El mes de febrero iba a suponer el del fin de la pandemia tras la explosión de casos en diciembre y, sobre todo, en enero por la variante ómicron de la Covid. También se suponía que las curvas de casos iban a caer "a plomo" y, además, que la menor letalidad intrínseca de esta variante, unido a los avances de la vacunación, iban a hacer que la mortalidad asociada a ómicron fuera "poco relevante". Prácticamente, la de “una gripe".
Nada de esto se ha cumplido, tal y como ilustran los gráficos 1 y 2, que recogen los nuevos casos y las nuevas muertes en el conjunto del planeta de la que ha sido la 5ª ola a nivel global. No ha habido tal desplome, ni en una variable ni en la otra. Y se han superado los 6 millones de fallecidos.
Hemos acabado febrero con un millón y medio de nuevos casos diarios en el mundo y con más de 7.000 nuevas muertes al día. Con estas cifras, resulta casi grotesco afirmar que "la Covid se ha acabado". Y, a pesar de que fueron muchos los que a priori se apuntaron a esos vaticinios, a posteriori, nadie ha salido a explicar el fracaso de estas previsiones.
Nadie lo ha explicado, pero lo más interesante es que nadie lo ha pedido. Ello quiere decir que, aunque la Covid no ha terminado, sí parece que lo hemos sacado de nuestras vidas, tanto social como mediática y políticamente.
La "fatiga pandémica" y una menor saturación de los hospitales, como consecuencia de la caída de la incidencia, han contribuido a crear este clima de "destierro" del virus y de poner el foco en recuperar lo antes posible la normalidad perdida.
El ritmo de fallecimientos, unos 7.000 al día, no ha podido ser explicado por nadie.
Todo ello es bastante comprensible por la exasperante duración de la pandemia, pero no deja de ser triste, porque confirma que, en el fondo, para muchos, las muertes eran lo menos relevante. El ritmo de fallecimientos, unos 7.000 al día, independientemente de los niveles de vacunación de unos países u otros, no ha podido ser explicado por nadie.
Ni ómicron era tan benigno como se decía, ni la caída de las incidencias se ha visto acompañada, con el retardo habitual de 2-3 semanas, de las cifras de mortalidad. Es cierto, como recoge el gráfico 2, que está descendiendo, pero lo está haciendo a un ritmo mucho más lento que el de la caída de las curvas de incidencia y con mucho más retraso de lo que ha sido el patrón habitual de la pandemia.
La vacunación ha seguido avanzando en febrero, aunque tampoco nadie habla ya de ella. Quizás sea porque el ritmo de avance sigue siendo muy lento. En el informe de hace un mes, el 52% de la población mundial tenía la pauta completa. En el de este mes no llega a 56%, un avance de apenas cuatro puntos, y muy lejos del objetivo del 70%.
En resumen, aunque no hemos conseguido derrotar al virus, ni con las vacunas ni con ningún tipo de medida de contención, al final hemos decidido olvidarnos de él, despedirnos de él. Aunque sigue físicamente presente, la Covid ha sido desterrada de nuestras conversaciones, de las noticias en los medios de comunicación y de las preocupaciones de los ciudadanos.
Los test prácticamente ya han desaparecido, a pesar de las mayores facilidades tanto en la disponibilidad, comodidad y el precio de los de uso casero. Las únicas excepciones son si alguien tiene síntomas o si tiene algún acontecimiento al que preferiría no ir, por ejemplo, un examen en la universidad, algo que he comprobado personalmente en las últimas semanas.
El testeo para ver si alguien ha pillado el virus y quiere evitar su propagación ha pasado de moda. También las cuarentenas por contacto estrecho. Hace poco un amigo, muy responsable, por cierto, y que presume como yo de no haberse contagiado, me decía que se iba de vacaciones a esquiar con su familia, aprovechando la "semana blanca" de los niños en edad escolar.
