La crisis de Ucrania, larvada desde finales de año pasado y que ha culminado con una inesperada invasión de dicho país por parte de la Federación Rusa el pasado 24 de febrero, ha provocado un gigantesco shock de precios y de suministro de materias primas, tanto de metales como agrícolas y energéticas.
Y es que los países involucrados, el invasor y el invadido, son dos de los principales productores mundiales de muchas de esas materias primas. Estamos, por tanto, ante un shock global, pero de carácter asimétrico.
Para los países importadores de materias primas se trata de un choque negativo de oferta. Tal y como lo representamos en el gráfico a continuación, la curva de oferta agregada (AS) se desplaza hacia la izquierda, lo que se traduce en un menor crecimiento del PIB real y del empleo, y en un mayor nivel de precios.
Para un país exportador de dichas materias primas, se trata de un choque positivo de demanda agregada, es decir, aumentarán tanto su PIB real como su nivel de precios.
El resultado a nivel global es que, a corto plazo, se produce una transferencia de rentas desde los países importadores a los países exportadores. Dicho de otra forma, el país importador es más pobre, haga lo que haga y se ponga como se ponga. Esta es una realidad que debe ser entendida tanto por los gobernantes y políticos, como por el conjunto de la población.
Este tipo de choque de materias primas no es la primera vez que ocurre. Los más famosos fueron los choques del precio del petróleo de 1973 (tras la guerra del Yom Kippur) y de 1979 (tras la revolución iraní) que supusieron unas subidas muy elevadas (se multiplicaron por 3 y por 2, respectivamente) y permanentes de los precios del crudo, con consecuencias muy duras en términos de inflación y desempleo ("estanflación") en los países occidentales.
El Gráfico 2 recoge el precio del petróleo en términos reales, es decir, dividido por el IPC de los países desarrollados, desde 1970 a 2016. Además de esos dos grandes shocks de 1973 y 1979, otros choques de menor magnitud y, sobre todo, menor duración, fueron los asociados a la Guerra del Golfo en 1991, precisamente para desalojar a otro gigante invasor (Irak) de un país pequeño e indefenso (Kuwait), y el de 2007-2008, previo a la crisis financiera global, conocida como la Gran Recesión de 2008, y en el que el barril de Brent alcanzó el récord de 140$.
La reacción de la poltica económica ante los choques de oferta no es fácil, pues se enfrenta a un dilema: si se plantea políticas de demanda expansivas (monetaria o fiscal), que desplacen la curva AD a la derecha, amortiguarán el impacto sobre el PIB y el empleo, pero empeorarán la inflación. Y, si le preocupa la inflación y aplica políticas de demanda restrictivas, empeorará el PIB y el empleo.
Por ello, en estos casos, las tradicionales políticas monetarias y fiscales no funcionan, y se deben aplicar "políticas de oferta", es decir, políticas que vuelvan a desplazar la curva de oferta agregada (AS) hacia la derecha, neutralizando todo o parte del choque negativo inicial.
El problema es que estas políticas son más difíciles de implementar y obtienen resultados que, a veces, no son inmediatos.
1. Políticas de oferta
Una de las posibles políticas de oferta expansivas es tratar de sustituir importaciones de materias primas de esos países, bien por producción local o bien de terceros países.
La producción local no suele ser una opción, pues los países importadores no suelen tener acceso a estas materias primas que importa. Una excepción fue la producción de "gas y petróleo no convencional" por parte de EEUU ("fracking"), que le convirtió en un país exportador de energía, cuando en el siglo XX había sido el mayor importador mundial.
Otra opción es acudir al carbón. Pero este sólo serviría para la generación de electricidad, no para la movilidad y ni siquiera ya para la calefacción o para buena parte de los procesos industriales adaptados al gas o al fuel. Y tendría implicaciones medioambientales negativas. Es decir, estaríamos aparcando nuestra estrategia de descarbonización por culpa del choque de oferta sufrido.
Otra política de oferta es el pacto de rentas, es decir la limitación de crecimiento de precios y salarios nominales, para evitar una espiral inflacionista. Estas políticas no resuelven el empobrecimiento del país importador. Pero sí que evitan una segunda ronda de empobrecimiento en caso de que los trabajadores, los perceptores de rentas o los empresarios, traten de evitar esa pérdida de renta elevando salarios, rentas y precios.
Actuar así empeoraría el shock de oferta, pues el país perdería competitividad, tendría una erosión de su riqueza real e introduciría más incertidumbre, lo que frenaría aún más las decisiones de inversión.
Las bajadas de la imposición a los carburantes deben ser selectivas: sólo para los sectores más afectados.
