Como con los bebés, los primeros pasos de las nuevas tecnologías producen esperanza y miedo a partes iguales. Esperanza por las posibles maravillas que permitirán y miedo ante los riesgos que podrían aparecer por el camino. Por eso, aunque esta semana el mundo recibe con optimismo y asombro el nuevo gran avance de la neurociencia, también cabe preguntarse qué amenazas surgen de este tipo de innovaciones.
La estupenda noticia es que, por primera vez en la historia, un hombre que vive completamente encerrado en su cerebro a causa de la Esclerosis Lateral Amiotrófica (ELA) ha sido capaz de comunicar frases completas al mundo exterior a través de un ordenador. "Funciona sin esfuerzo" y "Quiero a mi hijo" han sido algunas de las primeras cosas que ha podido decir, tras más de dos años desde que perdió su última vía de comunicación con el mundo exterior.
Este increíble hito sigue la estela de otros avances, como los que han permitido que personas con extremidades amputadas controlen versiones robóticas de brazos y piernas y con la mente y recuperen parcialmente el sentido del tacto. Y todo ello gracias a la suma de un montón de tecnologías para registrar las señales del cerebro y traducirlas a comandos interpretables por un ordenador.
Dicho así parece sencillo, pero la técnica es endiabladamente complicada, sobre todo si se tiene en cuenta que el cerebro es el órgano más desconocido del cuerpo humano y que, para que la técnica funcione, es necesario perforar el cráneo e insertar un implante con electrodos dentro de la cabeza. Algo a lo que, probablemente nadie estaría dispuesto a someterse voluntariamente si no fuera por necesidad.
Pero algunos pesos pesados de la industria tecnológica no están de acuerdo. En lugar de limitarse a las aplicaciones terapéuticas, quieren convertir el enfoque en un producto de consumo de masas. Contemplan la técnica como el primer paso para que los humanos nos comuniquemos con las máquinas sin aburridos intermediarios como el teclado y el ratón.
Pesos pesados de la industria tecnológica contemplan la técnica como el primer paso para que los humanos nos comuniquemos con las máquinas sin intermediarios como el ratón
Para los pacientes como el enfermo de ELA, cualquier avance en el campo de las interfaces cerebro-máquina podría suponer la diferencia entre vivir encerrados en sus mentes y poder comunicarse con el mundo, o entre ser incapaces de valerse por sí mismos y ganar un cierto grado de autonomía. Para el CEO de Neuralink, Elon Musk, se trata de construir "una FitBit" para el cerebro.
No es el único. Hace años, el CEO de la empresa anteriormente conocida como Facebook, Marck Zuckerberg, también anunció su propio proyecto para lanzar un dispositivo no invasivo capaz de leer la actividad neuronal de forma inalámbrica. Pero, a diferencia de las soluciones de software puro que le han hecho millonario, se topó con que trabajar con el cuerpo humano es mucho más difícil de lo que creía.
Al darse cuenta de que, en el mejor de los casos, tardaría años en conseguir su objetivo de forma rápida y eficiente, Zuck decidió paralizar la iniciativa. Y menos mal. Porque si sus redes sociales ya vigilan cada movimiento de sus usuarios, ¿qué pasaría si lograra construir una puerta a los pensamientos?
Gracias a los años que llevamos sometidos al capitalismo de vigilancia, esta posibilidad suena terrorífica al instante. Lamentablemente, para los investigadores del campo y los pacientes que podrían beneficiarse de estos avances, a veces los millones de los pesos pesados de la tecnología son su única forma de financiación, convirtiendo a los sujetos de estudio en conejillos de Indias de la industria tecnológica.
Por supuesto, tanto investigadores como empresarios quieren ayudar a los pacientes, y no creo que haya nadie que se oponga a eso. El problema llegará con la transferencia de esta tecnología a la industria, ahí es cuando tendremos que alzar la voz para decir que no estamos dispuestos a dejar que las Big Tech se metan dentro de nuestra cabeza.
Es cierto que todavía queda mucho camino por delante, pero el abandono de Zuckerberg no ha hecho mella en la determinación de Musk, famoso por sus arriesgadas iniciativas empresariales a largo plazo. Así que, mientras tanto, lo mejor que podemos hacer es seguir apoyando la financiación pública de la ciencia y la tecnología, para que sean investigadores sin intereses comerciales quienes hagan avanzar la neurotecnología por un camino que dé más esperanza que miedo.