A pesar de que, en los días previos, había estado en algunos sitios cerrados y sin mascarilla, prefería no hacerse el test, porque no quería "jugarse las vacaciones". Es decir, pese a la responsabilidad demostrada en toda la pandemia anteponía el disfrute de sus vacaciones a la probabilidad, muy pequeña, de resultar positivo y de transmitir el virus en su destino de vacaciones, incluyendo a su propia familia.
Se trata, sin duda, de un ejemplo anecdótico, pero ilustrativo de los cambios que se han producido en la sociedad en el último mes. Si los muy responsables actúan así, ¿qué esperar del resto?
No es la primera vez que las autoridades, los medios o una parte de los científicos anuncian el final de la pandemia
Otro signo del "despido" del virus es que ya se habla "en pasado" de la pandemia, pese a que la incidencia, en el caso español, se sitúa entre 400 y 500 puntos, unos niveles que hace meses se consideraban "riesgo máximo" y obligaba a poner medidas de contención. Incluso en algún caso, empujó a declarar algún estado de alarma.
No es la primera vez que las autoridades, los medios o una parte de los científicos anuncian o "certifican" el final de la pandemia. De hecho, ya ha ocurrido en otras dos ocasiones: una, justo al terminar la primera ola antes del verano de 2020 y, la otra, a la vuelta del verano de 2021, al acabar la quinta ola y situarnos con unos niveles de vacunación altísimos.
Pero es la primera vez que este anuncio “de final de la Covid” se produce con unas incidencias tan elevadas y con un ritmo de fallecimientos tan alto. Ello demuestra que hemos entrado en una fase política, mediática, social y, por tanto, económica, radicalmente distinta.
El desastre de la guerra de Ucrania ha ayudado a tapar a la Covid, pero habría sido desterrado, en cualquier caso. De hecho, en España, las elecciones de Castilla y León, primero, y la grave crisis interna del PP, después, ya habían eclipsado a la Covid antes de la invasión de Ucrania.
No quiero insinuar que ha habido un pacto de silencio ni nada parecido. Solamente constatar que hemos transitado a un “equilibrio” en el que todos han decidido dejar de hablar de la Covid para que la gente recupere su normalidad.
Hay países que no lo ven así, ni comparten esa estrategia y siguen buscando acabar con la Covid, en vez de ocultarlo.
El problema surge cuando no todo el mundo piensa igual. Si todo el planeta pensara de esa forma, yo mismo me sumaría a las voces de los que dicen que la Covid ha sido “despedido” como si se tratara de un vecino incómodo. Pero hay países que no lo ven así, ni comparten esa estrategia y siguen buscando acabar con la Covid, en vez de ocultarlo.
Y, mientras estos países tengan un peso importante en el PIB global, en el volumen del comercio internacional o en la población mundial y, por tanto, en los movimientos de viajeros, va a ser muy difícil recuperar esa normalidad global.
Y esto es lo que sigue ocurriendo con China, también con Nueva Zelanda y Australia, aunque en menor medida y con otros países que optaron por la estrategia de la Covid cero. Tenemos, así, una asimetría mundial que va a impedir declarar el final, aunque sea oficial y no real, de la pandemia.
La incidencia mundial en febrero
Como ya es habitual en estos informes mensuales presento, para un conjunto de países seleccionados, la evolución de los nuevos casos registrados en febrero y los comparo con los meses anteriores. Como siempre, utilizo un código de color en el que el verde indica que el país ha mejorado con respecto al mes anterior.
El rojo, que ha empeorado y el negro que prácticamente se mantiene estable. Los datos se presentan en la tabla 1. Por primera vez en varios meses parece que el color verde domina, el cual es coherente con esa caída generalizada de las incidencias en febrero. Sin embargo, ha habido un descenso menor de lo esperado y algunas excepciones interesantes.
El total de nuevos casos en el mundo se ha reducido en un 36% con respecto a enero. Pero sigue muy elevado: 58 millones de contagios supone ser el segundo peor mes de la pandemia. EEUU ha registrado una mejora espectacular, de 20 a 4 millones. Europa, sin Rusia y Turquía, también ha mejorado, pero mucho menos, por el empeoramiento de Alemania, que alcanza su peor mes en la pandemia.