Un ejemplo de pacto de rentas exitoso fueron los Pactos de la Moncloa de 1977, que frenaron la espiral inflacionista, que se situaba en el 30%.
La dificultad del pacto de rentas radica en que se debe aceptar que el punto de partida es que el país es más pobre como resultado del choque de materias primas. Y que esta pérdida de renta se debe repartir entre todos los agentes, activos e inactivos, excluyendo por supuesto a los más vulnerables: perceptores de pensiones mínimas, de ingreso mínimo vital, hogares en pobreza energética, perceptores de salario mínimo, etc.
Las bajadas de impuestos indirectos y las rebajas de cotizaciones sociales son también medidas que desplazan la curva de oferta hacia la derecha. Para implementarlas debe haber margen de maniobra. Los países con unas cuentas de la Seguridad Social saneadas se lo pueden permitir de forma transitoria sin poner en riesgo el sistema de pensiones. Lo mismo pasa con los impuestos indirectos, que algunos países los tienen elevados y pueden permitirse esa rebaja.
Cuando hablamos de impuestos indirectos, nos referimos a los de otros bienes distintos a las materias primas importadas cuyo precio ha subido. Si bajamos la imposición indirecta a estos bienes, la señal de escasez, trasmitida por los precios de la energía, no llegará a los consumidores y el volumen de importaciones se mantendrá elevado, por lo que el choque de oferta perdurará en el tiempo.
Esto fue lo que ocurrió en España en 1973, bajo el franquismo. Los medios de comunicación se reían al ver a los europeos en bicicleta mientras que aquí, el precio de la gasolina, que estaba regulado, no subió, y nadie redujo su consumo del petróleo. Como el choque de oferta fue permanente, las consecuencias sobre el PIB y el empleo se mantuvieron durante mucho más tiempo en España que en Europa.
El ahorro energético es bueno para ambos objetivos: como política de oferta transitoria y como política estructural medio ambiental.
Por ello, las bajadas de la imposición a los carburantes, tanto impuestos de hidrocarburos como IVA, deben ser selectivas. Sólo para los sectores más afectados y, cuya reducción de consumo de petróleo por menor actividad, vendría asociado a una menor oferta de otros productos y servicios (pesca, agricultura, transporte) que agravarían el choque de oferta inicial.
Finalmente queda el ahorro energético. Cada barril de petróleo o metro cúbico de gas no consumido se traduce en unas menores importaciones energéticas y una mayor renta nacional. Renta nacional que se traduciría en mayor inversión, consumo y empleo. Por eso, el ahorro energético es expansivo, cuando lo realiza un país importador de energía.
Pero es que, además, el ahorro y la eficiencia energética es una opción estructural, adoptada dentro de una estrategia europea y mundial de lucha contra el cambio climático. Es decir que, lejos de haber una contradicción con el medio ambiente, como sería el uso del carbón doméstico para generar electricidad, el ahorro energético es bueno para ambos objetivos simultáneamente: como política de oferta transitoria y como política estructural medio ambiental.
2. Objetivos 2030
La Directiva de Eficiencia Energética (Directivas 2018/2002/UE) establece un marco común de medidas para el fomento de la eficiencia energética dentro de la Unión Europea, con el objetivo de asegurar la consecución del objetivo principal: mejora de la eficiencia en un 32,5% en 2030.
Dentro de este marco normativo común, corresponde a cada Estado miembro la fijación de un objetivo nacional orientativo de eficiencia energética, basado bien en el consumo de energía primaria o final, en el ahorro de energía primaria o final o en la intensidad energética.
España ha optado por fijar el objetivo orientativo de eficiencia energética a 2030 en términos de consumo de energía primaria. El último Plan Nacional Integrado de Energía y Clima (PNIEC) 2021-2030 como no puede ser de otra forma, hace suyo el objetivo de mejora de la eficiencia energética del 32,5% en 2030 aprobado por la Unión Europea, pero va más allá y espera que, con las medidas a poner en marcha y según sus propios modelos de simulación, se alcance un 39,5% de mejora de la eficiencia energética respecto al escenario de referencia.
Con estos objetivos tan ambiciosos, no sería de recibo un retraso de las medidas de ahorro por la situación económica tras este choque de oferta. Al revés, el choque de materias primas debería ser un revulsivo para acelerar e intensificar las medidas de ahorro energético, por tratarse también de una política de oferta positiva.
3. Guerra económica contra Putin
Hemos visto que las medidas de ahorro energético son buenas en un doble sentido: (i) porque ayudan a contrarrestar el choque de oferta negativo asociado a la energía importada y (ii) porque contribuyen a lograr los objetivos medioambientales que nos hemos impuesto de cara a 2030.
