La opinión de los economistas está dividida. Si estuviéramos hace 105 años, esa división sería fácil de adivinar: entre germanófilos y francófilos. Pero como estamos en 2022, la división se produce siguiendo líneas de argumentación más elaboradas, pero casi igual de pasionales, entre quienes defienden que el problema de la inflación en Europa (de oferta) es muy distinto del de EEUU (de demanda) y los que sostienen que el exceso de demanda, sobre todo, está creando el problema.
Entre los primeros suelen encontrarse los asesores gubernamentales y los antigubernamentales entre los segundos. Da igual que el gobierno sea de izquierda como en Alemania; o, como en España, una combinación de izquierda y extrema izquierda; o que sea de centroderecha tecnocrática, como en Francia; tecnocrático, como en Italia, o de derecha tradicional, como en Reino Unido.
Es normal que así discurran las líneas que separan a unos y otros: los que asesoran a los gobiernos apoyan implícitamente la tendencia de estos a ser electoralistas y a utilizar el aumento del gasto público para complacer al electorado (por lo que prefieren fijarse en la escasez de la oferta) mientras que quienes anhelan un cambio de gobierno acusan al aumento del gasto público de estar en la raíz de todos los males y, entre ellos, la subida descontrolada de los precios.
Solo los inclinados al ecumenismo, el sincretismo y el eclecticismo opinan, con buen criterio, que no hay por qué elegir. Tanto en EEUU como en Europa se combinan los dos problemas a la vez: el de la oferta y el de la demanda. El debate debería girar, por tanto (para que no termine todo en una cuestión de "galgos o podencos") alrededor de en qué grado se combinan uno y otro a ambos lados del Atlántico. Pero, incluso en ese debate, habrá mucho de escolástica y siempre faltarán claves para estar seguros de las conclusiones.
Quienes argumentan que el choque energético en EEUU es menor que en Europa porque allí son autosuficientes en el terreno de la energía se olvidan de que, en los mercados mayoristas, los precios se fijan internacionalmente y de que, si en Europa el precio del Brent ha subido en los 12 meses últimos un 61%, el crudo ligero, que es la referencia americana, ha subido un 60%.
El shock de oferta de la energía se sufre de manera parecida en los mercados mayoristas de ambos continentes
Otro tanto puede decirse de la tasa anual de variación del precio del gas natural: tanto en EEUU como en Europa ha subido un 223%. Esa subida fue más rápida en Europa hasta abril y más acelerada en EEUU en los dos últimos meses. Para, finalmente, igualarse.
La conclusión es que el shock de oferta de la energía se sufre de manera parecida en los mercados mayoristas de ambos continentes. Si se nota más en Europa es por la apreciación del dólar frente al euro en los doce últimos meses (+12%) y por los impuestos a los combustibles, incomparablemente más altos aquí que allí. Un antigubernamental pediría bajar esos impuestos europeos para reducir el impacto del shock de oferta energética… Incluso lo llamaría (no sé si dar ideas…) "shock de oferta fiscal"…
En el argumentario de quienes favorecen la idea de que son dos problemas de inflación diferentes está el que, aunque el IPC general es parecido a ambos lados del Atlántico (8,6% en USA; 8,1% en la Eurozona; 8,8% en la Unión Europea y 9% en Reino Unido) sin embargo, la inflación subyacente (sin energía ni alimentos frescos) es más baja de este lado (pues es 6% en EEUU; 3,8% en la Eurozona y 4,51% en la Unión Europea) aunque no lo sea en el caso de Reino Unido: 6,2%. Y destacan, sobre todo, ese 2,2% de diferencia entre EEUU y la Eurozona.
Siendo cierta esa diferencia, más que otra cosa, parece un problema de que en la economía de EEUU la "inflación inducida" en otros sectores por la subida de precios de la energía (eso que la mayor parte de los economistas españoles traducen horrísonamente del inglés como "efectos de segunda ronda", y que suena, más que a otra cosa, al impacto etílico que las segundas rondas suelen llevar aparejado) va por delante de la de la zona euro (y que esta le sigue) por cualesquiera que sean las razones de estructura económica.
Y que, finalmente, terminarán acercándose. Algo que puede ilustrarse, de momento, con el hecho de que, en la parte transcurrida de 2022, la inflación subyacente sube más deprisa en tasa anual en la zona euro (de 2,3% a 3,8%) que en EEUU (donde es, en este momento, el mismo 6% del mes de enero, tras bajar desde el 6,5% del mes de marzo). O, lo que es lo mismo, que parece que la inflación subyacente en USA y Europa convergen.
Proporcionalmente, en la economía de la Eurozona se ha inyectado más de un 60% más de dinero que en EEUU
Es verdad que, si se mira la demanda agregada, en EEUU ha superado su tendencia de antes de la pandemia, mientras que en la Eurozona no lo ha hecho. Pero ese es un problema arrastrado de mucho tiempo atrás, como los niveles de desempleo e inflación baja en Europa ponían de manifiesto desde mucho antes de que la pandemia empezara.
Las comparaciones de este tipo se hacen tediosas y para especialistas en "escolástica" económica, pues una comparación perfecta nunca puede llevarse a cabo, dadas las diferencias en la estructura económica de los dos continentes y en las distintas metodologías utilizadas para calcular el IPC.
Por eso, resulta mejor recurrir al razonamiento más abstracto posible a la hora de ilustrar que, además del problema de escasez de oferta en Europa (que nadie niega) hay un exceso de demanda, que también tienen los EEUU: tanto la Reserva Federal como el BCE han aumentado (por sus ayudas durante la pandemia) sus respectivos balances en 4,8 billones (trillion) de dólares cada uno. Es la misma cantidad, pero, en la Eurozona, aplicada a una economía cuyo tamaño equivale a solo un 60% de la de EEUU, por lo que, proporcionalmente, en la economía de la Eurozona se ha inyectado más de un 60% más de dinero.
Hace nueve meses, el consejero delegado de la filial de Maersk, que opera puertos de todo el mundo, se lamentaba de los cuellos de botella que existían en los puntos de llegada de los productos asiáticos y lanzaba una súplica: "¡Hay que reducir el consumo! Si no, esto no se acabará nunca".
Será una voz que clame en el desierto. Hasta que una fuerza superior mande parar. Normalmente será ese ser que, como dijo James Carville, el asesor de Clinton, intimida a todo el mundo: el mercado de deuda pública y de renta fija privada. Por mucho que el BCE ponga su mejor voluntad acomodaticia, errada o certera, en mitigar el impacto.