bolsillo unos créditos puente para financiar su economía.
De manera que las célebres sanciones económicas con las que Occidente quiere castigar a Rusia pueden ser mucho menos eficaces de lo que se piensa, si se mete en la ecuación a China.
Las célebres sanciones económicas con las que Occidente quiere castigar a Rusia pueden ser mucho menos eficaces de lo que se piensa
Incluso podría decirse que si hacemos un análisis de la potencia económica de Rusia su capacidad de mantener ella sola una guerra larga es discutible.
El PIB de Rusia es muy parecido al de España (1,2 Billones de euros). Los rusos son 146 millones de personas, tres veces la de nuestro país, pero dada su extensión (17 millones de Km2) su densidad de población es bajísima: 9 habitantes por Km2 (la de España es de 95). Sus exportaciones representan casi el 23% de su PIB, es decir, depende del sector exterior muchísimo. Más que España depende del turismo (13% aproximadamente).
¿Se imaginan un país con el PIB de España y dependiente tanto del sector exterior, intentando una guerra a escala mundial? Imposible. Por tanto, es presumible que Putin, por razones políticas interiores y nacionalismo, quiera anexionarse algunos territorios, pero nada más.
Si quisiera estirarse más allá de lo prudente tendría que contar con China para financiarse aún más. ¿Estaría el gigante asiático dispuesto a meterse en un lío para salvar la cara a un aliado con el que siempre ha tenido sus reticencias históricas?
Es lo que habría que calibrar. Por ello, además del dilema de Lagarde lo que es necesario despejar son las intenciones reales de Xi Jinping.
La entrevista de verdad urgente del presidente americano, Biden, no es con Putin, no tiene que hablar con Moscú. Hay que verse las caras con Xi Jinping. Porque es el verdadero artífice que mueve los hilos de la marioneta rusa.
Putin llegará sólo a lo que le permita Xi Jinping. Si se excede el presidente chino tirará de la cuerda. Salvo que también quiera cobrarse una pieza (¿Taiwan?). Entonces el dilema no será sólo de Lagarde.
*** J. R. Pin es profesor del IESE.