El Musel, una regasificadora vital 10 años parada
¿Puede la Unión Europea permitirse el lujo de tener parada una planta regasificadora en mitad de una de las mayores crisis energéticas de su historia? Mientras que en otros países vemos como se diseñan planes para construir instalaciones flotantes y se defiende la soberanía energética, en España no se toman decisiones.
Y si no, que se lo digan a la regasificadora gijonesa de El Musel, un auténtico Expediente X que está hibernando desde que acabó de construirse hace una década, a la espera de la luz verde del ministerio de Transición Ecológica.
Su utilidad está fuera de toda duda. Las regasificadoras funcionan como punto de entrada al gas natural licuado (GNL) que transportan los buques metaneros. Actualmente hay seis funcionando en España. La de Asturias sigue esperando su turno. Han hecho falta una guerra y la decidida posición de Europa de dejar de depender del gas ruso para revivir el debate sobre la tramitación urgente de las instalaciones, algo que ya comparten todos los grupos del Ayuntamiento gijonés.
Los dos tanques situados en el puerto asturiano cuentan con una capacidad de almacenamiento de hasta 300.000 metros cúbicos de GNL, lo que se convierte en 174 millones de metros cúbicos de gas tras el proceso de regasificación. Costó más de 380 millones construirla y, una vez finalizadas las obras en 2012, diversos fallos en la tramitación han dejado la planta parada.
Sí, el gas natural debe ser visto como una transición y no como un fin en sí mismo. Hay poco debate a la hora de afirmar con rotundidad que el futuro energético de Europa pasa por las renovables, y así lo hemos dejado patente en el ambicioso paquete energético Fit for 55 o en el más reciente REPowerEU. La autonomía energética es una prioridad, y hay que jugar de manera inteligente las cartas con las que contamos.
La autonomía energética es una prioridad, y hay que jugar de manera inteligente las cartas con las que contamos
Esta necesidad de invertir en renovables, sin embargo, no puede apartarnos de la realidad más inmediata. Si pudiésemos apostar hoy todo a las energías limpias para cortar lazos con Rusia no habría motivo para no hacerlo. Pero hay factores evidentes de realidad: la intermitencia de las fuentes de energía verde hace que su suministro no sea ni predecible ni constante.
Por otro lado, las baterías que podrían servir para almacenar remanentes son una solución adecuada a medio y largo plazo, pero no todavía. Y exigen un uso intensivo de materias primas, como el litio, de las que también somos dependientes.
Dicho lo cual, esta falta de interés (o de previsión) por la política energética nacional viene de lejos. La regasificadora es una más en la interminable lista de improvisaciones que el Gobierno se empeña en seguir ampliando.
La semana pasada mandé una carta a la ministra Teresa Ribera reclamando la puesta en marcha de las herramientas que pueden hacer de España una apuesta fiable para crear una alternativa al gas ruso en el sur de Europa. España tiene un tercio de la capacidad regasificadora de la UE. Más aún si contamos con la capacidad de las instalaciones durmientes de Gijón.
Pero esta fuerza estratégica de regasificación, unida a las conexiones que tenemos con el Magreb, no servirá de nada si no contamos con una interconexión real con el resto de Europa. Pregunté a Ribera por el MidCat, un gaseoducto entre España y Francia que duplicaría nuestra capacidad anual de transporte y que fue rechazado por el Gobierno socialista en 2019. La ministra ahora dice que sí, que es estratégico, pero que necesita fondos europeos para plantearlo definitivamente.
La rectificación quizá llegue ya demasiado tarde. El proyecto se pudo financiar con fondos europeos desde 2013 a 2018 dentro de los proyectos de interés común, algo que ahora habrá que volver a pelear en Bruselas.
El proyecto se pudo financiar con fondos europeos desde 2013 a 2018 dentro de los proyectos de interés común
Después de las urgencias, miremos al futuro. La regasificadora y el MidCat también pueden ser útiles para el horizonte descarbonizado que pretende la UE. Ambos deben ser aliados para el transporte y almacenamiento de hidrógeno verde, el combustible renovable que ya se proyecta en España (concretamente en Asturias) como un aliado para la industria pesada sin emisiones.
Las herramientas, las ideas y los proyectos están ahí. Es triste que la injustificable agresión de Rusia haya sido el detonante necesario para poner sobre la mesa asuntos ya necesarios hace cinco o diez años para tener una agenda energética fiable y de futuro en nuestro país, una hoja de ruta que habrían agradecido tanto los hogares como la industria. Hagámoslo ahora porque seguramente no habrá otra oportunidad.
*** Susana Solís es eurodiputada de Ciudadanos en el Parlamento Europeo.