¿Otro 'Plan Marshall' para Europa?
Más de 75 días después de que se iniciara la invasión rusa de Ucrania, la guerra se ha convertido ya en el mayor azote de desestabilización del continente europeo desde la II Guerra Mundial. En perspectiva histórica, conflictos como la guerra de los Balcanes (1991-2001) o las guerras en Chechenia (1994-1996; 1999-2009) también tuvieron un alto impacto en términos de devastación y número de bajas.
Sin embargo, ninguno del alcance y la magnitud de la actual sobre terreno ucraniano, especialmente por la implicación directa de la UE y de las principales potencias occidentales que, por cómo ha escalado y se ha recrudecido el conflicto, se ha asumido como una feroz contienda entre autocracia y democracia.
Una guerra que deja ya más de 5,7 millones personas huidas, según los últimos datos difundidos por el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), y más de 7,7 millones de desplazados internos, además de una economía al borde del colapso: Ucrania debe ya un total de 22.000 millones de dólares al Fondo Monetario Internacional, al Banco Mundial y a otras instituciones financieras internacionales. Asimismo, cuenta con un déficit de 7.000 millones de dólares mensuales, según datos del mismo gobierno ucraniano, lo que exigirá una reestructuración de su deuda y un riego de ayuda financiera constante para evitar el estado de default.
Asimismo, más de tres meses después del comienzo de la guerra, y ante un conflicto sin visos claros de desenlace, las consecuencias económicas y sociales también se evidencian de manera cada vez más virulenta en suelo comunitario; la Eurozona observó en el mes de marzo una inflación del 7,5%, según Eurostat, el nivel más alto registrado desde la creación de la moneda única.
Un alza de precios indiscriminada, especialmente agravada por el encarecimiento del coste de la energía, en un contexto de bajo crecimiento (apenas un 0’2% durante el primer trimestre en el conjunto de la UE), lo que dibuja un escenario de estanflación de manual poco halagüeño para la recuperación económica, la competitividad de empresas e industria y la supervivencia del consumo de los hogares. Una situación a la que se suma el final de los programas de compra masiva de deuda del BCE y un más que previsible alza de tipos, en sintonía con los ocurrido en EEUU, lo que afectará a créditos, deuda y ahorros. ¿Nos asomamos hacia una nueva crisis de incierta duración?
Las consecuencias económicas y sociales también se evidencian de manera cada vez más virulenta en suelo comunitario
El vicepresidente de los liberales europeos, Luis Garicano, es una de las voces de la Eurocámara que mejor ha referido la torpeza e incongruencia con la que los Estados miembros y los aliados occidentales están jugando esta partida; desde que Rusia invadió Ucrania, hemos enviado a Putin más de 55.000 millones de euros a cambio del gas, el petróleo y el carbón rusos, según datos del Centro europeo de Investigación sobre Energía y Aire Limpio (CREA).
Esta cuantía cuadriplica el total que todo el entramado institucional de la Unión Europea ha enviado a Ucrania desde el inicio del conflicto (cerca de 13 millones de euros). Esto pone de manifiesto que, de algún modo, le estamos pagando la guerra a Putin, estamos siendo cómplices de la agonía ucraniana y de nuestra propia autodestrucción, pues cuanto mayor sea la duración del conflicto, mayor será el impacto.
En este contexto, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von der Leyen, anunció en el Pleno de Estrasburgo de la semana pasada la creación de un nuevo fondo para la reconstrucción de Ucrania, y para paliar los efectos que la guerra tiene en los Estados miembros. No precisó qué cuantía ni cómo se financiará, pero da una cierta idea del calibre del precipicio, pues lejos de lo que algunos pudieran argüir, esto no es una guerra lejana y remota, sino que asola al continente entero y pone en jaque el bienestar económico, la paz social y la fortaleza de nuestras democracias. ¿Estamos ante una reedición de un segundo gran fondo de recuperación, similar al empleado frente a la Covid, para mutualizar el impacto negativo en las economías europeas de la guerra en Ucrania?
Sea como fuere, al igual que ocurrió con la pandemia, la situación actual ha destapado las vulnerabilidades e imperfecciones del proyecto de construcción europeo, lo que ha abierto debates de un calado institucional sin precedentes que urgen a agilizar la transformación de la Unión para dotarnos de una verdadera capacidad de resiliencia y autonomía estratégica frente a crisis futuras.
Un plan de resiliencia que, bien con un nuevo gran fondo, bien con una implementación mucho más depurada de los recursos existentes, permita avanzar en la integración europea en ámbitos clave como la seguridad y la independencia energética, con un impulso decidido al Green Deal mediante la consecución de objetivos de alta eficiencia energética, el despliegue masivo de fuentes de energía renovables europeas y la puesta en marcha de una red de infraestructuras verdaderamente interconectada; y la Defensa, con una verdadera Unión Europea de la Defensa, que destine mayores esfuerzos a completar el Plan de Movilidad Militar y acelerar la creación de fuerzas de reacción rápida eficaces de la UE, además de un aumento del gasto tanto a nivel nacional como europeo.
En el plano tecnológico e industrial, urge reforzar los planes de ciberseguridad, potenciar la innovación y reducir nuestra dependencia de terceros países en cuanto a metales y materias primas estratégicas. Asimismo, es imperativo garantizar la diversificación de las cadenas de suministro y la reciprocidad en los intercambios comerciales con el objetivo de ofrecer mayores y mejores posibilidades de internacionalización, crecimiento y creación de empleo a empresas e industrias.
Sin éstas y otras muchas medidas para la consecución de una Unión Europea fuerte interna y externamente, con un peso geopolítico verdaderamente relevante, cualquier reminiscencia de Plan Marshall para Europa fracasará, las inversiones no obtendrán el alcance deseado y nos seguiremos resistiendo sensiblemente en un mundo turbulento y cambiante.
Esta semana, en la que celebramos el día de Europa, que este año coincide también con el fin de la Conferencia sobre el Futuro de Europa (CoFoE), se antoja más necesario que nunca reivindicar también una reforma de los tratados, que nos permita desprendernos de mecanismos de tomas de decisiones tan antidemocráticos como la unanimidad y avanzar hacia una mayoría cualificada en más ámbitos. Eso significaría que, quizá a esta hora, la UE habría parado ya de financiar esta guerra con un embargo definitivo al petróleo y el gas rusos. El tiempo juega en nuestra contra y, como bien dijo Séneca, “No hay ningún viento favorable para el que no sabe a dónde se dirige”. Conviene recordarlo.
*** Alberto Cuena es periodista especializado en asuntos económicos y Unión Europea.