Es un espectáculo ver a los gobiernos chapoteando todos en la misma charca, con medidas económicas que estuvo probado en los años 1970s que no solo no servían para el mal que pretendían remediar, sino que empeoraban la situación.
También en los 1970s se probó que la inflación, combinada con el estancamiento económico, hacía caer a los gobiernos, uno tras otro (ni siquiera servía de mucho, a efectos electorales, el tratar de complacer con mayor gasto público a los ciudadanos). Pasó con Edward Heath, Harold Wilson y James Callaghan en Reino Unido; con Willy Brandt y Helmut Schmidt en Alemania; con Giscard d’Estaing en Francia; con Gerald Ford y Jimmy Carter en EEUU, y hasta con Adolfo Suárez en España. También con Fukuda, en Japón.
No está en esa lista el gobierno italiano porque era (y es) consustancial al gobierno italiano el caer cada poco tiempo (16 gobiernos entre 1970 y 1982). Tampoco tendría que estar en puridad en la lista el Japón de esos años, ya que su política, muy “italianizada”, vio caer a tantos primeros ministros que se pierde la cuenta: a lo largo de los 1970s, y contando solo desde 1972, cayeron uno tras otro, y con intervalos de uno o dos años, Kakuei Tanaka, Takeo Miki, Takeo Fukuda, Masayoshi Ohira y Zenko Suzuki.
A mitad de aquella crisis económica tan prolongada, en mayo de 1977, se reunieron en Londres los países que ahora se llamarían del G7, y se reprocharon mutuamente la incapacidad de los demás para tomar las medidas económicas adecuadas. El choque más destacado fue el que mantuvieron los EEUU, por boca de su secretario del Tesoro, Michael Blumenthal, y Alemania, ya que los primeros reclamaban a ésta que aprovechara su potencial económico y el superávit de su balanza comercial para incrementar el gasto y tirar así de la economía mundial.
Una tras otra, en las distintas cumbres, al menos cuatro sucesivas (otra en julio de 1978), Helmut Schmidt replicaba que no podía abandonar su política de austeridad porque Alemania no tenía potencial suficiente para hacer de locomotora económica mundial y, de paso, haría caer a su país en el mismo marasmo económico que ya vivían los demás.
Desde entonces, la capacidad de coordinarse entre los principales países occidentales y Japón ha subido notablemente (para muestra sirvan las sanciones a Rusia, aunque entonces, como de oficio ya estaba sancionada, no era necesaria esa coordinación), pero la tendencia al escapismo de los gobernantes sigue siendo la misma. Solo Alemania se atreve a decirle a sus ciudadanos una parte de la verdad descarnada: que, si tienen que pasar del estado de alerta actual, en el que se les recomienda que consuman menos energía, al estado de Emergencia, habrá apagones, cortes de suministro y racionamiento.
Aunque, bien que sea llamativo, no se pueda establecer un paralelismo estricto entre la responsabilidad de Alemania por haber entregado desde hace 20 años su política energética a las autoridades del Kremlin y el desarrollo de la “Ostpolitik” (apertura hacia el Este) de Willy Brandt, antes de perder el puesto de canciller por tener entre sus asesores a un espía de Alemania Oriental. O quizás sí que hay un paralelismo: el penúltimo canciller, Gerhart Schroeder, se sienta, o se sentaba hasta hace muy poco, en consejos de administración de las empresas gasísticas rusas…
La cruda realidad actual es que la situación económica global empeora en la línea esperada en esta columna desde hace meses, y ya es raro encontrar economistas no ligados a los gobiernos que no teman, con mayor o menor probabilidad, la llegada de una recesión.
Así, se puede decir ya que no solo China está en una recesión sectorial (la de la industria manufacturera), sino que tanto EEUU como la zona euro han iniciado en junio una disminución de su producto manufacturado. Eso es, al menos, lo que indican los PMIs respectivos provisionales, que ya se han situado por debajo de 50 a ambos lados del Atlántico (el número 50 es el parteaguas que separa la expansión de la contracción mensual).
