A pesar de contar con una de las oportunidades geopolíticas más importantes del último siglo, España corre un serio riesgo de perderla por las decisiones que ha tomado en las últimas semanas. En poco más de medio año, España ha pasado de ser una pieza estratégica para asegurar la soberanía energética europea -ante los riesgos de suministro de combustibles fósiles procedentes de Rusia- a ser un país volátil y problemático a la hora de estructurar la política europea.
De todas las medidas tomadas por el Ejecutivo español, podemos destacar dos especialmente que contribuyen a la incertidumbre estratégica del continente. Por un lado, el giro copernicano en la política exterior hacia Argelia y Marruecos eleva considerablemente la dependencia energética de la Península Ibérica de Estados Unidos (el peso sobre el total de importaciones de gas se ha consolidado por encima del 40%, mientras que Argelia ha descendido del 30%).
Hasta la fecha, este ha sido un suministrador estable, pero que en el futuro puede dejar de serlo tanto porque en algún momento esté en riesgo el suministro energético del país, como porque llegue el momento en el que se normalicen los precios del gas a nivel internacional, lo cual provocará una enorme desventaja competitiva por el diferencial de precios entre el gas natural canalizado y el gas natural licuado.
Por más que la decisión del Gobierno Sánchez esté fundamentada en presiones internacionales por el reposicionamiento de Marruecos como aliado más fiable de EEUU y de sus aliados tradicionales en el Mediterráneo y Oriente Próximo [¿en qué momento Marruecos pasó a ocupar la posición que hasta la fecha tuvo España?], supone poner palos en las ruedas de un pilar de la estrategia europea. Y este no era otro que una concertación mayor con África para proveerse de gas sobre infraestructuras ya hechas o en fase de ejecución avanzada.
De la misma forma, se reduce la capacidad de exportación de GNL de España hacia los puertos del norte europeo, ya que será necesario destinar una parte importante de estas exportaciones a consumo interno que sustituya la parte que se pierde de Argelia (en torno a 7.000 millones de metros cúbicos).
En este sentido, de golpe, deja de tener sentido volver a dar la batalla para acabar la interconexión gasista con Francia (Midcat) si por la canalización circula un gas vuelto a licuar en la sobredimensionada red de regasificadoras y licuadoras y, por tanto, disparando el coste del combustible final. Pero no sólo es esto.
El hueco que ha dejado España lo está ocupando Italia
El hueco que ha dejado España lo está ocupando Italia, solucionando prácticamente de golpe su dependencia del gas ruso (40% de sus importaciones en el último ejercicio publicado 2020), pero con la incógnita de cuál será su capacidad de exportación instantánea de gas canalizado hacia los países centroeuropeos y del norte de Europa, los más vulnerables frente al suministro ruso. Recordemos que se necesitaría en torno a 90.000 millones de metros cúbicos para reducir aproximadamente el 40% de las importaciones rusas.
Por otro lado, se encuentra algo ampliamente celebrado por la opinión pública ibérica, pero que en el fondo es un punto débil muy relevante: la denominada "excepción ibérica". Después de más de tres décadas luchando por una integración de los mercados energéticos europeos, ahora se está decidiendo un marco de extraordinaria inseguridad para "topar" el precio del gas y, con ello, intentar reducir el precio al contado del mercado mayorista de la electricidad.
Son cuestiones de sobra conocidas que el verdadero problema lo tenemos en el diseño de los precios minoristas, la composición del mix de generación eléctrica y que este tope va a ser financiado por el 60% de los consumidores que están con tarifa fija generando un déficit tarifario que nos devuelve de nuevo a la pesadilla que fue en 2010.
Sin entrar en esos aspectos, esta "excepción" impide la convergencia de los mercados eléctricos y, muy especialmente, vuelve a congelar el elemento más importante como es un mayor grado de interconexión energética con Europa a través de Francia (apenas el 5% frente al objetivo del 15% en 2030).
En suma, el riesgo de perder posiciones y quedar en una posición enormemente desfavorable no sólo es cierto, sino que ya se está viendo en las últimas semanas. En un momento clave de las negociaciones europeas para la "desconexión" progresiva del gas y petróleo rusos, España no tiene una alternativa consistente que ofrecer al resto de socios europeos en aras de una soberanía energética que es cada día más importante y más aún ante los cambios geopolíticos tan relevantes que se están produciendo.
*** Javier Santacruz es economista.
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