El fantasma del sector exterior y la crisis energética
El saldo exterior ha empeorado y es necesairo un plan fiscal a medio plazo para consolidar las cuentas públicas y un pacto de rentas.
Todas las crisis económicas en España se han iniciado por el sector exterior. Por ejemplo, la de finales de los 50 del siglo pasado, la crisis de los 70 por el shock petrolífero, la de principios de los 90, y por supuesto, el estallido de la burbuja en 2008-2009. Y de todas ellas se salió devaluando la moneda, salvo evidentemente de la última porque ya estábamos en el euro. Eso sí, una parte del coste de salida de la anterior crisis fue una devaluación salarial, dolorosa, pero imprescindible, impulsada por la reforma laboral.
Se suele olvidar que un anticipo de esta devaluación de rentas fue el recorte de retribuciones a los funcionarios y la congelación de pensiones en 2010.
Pero, todas estas crisis se originaron, en un primer momento, por la caída de la productividad y el aumento de los costes de las empresas que se empezaron materializando por el aumento del déficit por cuenta corriente. Durante unos años, España, como economía en su conjunto, estuvo viviendo, en parte, del resto del mundo, endeudándose.
Esto llegó al límite en 2007, año en el que tuvimos el mayor déficit público del mundo en términos relativos, es decir en función de nuestro PIB. Para que nos hagamos una idea, sólo un país tuvo un déficit por cuenta corriente más elevado en términos absolutos: Estados Unidos, la economía nacional más grande del mundo.
Desde 2008 hasta 2013 España fue reduciendo el déficit exterior. Esta reducción de este desequilibrio, entre otros que se redujeron menos como el déficit público, permitió recuperar el crecimiento entre 2014 y 2019, como relato en ¿Hacienda somos todos? (Debate 2022).
Durante esos años se fueron reduciendo tanto la deuda externa, como la posición inversora institucional neta, es decir lo que debemos y ha invertido el resto del mundo menos lo que han invertido y se les debe a los residentes en España. Todo el saldo exterior empeoró en 2020 porque se cerró el turismo internacional. Y se esperaba que, en 2022, con la reactivación del turismo internacional, parte de la pesadilla quedase atrás. Nuestra dependencia financiera del exterior es muy elevada, aunque se ha reducido desde el 98% del PIB en 2104 hasta un 70% a finales del año pasado.
Se esperaba que, en 2022, con la reactivación del turismo internacional, parte de la pesadilla quedase atrás
Sin embargo, con la invasión rusa de Ucrania, nuestra factura energética se ha disparado. La previsión, por ejemplo, de Caixabank Research, es que la balanza energética sea muchísimo más negativa: pasando de un déficit de 14.528 millones en 2020 a 25.326 millones en 2021 y a una previsión de unos 45.000 millones de euros este 2022.
Esta es una previsión de abril, es decir que no tiene en cuenta que ha habido cortes de suministro del gas ruso a algunos países, ni tampoco el embargo al crudo ruso decidido posteriormente por la Unión Europea, con el efecto consiguiente en los precios. Otro factor que podría empeorar la balanza energética sería que continuase la devaluación del euro frente al dólar, moneda en la que se pagan la mayor parte de las importaciones energéticas.
Pero, incluso aunque todo esto no se materializase, parece que, en 2022, pese a la recuperación del turismo, ya no tendremos superávit por cuenta corriente, o éste será mínimo, por primera vez desde 2012.
Este hecho coincide con la productividad del trabajo que llevaba cayendo durante todos los trimestres de 2020 y 2021, aunque se recuperó ligeramente en el primer trimestre de 2022, pero eso fue justo antes de que se disparasen los costes energéticos y la inflación con el inicio de la invasión de Ucrania. Aunque estos datos de productividad se obtienen por diferencias, y, en consecuencia, son menos fiables que otros, tenemos una tendencia preocupante.
En 2022, pese a la recuperación del turismo, ya no tendremos superávit por cuenta corriente, o éste será mínimo, por primera vez desde 2012
Tenemos un cóctel sumamente peligroso: inflación, deuda y déficit público, y un menor crecimiento. Sin embargo, se suele olvidar que la recuperación del crecimiento entre 2014 y 2019 estuvo basado en la recuperación de las exportaciones y de la competitividad general de las empresas y la economía española.
Este proceso fue doloroso y fueron necesarios muchos sacrificios. Pero, en este 2022 nos podríamos enfrentar, de forma imprevista, a una situación similar a crisis anteriores que también se iniciaron por el déficit exterior y los problemas de competitividad.
Ahora nos enfrentamos a unos costes energéticos muy superiores para las familias y empresas. Buena parte de esta factura energética se paga al exterior, por lo que España como economía está sufriendo un proceso de empobrecimiento.
Esto se manifiesta con mucha claridad en la inflación: en la medida en que los salarios, al igual que otras, no se están actualizando con la inflación, el poder adquisitivo de muchos ciudadanos está disminuyendo. Además, ya no sólo es una cuestión energética, como ponía de manifiesto el último informe del Banco de España, el 68% de la cesta de bienes y servicios había incrementado su precio en los últimos meses.
Sin embargo, si los costes de la energía siguen aumentando, y además los salarios se indician a la inflación real, entraremos en una espiral salarios-precios. Por otra parte, el inevitable aumento de los tipos de interés supondrá un aumento del gasto del Estado, y en general de muchos ciudadanos y empresas.
Nuevamente, como tenemos una importante deuda externa neta, aunque ha afortunadamente se ha ido reduciendo en los últimos años, esto tampoco será un factor positivo. Si todos estos procesos se mantienen acabarán afectando, aún más, al crecimiento de la economía.
Con este panorama, la receta pasaría por un plan fiscal a medio plazo para consolidar las cuentas públicas y un pacto de rentas, que desgraciadamente, tendría que repartir costes y no beneficios.
No es un panorama muy halagüeño, aunque el de otros países podría ser peor: España tiene más capacidad de regasificación y de refino que otros países y estamos mucho más lejos de la guerra. Por supuesto, el final de las restricciones de la pandemia, y, sobre todo, el final de la guerra en Ucrania serían factores muy positivos para la economía, y alejarían muchos de estos fantasmas. Sin embargo, tristemente, son factores que no dependen en absoluto de nosotros.
*** Francisco de la Torre Díaz es economista e inspector de Hacienda.