Ucrania no entrará en la Unión Europea
Antes de la guerra, la economía ucraniana era un erial. Y tras la salida de Reino Unido, la Unión Europea tiene menos dinero a repartir entre sus socios del Este.
Ahora es un país simplemente destruido. Pero, mucho antes de la invasión, Ucrania ya no se limitaba a ser otro país pobre más, uno de tantos. Tras el derrumbe de la Unión Soviética, los antiguos enclaves del socialismo real tardarían muchos años antes de recuperar los niveles de vida vigentes hacia 1990, aquel muy modesto ir tirando de la última etapa del comunismo, la previa al colapso definitivo del sistema.
Pero es que Ucrania no los recuperó nunca. La trayectoria económica de ese nuevo Estado entre 1990 y 2017 no es que fuera significativamente peor que las del resto de los miembros del difunto bloque del Este, es que resultó ser la quinta peor entre todas las naciones del mundo. Nada menos que la quinta peor. Hasta el punto de que a lo largo de esos 27 años solo hubo docena y media de territorios soberanos en todo el planeta que presentasen tasas absolutas de crecimiento negativas.
Bien, pues en los puestos de cola de esa docena y media de verdaderos desastres estructurales sin paliativos figuraba la desgraciada nación que preside Zelenski, escoltada muy de cerca para la ocasión por Yemen, la República Democrática del Congo y Burundi.
En los puestos de cola de esa docena y media de verdaderos desastres estructurales sin paliativos figuraba la desgraciada nación que preside Zelenski
Repárese al respecto en que la Ucrania pacífica del mes de enero de 2022 todavía contaba con un 14% de la población laboral ocupada en la agricultura (España, uno de los países miembros de la Unión Europea con mayor peso relativo del agro en su estructura económica, los empleados en ese sector apenas andan por el 4% sobre el total).
El PIB per cápita del país más pobre entre todos los que integran ahora mismo la Unión, Bulgaria, se mueve en torno a los 12.300 euros. El PIB per cápita de Ucrania inmediatamente previo al inicio de la guerra no llegaba a los 4.400 euros, tres veces menos que el de los más pobres entre los más pobres. Porque un minuto antes de que empezara todo, Ucrania no era sólo un país pobre. Ucrania, su economía, era un erial. Y después llegaron los tanques.
Así las cosas, el pasado 28 de febrero el Gobierno de Ucrania solicitó de modo oficial la adhesión de su país a la Unión Europea por el procedimiento extraordinario de urgencia.
Un requerimiento que, en caso de verse satisfecho, implicaría la activación de modo inmediato del artículo 42.7 del Tratado de la Unión, en cuyo texto se contempla de modo expreso lo siguiente: "Si un Estado miembro es objeto de una agresión armada en su territorio, los demás Estados miembros le deberán ayuda y asistencia con todos los medios a su alcance". Palabras mayores.
Por lo demás, la presidenta de turno de la Comisión, Ursula von der Leyen, respondió a la demanda con muy sentidas frases esperanzadoras para las intenciones expresadas por el Ejecutivo de Kiev. Si bien lo más probable es que esas sentidas frases se las acabe llevando el viento; un viento, el portador de las voces amables de Bruselas, que se podría extender a lo largo de, por lo menos, los dos próximos lustros.
Y ello, entre otras poderosas razones de escala (Ucrania, con sus 44 millones de habitantes, devendría en el mayor receptor absoluto de fondos comunitarios a una enorme distancia de los siguientes en la lista, sus vecinos polacos), porque esa conjetura voluntarista, la de ampliar las fronteras de la Unión hasta más allá de las lindes de los antiguos territorios soviéticos, ha venido a coincidir en el tiempo con el quebranto provocado en el presupuesto comunitario por el brexit.
El Reino Unido era uno de los principales contribuyentes netos, el segundo por más señas, de un club en permanente expansión, el volcado en la desmesura de la ampliación sin límites hacia el Este, donde el número de los receptores crónicos de transferencias está abriendo un pozo sin fondo en las cuentas comunes. Porque con los británicos se han marchado también los aproximadamente 10.000 millones de euros que Londres aportaba cada año a la Unión.
Con los británicos se han marchado también los aproximadamente 10.000 millones de euros que Londres aportaba cada año a la Unión
Un notable volumen de recursos menguantes que solo se podrá compensar por tres vías, a saber: reduciendo el gasto, aumentando las contribuciones de los Estados o, tercera y última posibilidad, ampliando las fuentes de financiación propia de Bruselas.
La solución provisional a la que se ha llegado, un híbrido entre la primera y la tercera, en ningún caso garantiza, sin embargo, el retorno de la exuberancia financiera previa a la ruptura. Algo a lo que no resultan ajenos los costes asociados a los nuevos objetivos ecológicos y a los planes de digitalización, desembolsos a los que habrá que añadir los ahora prioritarios de reforzamiento de las fronteras exteriores.
Así, pese a los cerca de 7.000 millones de euros que se esperan recaudar con la nueva tasa comunitaria sobre los plásticos, a la UE no le ha quedado más remedio que anunciar un ajuste drástico en los fondos de cohesión y, sobre todo, en las partidas destinadas a la PAC, el catalizador de ese irritado malestar que, desde España a Alemania pasando por Francia, ha puesto en pie de guerra a los agricultores y ganaderos del continente.
En ese marco de restricciones crecientes, la incorporación al reparto de un enorme país agrícola operaría como un catalizador del descontento incontrolado en el Oeste.
El Consejo Europeo estará llamado los próximos 23 y 24 de junio a adoptar una decisión sobre la aspiración ucraniana de adquirir el estatus formal de candidato a la entrada en la Unión. Estatus que, en la práctica, no significa nada.
Albania accedió a esa condición en el año 2014 y Serbia lo hizo en 2012. Por su parte, Macedonia del Norte fue reconocida dentro de idéntica categoría en 2005, seis años después de que el Consejo hubiera avalado la inclusión de Turquía en esa lista de espera interminable. Y no existe razón jurídica alguna para que el último en llegar, hipotéticamente Ucrania, pudiera saltarse su lugar en la cola. Lo dicho: como muy pronto, a partir de 2030.
*** José García Domínguez es economista y periodista.