"La inflación es también un impuesto" (John Maynard Keynes). Esta célebre cita se refiere a dos cuestiones distintas. Por una parte, los Estados suelen estar endeudados, por lo que la inflación supone que deben devolver menos dinero en términos reales. Pero eso, solo se cumple si el Estado está endeudado en una moneda que se deprecia, y no se ha comprometido a pagar más intereses por la inflación.

La otra cuestión es que los impuestos recaudan más en situaciones inflacionarias, cuando suben los precios. Pero esto tampoco es una verdad absoluta. Los impuestos cuyas bases son monetarias sí que recaudan más, pero, esto no ocurre si la base no es monetaria. Por ejemplo, el IVA recauda más si suben los precios, pero no los impuestos sobre alcoholes o los energéticos.

Y la mayor parte de la carga fiscal en los productos objeto de impuestos especiales, es decir derivados del petróleo, alcoholes, y parcialmente tabaco, son impuestos específicos. Por citar los más comunes, un litro de gasóleo paga 0,379 euros el litro de impuesto especial, mientras que uno de gasolina paga 0,47629 euros el litro. Y esto es independiente, completamente, del precio al que esté el combustible en ese momento.

La primera implicación de todo esto es que el porcentaje de impuestos en cada litro de combustible se reduce a medida que aumenta el precio. Esto no es discutible, son matemáticas. Por ejemplo, si un litro de gasóleo, sin impuestos, costase, incluyendo todos los costes, 60 céntimos, el precio que se pagaría, serían 1,18 euros. Esto corresponde a los 60 céntimos del producto, a 0,379 euros de impuesto especial y al 21% del IVA sobre el precio (incluyendo el impuesto especial) que ascendería a 20 céntimos. En este caso, los impuestos son casi la mitad del precio final que paga el consumidor.

El porcentaje de impuestos en cada litro de combustible se reduce a medida que aumenta el precio

Si ahora el precio antes de impuestos se duplicase, porque el crudo, principal componente se dispara, los impuestos aumentarían, sí, pero muy poco. En este caso, el precio final para el consumidor subiría a 1,91 euros, que corresponde a un precio, antes de impuestos de 1,2 euros, un impuesto especial que no varía de 0,379 euros, y un IVA que pasa a 33 céntimos. Del aumento de 73 céntimos que paga el consumidor, el Estado se ha llevado 13 céntimos. Y el porcentaje de impuestos en el litro de gasóleo ha pasado del 49% al 37%.

La segunda implicación es que cuanto más elevados sean los impuestos especiales previos, menos inflación se tiene cuando sube el crudo. En el ejemplo, el precio del gasóleo antes de impuestos se ha duplicado, el precio que paga el consumidor 'solo' ha aumentado un 61,8%. Esto pasa, simplemente, porque los 0,379 céntimos de impuesto especial por litro se mantienen fijos. Si la cuantía fija fuese más elevada, entonces, el porcentaje de incremento sería inferior.

Como han sido los productos energéticos los que han originado la inflación, esto se ha cumplido. Así, Estados Unidos que tiene menos impuestos sobre combustibles que España ha tenido una inflación más elevada.

Sin embargo, nuestros vecinos, como Alemania, Portugal o Francia, que tienen impuestos más elevados sobre los combustibles, han tenido incrementos inferiores en los precios de los combustibles, lo que se ha traducido en una menor inflación. Ésta no es la única causa de la divergencia en las tasas de inflación, pero se suele olvidar. Por cierto, esto es simétrico, cuando se reduzca el precio del crudo, si no hay otros factores, la inflación debería caer más en España que en el resto de Europa.

El tercer factor es económico y no puramente aritmético, pero bastante obvio: si los combustibles son más baratos se consumen más. Si el gasóleo es más barato en España que en Francia, y, además, la energía eléctrica es más cara, en España se utilizará proporcionalmente, más combustible que electricidad.

Esto no sólo tiene que ver con los impuestos, sino también con las fuentes de energía que utilizamos para producir electricidad. Pero, cuanta más energía se importa, esencialmente, gas y petróleo, más se está expuesto a un shock externo, como el que estamos padeciendo. A todo esto, hay que añadir que como la energía es un coste importante en casi todos los productos y servicios, el incremento de precios se está trasladando a casi todos los productos y servicios.

¿Se puede y/o se debe bajar impuestos ante un shock energético? Antes de responder a esta pregunta, hay que ser consciente de que eso no es gratis. Es cierto que la recaudación ha aumentado en los impuestos que sí recaen sobre bases monetarias, la mayor parte del sistema fiscal. Pero también ha aumentado, con la pandemia, y aún más el gasto público. Es decir, que partimos de niveles casi record de déficit y de deuda pública.

Por otra parte, si los niveles de inflación siguen subiendo, algunos gastos como las pensiones, que son más de un tercio del gasto público total, se van a disparar. Por otra parte, a medida que se vaya normalizando la política monetaria, los tipos de interés tendrán que aumentar, con lo que también lo hará el coste de la deuda pública. Este inevitablemente endurecimiento de la política monetaria, que ya ha comenzado con el recorte de las compras de deuda por parte del Banco Central Europeo, se acelerará si la inflación continúa disparada en toda Europa.

¿Se puede bajar impuestos ante un shock energético? Antes de responder, hay que ser consciente de que eso no es gratis

Aún así, y siendo conscientes de que los impuestos sobre los combustibles españoles son de los más reducidos de Europa, en mi opinión, habría que intentar reducirlos temporalmente.

El origen del problema no es fiscal, como hemos visto, con lo que la solución no puede venir de los impuestos. Sin embargo, deberíamos intentar que la inflación no se termine de disparar, y que algunas actividades se paralicen por el coste de la energía.

Esto no se puede mantener mucho tiempo, pero esperemos que la oferta energética se incremente porque los productores de gas y petróleo aprovechen la oportunidad de vender a mayores precios. Aunque, como estamos viendo en Ucrania, no siempre se actúa con racionalidad.

Por otra parte, casi toda la electricidad, que producimos y consumimos, no proviene de gas, carbón o petróleo. En consecuencia, y en una situación tan complicada, habría que desconectar la retribución de las demás fuentes de energía del precio del gas, o como mínimo poner un tope. Aquí se comenzó reduciendo impuestos, pero no fue suficiente.

En resumen, tenemos mucho menos margen del que nos gustaría, tanto en la fiscalidad de la energía, como en la situación general de nuestras finanzas públicas, pero deberíamos emplear el que tenemos. Y deberíamos darnos prisa, antes de que la actividad económica se resienta más, y de que las expectativas de inflación de todos los agentes económicos se disparen.

Y todo esto no son buenas noticias, porque también habría que estar preparados para revertir con rapidez todas estas medidas en cuanto la situación internacional de los mercados energéticos se normalice.

¿Y cuándo se puede esperar una mejora? La situación de la energía, y en consecuencia, de la inflación que sufrimos, no sólo la ha ocasionado la brutal invasión del ejército de Putin en Ucrania, pero sí que ha acentuado todos los problemas previos.

Por esa razón, hasta que no haya un mínimo de estabilidad en la zona, no se puede esperar una mejora mínimamente estable en los mercados de materias primas, ni de energía, de los que tanto dependemos. Un panorama oscuro, aunque muchísimo menos que el del pueblo ucraniano, que sigue peleando por su libertad, pagando un altísimo precio.

*** Francisco de la Torre Díaz es economista e inspector de Hacienda.

 

 

 

 

 

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