Mentiras sostenibles
Vaya por delante que no estoy en contra ni de la sostenibilidad ni del espíritu que subyace en los principios que la sustentan. Lo dejo bien claro para evitar malentendidos y que algún pretoriano verde del ESG se me pueda echar encima por contar el grado de desconcierto que personalmente tengo sobre este tema.
La semana pasada conocimos que el Parlamento Europeo aprobó la catalogación como energía verde de la energía nuclear y las centrales de gas, y que por tanto deben considerarse a partir de ahora sostenibles, tal y como defiende la Comisión Europea.
La cuestión no es solventar una diferencia de apreciación, llamémoslo así, que separaba los dos organismos europeos, sino que el Parlamento debería explicar por qué antes no y ahora sí, dos fuentes absolutamente sostenibles no eran clasificadas como tal. La incongruencia es monumental si se atiende a los argumentos esgrimidos.
Según la comisaria europea de servicios financieros, el gas es un combustible fósil y por tanto no es verde según los principios elementales de la taxonomía. Pero para poder justificar el cambio se alude a que dado que algunos Estados miembros abandonan los combustibles fósiles sucios pueden necesitar el gas en la transición, se procede a su reclasificación. Lo dicho, absurdo.
No es una cuestión de semántica. Es que es de sentido común. La energía nuclear es limpia por simple definición. No hay reactor nuclear que emita CO2 o metano. Simplemente no emite gases contaminantes que contribuyen al deterioro climático. Una central nuclear la única emisión que libera es vapor de agua. Otra cosa es que en la trazabilidad completa de las emisiones se aprecie emisión indirecta.
Los estudios determinan que la huella de carbono de una central nuclear tiene un valor medio de 66 g de CO2/kWh, lo que estaría por encima de todas las energías renovables, aunque todavía bastante por debajo del gas y a una enorme distancia del carbón.
¿De dónde proviene esa supuesta emisión? En el hecho de que para construir una central se necesita hormigón, acero, cobre, y muchas toneladas de otros materiales, todos intensivos en energía, lo que lleva a un grado de la emisión, y recalco la expresión, indirecta.
Si midiésemos el nivel preciso imputable directamente al uso de una central nuclear estaríamos hablando de valores medios más próximos a los 5-15 gramos de CO2/kWh. Simplemente ridículo.
El Parlamento debería explicar por qué antes no y ahora sí, dos fuentes absolutamente sostenibles no eran clasificadas como tal
De todo esto se han dado cuenta en el Parlamento, ahora que Francia necesita cumplir la cuota verde y se lanza al uso radical de la energía nuclear y para ello nacionaliza el mayor productor nuclear de Europa (EDF).
O Alemania, que después de rescatar compañías (Uniper) sigue usando petróleo ruso -pagado en rublos pese al bloqueo- y reactiva el uso del carbón nacional, justo las dos fuentes más contaminantes que hay, todo ello debido al riesgo real de racionamiento de energía para este invierno del que hablaré próximamente.
Lo del gas, por cierto, es que ya no hay ni por donde cogerlo. El mundo lleva décadas pivotando hacia el consumo intensivo de gas como fuente de generación eléctrica, calefacción y uso de transporte, los elementos clave que justifican la extracción de materiales fósiles, y ahora nos dicen que estábamos equivocados pues aun siendo fósiles y con una elevada huella de carbón, se considera verde desde ahora.
Otra prueba del grado de ridículo que se puede llegar a hacer, entendiendo el calificativo como algo absurdo que genera controversia y no en su grado peyorativo, fue el informe del BCE la semana pasada sobre los resultados de la prueba de estrés del riesgo climático.
Los mismos muestran que los bancos aún no incorporan suficientemente el riesgo climático en sus marcos de pruebas y modelos internos a pesar de algunos avances realizados desde 2020. Las conclusiones rozan lo memorable.
Según el BCE, los 41 principales bancos de la eurozona sufrirían pérdidas crediticias de al menos 70.000 millones de euros (un 13% de la capitalización de mercado actual) por los precios más altos del carbono, inundaciones, sequías, y otra serie de catástrofes naturales.
Claro, uno puede pensar que el riesgo se elimina si los bancos solo financiasen programas radicalmente verdes, exentos de cualquier catástrofe medioambiental, y que además fuesen sostenibles atendiendo al resto de principios éticos y morales. Vamos, que si los bancos no diesen préstamos entonces serían perfectamente sostenibles.
Según el BCE, solo dos de cada diez bancos de la zona euro consideran el riesgo climático al otorgar préstamos. Entiendo que ahora que el gas y la nuclear son verdes es posible que el porcentaje suba.
Además, señaló que alrededor del 60% de los bancos aún no tienen un marco para el riesgo climático de prueba de estrés, que es como decir que dos terceras partes de los bancos no han desarrollado un marco de riesgos explícitos para valorar un huracán de fuerza 5 en Madrid, un terremoto de 12 grados en Roma o una sequía de 24 meses en París. Valga la ironía para expresar la idea.
Este desarrollo da para un debate intenso entre detractores y defensores de la taxonomía de la sostenibilidad. Como insisto en que mi objetivo no es atacarla, lo que no se puede pasar por alto es el punto incongruente en el que nos encontramos en el cual para poder seguir avanzando hay que ir desdiciéndose. Lo dicho, ridículo.