También lo ha hecho Noruega. La evolución de Rusia es preocupante, dado su bajo ritmo de vacunación. Tampoco ha mejorado Turquía. Pero sí lo han hecho España, Francia, Italia, UK, Grecia y Finlandia. En Latinoamérica ha habido excelentes noticias de Argentina y Colombia, pero pésimas de Chile, que casi triplica sus casos. Brasil también ha batido su récord de casos en la pandemia.
Las mayores novedades surgen en Asia oriental: Japón, Corea del Sur y Vietnam, que habían sido parte de los “países virtuosos”, han explotado en febrero. Con niveles no vistos en la pandemia. No sólo en casos, sino también en fallecimientos. Y con unos niveles de vacunación altísimos. En Oceanía han cambiado las tornas con respecto a enero.
Australia, que había explotado en ese mes, parece haber controlado la ola. Por el contrario, Nueva Zelanda, que había mantenido un control estricto el mes pasado, ha bajado la guardia en febrero. China sigue controlando sus contagios, pero tiene un problema de “salida” de su exitosa estrategia de la Covid. Si todo el mundo “despide” la Covid, ¿puede China mantener sus fronteras cerradas a la entrada de visitantes? (la salida no está restringida).
El balance de enero en Europa
En el gráfico 4 presento el mapa de la incidencia acumulada a 14 días en las regiones de la UE a finales de mes de febrero. Pese a la percepción generalizada de que la pandemia está “liquidada”, lo cierto es que casi todas las regiones se encuentran en riesgo extremo (color rojo intenso). Suecia, Polonia (precisamente en su frontera con Ucrania) y Rumanía son las excepciones.
Los datos del Reino Unido hay que tomarlos con cautela, pues con frecuencia revisan al alza su serie, hacia atrás, en unos 75.000 casos. En el mes de febrero lo han hecho en dos ocasiones. Aun así, su nivel de mejora es extraordinario.
Pese a la explosividad durante febrero, en la última semana del mes Alemania también ha mejorado. Pero le queda mucho camino por recorrer, como a Francia, que, con 23 millones de casos, se ha convertido en el cuarto peor país del mundo y el primero de Europa, tras adelantar al Reino Unido.
España, el único país del mundo en sufrir 6 olas, ha mejorado significativamente en febrero, aunque menos de lo que pronosticaban algunos. La sexta ola, además de gigante, ha resultado ser muy lenta (llevamos casi cinco meses con ella). Y asimétrica (las bajadas están siendo más lentas que las subidas. Y eso que la reducción en el número de test ha facilitado el descenso en los casos notificados.
El escenario optimista previsto hace un mes no se va a cumplir. Ni vamos a llegar a una incidencia de 200 a mediados de marzo, ni a una de 40 a primeros de abril, coincidiendo con el arranque de la Semana Santa. El escenario de un estancamiento en el entorno de una incidencia de 100-150 no es descartable.
Y, al igual que en el conjunto del mundo y que comentamos al principio del artículo, el número de fallecimientos sigue sorprendiendo al alza, tal y como recoge la tabla 2. Es evidente que la vacunación ha reducido drásticamente la letalidad de esta variante. Pero menos de lo que se previó al principio de la sexta ola.
Enero ya había sido el noveno peor mes de una pandemia que ya dura 24 meses. Pero es que febrero, con 6.539 fallecidos, ha sido el sexto peor, sólo por detrás del horror de la primera ola y del pico de la segunda y terceras olas. Y, en su conjunto, la sexta ola, que ya había ha superado el mes pasado en fallecimientos a la 4ª y 5ª olas, va camino de superar a la 2ª.
Pese al “despido” del virus, continuaré con mis informes mensuales, aunque sólo sea por respeto a esos 100.431 fallecidos, sus familiares y amigos. Otra cosa es que los datos dejen de estar disponibles en algún momento. Pero eso serían palabras mayores, en una democracia en la que los datos deberían ser propiedad de los ciudadanos, no de los gobiernos ni de los funcionarios.