Pero queda un tercer argumento, que no es menor. Como decíamos al principio del artículo el choque de oferta está causado por la invasión de Rusia, uno de los grandes productores de gas y petróleo, sobre un país que no había agredido al invasor.
Al contrario de lo que ocurrió en la Guerra del Golfo, tras la invasión de Kuwait, una respuesta militar contra Rusia coordinada por Occidente es imposible, pues todo el mundo acepta que eso equivaldría a la Tercera Guerra Mundial.
Rusia, una economía pequeña y endeudada, debería ser fácilmente doblegable. Pero la Historia enseña que doblegar a un país exportador de materias primas no es fácil.
La derrota militar del invasor a costa del ejercito de Ucrania también parece difícil, por las diferencias en los tamaños de ambos ejércitos, aunque su resistencia está admirando a todos.
La única opción, por tanto, es la derrota de Putin a través de la "guerra económica". Rusia, una economía relativamente pequeña (con un PIB intermedio entre el de España e Italia) y muy endeudada con el exterior, debería ser fácilmente doblegable. Pero la Historia nos ha enseñado que doblegar a un país exportador de materias primas no es fácil.
Las medidas que le imponen acceder a sus reservas de divisas hundirán al rublo y la endeudarán más. Las restricciones de acceso a los sistemas de pagos para buena parte de sus transacciones también reducirán su capacidad de exportar e importar, y causará una buena parálisis económica. También el cierre del espacio aéreo para los vuelos de sus aerolíneas o las que viajen a ese país, lo que provocará un parón absoluto al turismo, tanto el de salida como el de entrada. La confiscación de los bienes de los oligarcas podría ejercer algo de presión de tipo personal, pero no tendrán trascendencia macroeconómica. También es simbólico el boicot al caviar, al chatka y al vodka. Aquí lo único que sería definitivo sería la prohibición de importar petróleo y gas ruso. Pero eso es muy difícil de aplicar a corto plazo, dada la dependencia de ambos bienes por parte de muchos países del norte y centro Europa.
Lo único definitivo sería la prohibición de importar petróleo y gas ruso. Pero eso es muy difícil dada la dependencia de ambos bienes por parte de los países del norte y centro Europa.
La única alternativa es, por tanto, una reducción de la demanda a través de política de ahorro y eficiencia energética.
La Agencia Internacional de la Energía (IEA) cree que es posible reducir la demanda de gas y petróleo ruso en casi un 30%, en apenas cuatro meses. Es decir, reducir en 2.7 millones los 10 millones de barriles que Rusia exporta diariamente. En su documento A 10 point plan tu cut oil use ofrece una serie de medidas que no son novedosas, pero que conviene recordar:
(i) Reducir los límites de velocidad en 10 km/h.
(ii) Fomentar el teletrabajo a 3 días por semana, cuando sea posible.
(iii) Domingos sin coches en las ciudades, salvo vehículos de emergencia o esenciales.
(iv) Abaratar el transporte público (ya puestos, ¿por qué no ponerlo gratuito durante 3 meses?) e incentivar el uso de bicicletas, micro movilidad y desplazamientos a pie.
(v) Matrículas pares e impares alternando en las grandes ciudades.
(vi) Favorecer el coche compartido y el uso compartido de los coches.
(vii) Mejorar la eficiencia en la conducción de transporte de mercancías por carretera y en el reparto.
(viii) Utilizar trenes de alta velocidad y/o trenes de noche cuando sea posible, sustituyendo transporte por carretera.
(ix) Evitar viajes en avión si no son estrictamente necesarios.
(x) Apoyar la adopción de vehículos eléctricos y eficientes.
Muchas de estas medidas podrían tener aplicación inmediata, otras llevarían más tiempo. Algunas serían más impopulares que otras, y requerirían el consenso político.
Pero lo relevante es que consigan trasmitir a la población el triple mensaje: que las medidas de ahorro energético ayudan, simultáneamente, a:
a) Contrarrestar el choque de oferta negativo, elevando el PIB y el empleo y reduciendo la inflación.
b) Contribuir a los objetivos contra el cambio climático que nos hemos marcado como país y como planeta.
c) Acabar con Putin y, por tanto, con esta guerra injusta y otras posibles guerras.
Es difícil movilizar a un país que no está combatiendo directamente en la guerra. Pero hay que hacer pedagogía y explicar que esta movilización mediante el ahorro energético no es sólo altruista, porque ayuda a terminar con el invasor. También nos ayuda a nosotros, porque mitiga los efectos de la crisis internacional y contribuye a nuestros objetivos medioambientales estructurales. Ojalá se consiga.
Miguel Sebastián - ICAE y Universidad Complutense