No han sido pocas las ocasiones en las que en esta misma columna he manifestado el "medido" error estratégico del BCE de no decidirse a modificar su política monetaria. Por ello resulta hasta cierto punto sorprendente el giro de timón dado el pasado jueves al anunciar finalmente elevar los tipos de interés por encima de lo esperado con la primera subida desde julio de 2011. Once años exactos sin ver alzas de tipos.
Que el banco se ha visto sobrepasado por los acontecimientos en este último año no se cuestiona por ser demasiado evidente. A la luz pública resultaba incongruente observar una aceleración de precios con esas calificaciones grotescas dadas de transitoriedad o temporalidad.
Aunque puede resultar contradictorio, estoy convencido de que todos los órganos de decisión de las instituciones sabían perfectamente lo que estaba ocurriendo, pero de la misma manera, de ahí esa calificación que daba al principio de "medido error", sabían que alertar sobre una mayor escalada de los precios traería consecuencias mucho peores en forma de inestabilidad y tensión.
Aunque suene repetitivo, hay países que no están preparados para normalizar el precio del dinero. La famosa fragmentación viene por el hecho de que las economías más endeudadas -esencialmente España e Italia- son extremadamente sensibles a mayores tipos de interés en un contexto extraordinariamente adverso como el presente. De ahí que los inversores tuviéramos puesta la atención no solo en el anuncio final de tipos sino en los detalles de esa herramienta conocida como TPI (Transmission Protection Instrument).
El hecho de que subiera más de lo esperado hace pensar que está dispuesto a hacerlo en la próxima reunión (septiembre), aunque Lagarde habló de que los próximos movimientos dependerán de la evolución de los datos. Es por ello por lo que anunció un cambio en la política de "forward guidance" por la de "data-dependence", algo que reduce en cierto modo la visibilidad.
Sabían que alertar sobre una mayor escalada de los precios traería consecuencias mucho peores en forma de inestabilidad y tensión.
No olvidemos que la subida de 50 puntos básicos no era una decisión por unanimidad y eso cuestiona que vuelva a hacerlo en septiembre en la misma cuantía si, por ejemplo, los precios de las commodities aflojan y con ello la inflación.
Lo que es incuestionable es que el mercado apuesta firmemente por más subidas. Según JPMorgan, se espera que el BCE suba un total de 125pb este año y 100pb el que viene de forma que quedarían 75pb en 2022 repartidos en 50pb en septiembre y otros 25pb en diciembre. Al final, este proceso de normalización llevaría a que los tipos de interés neutrales se situaran en el 2,25%. Pero en el camino es donde empiezan las consecuencias de fragmentación y la activación de la herramienta.
¿En qué consiste el TPI? Es un mecanismo que habilita la posibilidad de comprar activos (bonos de gobiernos y administraciones preferentemente pero también otros activos alternativos) con el objeto de controlar una eventual alza descontrolada en las tires de la deuda periférica, que amenace la estabilidad económica de la eurozona. En otras palabras, si la deuda española y/o italiana se disparasen, el BCE podría intervenir para estabilizar esa subida. El problema es que es un escenario muy plausible.
Italia tiene que afrontar unas elecciones en septiembre tras la renuncia ya en firme de Mario Draghi, con la amenaza de un gobierno con la ultraderecha presente en el nuevo. Esto complica la relación con el BCE si la deuda italiana siguiese aumentando spreads, como ya ocurrió la semana pasada. La otra opción es no hacer llegar a esa coalición, pero el precio sería someter a una ingobernabilidad al país. Las dos no son buenas soluciones.
España tiene el mismo escenario más adelante. Cualquiera de los dos partidos mayoritarios necesita de los radicales para gobernar. El peaje que está teniendo que pagar España en forma de pintorescas subidas de impuestos y una evidente tensión empresarial no anticipa nada bueno para el actual bloque "progresista". Mientras, la derecha es una incógnita hoy por hoy, sobre todo, por el esfuerzo necesario para conseguir un porcentaje que garantice poder tomar decisiones. Y es que ahora mismo parece que se necesita de una profunda recesión para un cambio.
Todo ello sin olvidar la amenaza que podría asolar el euro, ya que este próximo invierno Europa afronta una más que probable crisis energética, ahora no de precios sino de escasez, a la que hay que sumar las eventuales consecuencias económicas de un tejido industrial altamente dependiente del gas, que está ya por debajo de su capacidad productiva, y, lo que para mí es solo el inicio de algo mucho peor, la gran sequía que está asolando el continente y que afecta tanto a la producción industrial como a la agrícola.
Este próximo invierno Europa afronta una más que probable crisis energética, ahora no de precios sino de escasez.
Tomen nota de este punto porque posiblemente soy el único gestor que ahora mismo habla de esta terrible amenaza para la que no existe fuente alternativa y cuya única esperanza es encomendarse a la providencia climática.
En definitiva, el BCE abandona una larga década sin subidas de tipos en un intento desesperado de combatir la inflación sin dejar de lado su política cuantitativa que ya hay que dar como perenne en medio de un tremendo charco político y medioambiental y una recesión que parece hoy un poco más probable después de conocer los desastrosos datos de actividad manufacturera (PMI) conocidos el viernes.