Hay que reconocer que el final de junio vino enormemente cargado de eventos de consideración. La reunión de mandatarios mundiales en Madrid con motivo de la celebración del encuentro de la OTAN y el encuentro de banqueros centrales en Sintra acapararon por días la atención mundial.
En el plano puramente económico, el análisis de la situación dado desde Portugal es tan inquietante como poco esperanzador. En la columna de hoy vamos a repasar algunos de los mensajes dados y sus implicaciones.
Empezando por la Reserva Federal de los Estados Unidos, después de reconocer su torpeza histórica en 2021 sobre la temporalidad de la inflación, su presidente admitió que su otro gran error ha sido no detectar que los problemas podrían ser peores, como se ha demostrado, por un fallo de inteligencia en el análisis de la oferta y su impacto en los precios. Este nuevo paso supone reconocer implícitamente que acepta la consecuencia de todo ello en forma de una recesión económica. Pero al margen de este punto, quiero destacar el comentario que Powell hizo sobre los riesgos de desglobalización a la que, según él, nos enfrentamos.
Que la primera potencia afirme que ve riesgos en este sentido es muy sintomático, pues demuestra la enorme fractura que se avecina para las próximas décadas respecto a un bloque consolidado política y económicamente como es el eje Rusia-China. Precisamente la cumbre de la OTAN resaltó este hecho señalando de forma acusadora a Putin e indirectamente a Xi Jinping. En cualquier caso, no sería una desglobalización radical como muestra el deseo de Australia por reactivar la negociación de un tratado de libre comercio con la UE y una mayor inclusión en África como voluntad colectiva.
Lo que es claro es que la geopolítica va a ocupar un espacio integral en el análisis económico junto a la macroeconomía. Mensaje muy claro para los gestores que todavía hoy defienden que son temas menores y que lo único que importa son los fundamentales.
La geopolítica va a ocupar un espacio integral en el análisis económico junto a la macroeconomía
Por lo que respecta a nuestro querido BCE, Lagarde fue sorprendentemente contundente. Me quedo con dos afirmaciones. La primera sobre el hecho de que no ve la inflación aflojando a corto plazo. La siguiente con que es imposible volver a un escenario de baja inflación. Siendo ambos negativos, afirmar que las expectativas son altas y que no van a devolvernos a la complacencia de las últimas tres décadas, resulta extremadamente relevante.
Esto implica que hay que seguir ajustando los elementos de la ecuación. Si eso es así, y España con un 10,2% de inflación interanual en junio lo puede atestiguar, tenemos un problema muy serio que hemos tocado en esta columna en no pocas ocasiones. La división entre norte y sur de Europa va a ser evidente lo que se va a poner de manifiesto, tiempo al tiempo, una vuelta a mayores spreads en la deuda periférica. Las primas de riesgo no pueden estar donde están ahora como igualmente no tiene sentido que la deuda española a 30 años pague lo mismo que el Treasury americano.
Me quedo también con los mensajes del gobernador del Banco de Inglaterra. Bailley dijo literalmente que están siendo golpeados por un shock de ingresos reales muy grande que afectará con dureza a la demanda. Si ven una mayor persistencia de la inflación están dispuestos a actuar con más fuerza. Un hecho necesario viendo la tibieza de las actuaciones precedentes.
Hubo muchos más mensajes, algunos cruzados como por ejemplo en relación con el dólar, pero en líneas generales lo que empezamos a percibir es que en una Europa más hawkish el riesgo de fragmentación es elevado a la vez que la fragilidad del mecanismo de transmisión de crédito. Y el riesgo de liquidez todavía no ha llegado. Mucho me temo que el otoño va a ser caliente, caliente.
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