La decisión de Elon Musk de adquirir un 9.2% de las acciones de Twitter en el mercado, convirtiéndose por tanto en su accionista de referencia (su ex-CEO y fundador, Jack Dorsey, tan solo tiene un 2.25%) suena relativamente razonable. Hay que tener en consideración la fortuna que Musk ha conseguido a base de crear compañías como SpaceX o Tesla que revolucionan sus respectivas industrias, y la pasión con la que el personaje recurre a Twitter como forma de comunicación directa y sin ningún tipo de filtro con el mundo.
Después de todo, si utilizas constantemente una plataforma, tienes opiniones encontradas sobre su modelo de gestión y tienes los medios para hacerlo, tratar de influir en ello no deja de ser una decisión razonable. De hecho, podría llegar a tener una notable influencia sobre una compañía que aún está muy lejos de encontrar ese modelo ideal que combine un nivel adecuado de libertad de expresión con las protecciones que necesita la sociedad en su conjunto o, en particular, algunos de sus integrantes.
Para Twitter, cuyos fundadores se definían en sus orígenes como "el ala prolibre expresión del partido de la libre expresión", encontrar ese balance ha sido siempre problemático: permítelo todo, y aparecerán desde salvajes que insultan, acosan y terminan por expulsar a sus víctimas, hasta apóstoles de todo tipo de causas que se dedicarán a crear alarma social o a simular movimientos con miles de apoyos cuando, en realidad, son cuatro gatos manejando miles de cuentas.
Como bien dicen los norteamericanos, una cosa es la libertad de expresión, y otra la de gritar "fuego" en un teatro lleno de gente.
Twitter nunca ha sido, como compañía, una gran inversión
Por otro lado, Twitter nunca ha sido, como compañía, una gran inversión. Sus acciones, desde que salieron a bolsa en noviembre de 2013, se han revalorizado comparativamente muy poco con respecto a lo que lo han hecho otras tecnológicas.
La toma de posiciones de Musk en la compañía no persigue tanto un interés económico como un intento de mejorar sus prestaciones como herramienta de comunicación como un intento de mejorar sus prestaciones como herramienta de comunicación, toda vez que su protagonista llegó a fantasear con la idea de crear una alternativa (y fue disuadido, en parte, por el desastre experimentado por Donald Trump en su intento de hacer lo mismo).
Cuando una compañía como Twitter se encuentra, de la noche a la mañana, con un accionista de referencia como Musk, lo razonable, conociendo su historial de éxito, es invitarlo a formar parte de tu consejo de administración.
Un puesto en el consejo permitiría a Musk actuar rápidamente sobre la compañía, y proponer mejoras o cambios. Sin embargo, hay un problema: si Musk aceptase un puesto en el consejo, eso limitaría sus posibilidades de seguir adquiriendo acciones a un 14,9%, lo que impediría, por ejemplo, que se plantease adquirir la compañía. Y esto es algo no completamente impensable, considerando la fortuna con la que cuenta Musk y su interés por tener su dinero funcionando y creando riqueza, en lugar de tenerlo pagando impuestos.
Estamos hablando de un ácrata, de alguien que no acepta demasiado bien las normas y limitaciones
Pero además, es importante entender que estamos hablando de un ácrata, de alguien que no acepta demasiado bien las normas y limitaciones, que en varias ocasiones ha tenido problemas con los reguladores por hacer o decir cosas que estos han estimado que no podía hacer.
Si Musk pasa a integrar el consejo de Twitter, se encontraría con que, por ley, tendría que actuar en lo que otros consideren que es "el mejor interés de los accionistas y la compañía". Y eso, que ese interés coincida con la opinión de Musk, es claramente discutible. Desde que se anunció su participación en la compañía, varios de los tuits que ha publicado son, como mínimo, controvertidos, cuestionando duramente la gestión de la compañía.
Y si hay algo que Musk sabe que no quiere, es más control sobre lo que hace o dice. De nuevo: un ácrata como la copa de un pino, al que no es fácil sujetar con normas o limitaciones.
¿El resultado? Muy sencillo: Musk renuncia a estar en el consejo de administración de Twitter e intercambia ese supuesto "privilegio" por la posibilidad de tener todo el acceso que quiera a sus directivos. Podría decir así casi cualquier cosa que se le pase por la cabeza, y apalancar su capacidad de generar cambio en el poder de la propia herramienta que maneja para ello.
Habitualmente, un puesto en un consejo de administración es eso, un sitio desde el cual tener cierto nivel de control sobre la estrategia de la compañía, obtenida bien en función de una participación accionarial o del interés de la propia compañía.
Con Musk, sin embargo, nos encontramos ante una paradoja: tanto para él como para su compañía, parece mejor que no forme parte del consejo de administración y que siga manteniendo su libertad para opinar sin ningún tipo de restricciones.
Es una situación muy interesante: tienes la posibilidad de incorporar a tu compañía al que sin duda es el directivo más exitoso y con más carisma y liderazgo de los últimos tiempos, pero terminas renunciando a hacerlo, porque el personaje es lo más parecido a un ácrata que puedas imaginar en el mundo empresarial.
Y digan lo que digan sus críticos y sus haters… esperemos que aparezcan en el mundo empresarial muchos más ácratas como él.