El titular de esta columna está basado en una anécdota real y no tan aislada que puede explicar el hartazgo de Nadia Calviño, que el pasado febrero dio un golpe sobre la mesa para anunciar en público que no volverá a participar en ningún debate en el que sea la única mujer.
Era 4 de noviembre de 2021 y como suele ser habitual, el Congreso de directivos CEDE reunía a una parte representativa de la elite empresarial española. Entre los ponentes y los asistentes, había hombres y también, mujeres. En realidad, y por suerte, ya son residuales los eventos en los que solo hay representación masculina en el escenario. Hasta aquí, todo normal.
Llega la hora del café. Los congregados salen del auditorio. Es el momento de saludar, hacer alguna declaración a la prensa y luego, tocará ir al baño. Se va formando la cola. Pero solo en el baño de hombres. El de mujeres, está despejado.
La cola del servicio de caballeros es tan larga y lenta que los periodistas -hombres- aprovechan para rodear a uno de sus integrantes, Antonio Garamendi. Quieren probar si en ese reservado rompe su discreción sobre cómo va la negociación de la reforma laboral.
Observo desde la distancia. Y alguien aprovecha para hacer la broma: "cuando llegue Calviño, puedes ir con ella al baño". Cierto. Solo que no hay directivas suficientes para que formar una cola en la que entablar conversación con la vicepresidenta. Porque en ese auditorio, quienes están congregados siguen siendo hombres en una abrumadora mayoría.
En cualquier Congreso de una sociedad 50-50, la cola del baño de las mujeres habría sido mucho más larga que la de los hombres. Sobra decir que a la hora de ir al baño, solemos tardar más. Somos iguales, pero diferentes. Que no nos dé miedo decirlo.
La cuestión es cómo lograr que la representación de la mujer en la toma de decisiones de las empresas alcance ese equilibrio que el último informe de ClosinGap y PWC retrasa hasta 2058. Y es complejo porque no hay una solución mágica.
Que una vicepresidenta alce la voz contra esta diferencia prueba que ya hay referentes femeninos en el poder político, como también los hay en el empresarial. De hecho, al escenario de este Congreso subió alguna mujer top de la empresa, como Pilar López -vicepresidenta de Microsoft Western Europe- o Amparo Moraleda -patrono de la Fundación CEDE-, y junto a ellas, hubo algún otro perfil femenino ligado a la innovación. Pero era una minoría. Y la culpa no es de los organizadores, sino de lo lejos que estamos de lograr ese 50-50.
No hay soluciones mágicas porque los datos muestran que la brecha de la mujer en el mundo laboral está muy vinculada a un hecho biológico, el de la maternidad. Eso explica en una parte importante la falta de mujeres en la primera división de la gestión de las empresas o en sus consejos de administración (solo un 18% de quienes los integran en el mundo son mujeres).
El punto de inflexión que marca la maternidad en una carrera profesional ha hecho que el II Índice ClosinGap afirme entre sus conclusiones que la conciliación sigue siendo la gran asignatura pendiente en 2022, después de que la pandemia haya tenido un impacto negativo en la paridad.
El discurso de que hay que 'empoderar' a la mujer para que acceda a la dirección no cala al sacar de la ecuación a los hijos
El lento camino hacia la igualdad obliga a abrir nuevas ventanas de análisis porque quizás el discurso de que hay que "empoderar" a la mujer para que acceda a mandos directivos no acaba de calar en la sociedad al sacar de la ecuación la atención a los hijos sin ofrecer una respuesta a los cuidados y sin tener en cuenta la libertad de las madres para administrar su tiempo. El impacto del encierro familiar provocado por la Covid-19 en las brechas de género permite intuirlo.
A falta de una receta mágica, parece que el camino es avanzar en la corresponsabilidad. Pero llevar esto a la práctica implicaría racionalizar horarios y hombres dispuestos a ceder poder, entre otros. Algo imposible sin una revolución en la cultura empresarial. En cualquier caso, el caldo de cultivo de ese movimiento está ya en la opinión pública. La cuestión son los tiempos.
Hay estudios que hablan de 24 años y otros de 36. Pero las revoluciones son impredecibles. Y ya que hablamos tanto de Rusia estos días, viene al caso recordar que fue precisamente un 8 de marzo de 1917, día de Internacional de la Mujer Trabajadora, cuando una manifestación de mujeres obreras tomó las calles de Petrogrado (ahora San Petersburgo) para reclamar pan y el fin de la guerra. Pronto se unieron los hombres y la sucesión de acontecimientos precipitó la abdicación del zar. Un 8-M que no divida puede acelerar el curso de la historia.