Se mantienen por encima de 50, aunque bajando muy rápidamente, los PMIs del sector servicios.
La conclusión a fecha de hoy es que todo conduce, por ahora, a una situación parecida a la del verano-otoño de 2008, bien que en algunos casos con un desarrollo muy acelerado
Todo parece indicar que China está en una recesión generalizada, inducida por los confinamientos tan drásticos a que, para combatir la Covid-19, han sometido sus autoridades a las ciudades y puertos (sobre todo Shanghái). Sus exportaciones cayeron en abril un 4,6%, lo que no fue óbice para que el comercio global en ese mes (último para el que hay datos publicados) creciera un 0,5%, lo que hace subir su tasa anual del 2% al 3%.
En EEUU, tras un primer trimestre en que el PIB se redujo un 0,22%, parece que en el segundo también podría haberse producido otro retroceso o, en el mejor de los casos, un estancamiento (crecimiento cero), si bien es difícil de visualizar esa situación tan delicada a la vez que mantiene su pleno empleo.
La desaceleración de la economía global se nota especialmente en las bolsas y en el comportamiento de las materias primas industriales. Tanto unas como otras siguen evolucionando como en el año 2008, solo que, desde hace un mes, quemando etapas a pasos agigantados. Así, los metales industriales, cuyo precio llegó a acumular a principios de marzo una subida del 26%, en este momento pierden, desde el 31 de diciembre, un 11,1%.
Algo parecido puede decirse de los precios de la energía que, si hace 15 días acumulaban una subida conjunta en el año de un 67%, ahora esa subida es de un 50%. Aunque están sometidos a tal intercadencia que cualquier esperanza de caída se puede ver defraudada por los sobresaltos de la guerra en Ucrania. De todos modos, parece inevitable que, con la recesión industrial siendo un hecho (la producción industrial global cayó en abril un 2,7%, tras haber bajado en marzo un 1%) y con la recesión generalizada a la espera de confirmarse, la tendencia de los precios de la energía será a la baja, a pesar de que esa bajada esté salpicada de incrementos súbitos, al hilo de los acontecimientos.
Hasta en el terreno que más pavor provoca la subida de precios, el de la carestía y el desabastecimiento de los alimentos, las cosas se han relajado mucho: hace poco más de un mes, el precio de las materias primas agrícolas acumulaba una subida en el año de un 35%, pero ahora esa subida ya es solo del 10%. El precio del trigo, que subía en marzo un 66%, acumula ahora el 21%, confirmando nuestra esperanza de hace poco de que el dibujo de doble máximo en el precio estuviera apuntando esa bajada. La cosecha de arroz parece que será mejor de lo esperado, y su precio ha pasado de acumular una subida del 22% en el año a quedarse solo en el 10%.
La conclusión a fecha de hoy es que todo conduce, por ahora, a una situación parecida a la del verano-otoño de 2008, bien que en algunos casos con un desarrollo muy acelerado. En otros, en cambio, las cosas van muy poco a poco. Por ejemplo, en 2008, a estas alturas, la tasa de desempleo de EEUU estaba en 5,6% y llevaba un año subiendo lentamente. Ahora el desempleo está en 3,6% pero el sentimiento de los consumidores está en el punto más bajo de sus 70 años de serie histórica. Como se ve, en los procesos de cambio de tendencia siempre hay datos para todos los gustos.
En este panorama tan complicado y de gobiernos a la caza de una idea propagandística feliz, hay que recordar que, en los 1970s, hasta Jimmy Carter tomó medidas que, no por incompletas, dejaron de ser impopulares. En abril de 1978, cuando la inflación era del 6,5%, limitó la subida salarial de los funcionarios al 5,5%, “despertando la cólera de la opinión pública”. Una cólera que está por venir. Con subidas de salarios superiores a la inflación o sin ellas.
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