Europa, SOS climático
Con un verano tan extremo como el que estamos viviendo en gran parte del mundo, lo fácil sería culpar al cambio climático. Para una persona esencialmente emocional sería sin duda la respuesta más espontánea.
A estas alturas, ya no se puede hablar de olas de calor, sino de un verano anormalmente cálido en España. Estos desagradables episodios meteorológicos se han doblado en su duración pasando de cuatro días a ocho. Tres olas de calor equivalen por tanto a un tercio del verano. El problema no es que en mediciones puntuales se alcancen temperaturas históricamente elevadas, sino que en promedio las tres olas oficiales de calor se han extendido a lo largo de todo el país de forma sincronizada. Este fenómeno no es exclusivo de España.
El pasado julio, el servicio meteorológico británico dio la alerta roja de calor por primera vez. Francia e Italia también se han visto arrasados por una ola de calor tan intensa que ha derretido los glaciares alpinos y ha provocado el deshielo del permafrost. El pegajoso recuerdo de 2021, catalogado oficialmente como el verano más caluroso en Europa, nos hace pensar que muy posiblemente vayamos a superarlo. Concatenar dos años récord no es un hecho nada habitual.
Las consecuencias de todo esto van mucho más allá de lo insoportable que se están volviendo los meses de julio y agosto en nuestras vidas. Según la OMS, la ola de calor que arrasó Europa en julio dejó más de 1.700 muertes solo en la península ibérica. Comparen con el Covid-19 y juzguen la gravedad.
La península es, sin duda, el punto de entrada más doloroso de esa caliente asfixia. Las malas condiciones climáticas han provocado que el 38% de toda la superficie quemada en Europa esté en España. Hablamos de más 230.000 hectáreas solo hasta finales de julio. Lamentablemente, esas cifras se elevarán de forma sustancial. Si agosto mantiene el ritmo de incendios, algo más del 1% de nuestro territorio se habrá consumido en llamas en apenas unas semanas. Hagan la proporción para estimar cuándo España dará el paso definitivo para ser un desierto.
Las consecuencias del calor impactan en la agricultura, un problema añadido a la discontinuidad del suministro de grano y otras materias por el conflicto en Ucrania. Francia se enfrenta a una cosecha de vino desastrosa debido a que el frío de abril y la sequía actual están asolando regiones icónicas como Burdeos.
Si agosto mantiene el ritmo de incendios, algo más del 1% de nuestro territorio se habrá consumido en llamas en apenas unas semanas
La producción de trigo en Europa ha sido catalogada de mala a muy mala. El pronóstico para la producción de trigo blando en 2022/23 se espera que se sitúe a un nivel muy inferior al de la temporada pasada. La Comisión Europea cita rendimientos reducidos en varios países, incluidos Francia, Polonia, Rumania y España. Otros analistas y expertos en la industria también han reducido sus expectativas futuras para la cosecha de trigo de la UE tras la sequía y las olas de calor.
Precisamente la agricultura nos confirma el lado más dramático de este cambio de ciclo productivo. Las empresas en las que invierte el fondo que gestiono advierten de las terribles consecuencias del fenómeno conocido como 'La Niña' en forma de descensos de producción en el cono sur americano, la persistente sequía del Midwest norteamericano o la pérdida de superficie cultivable por la fenómenos extremos en forma de tormentas tropicales y la mayor frecuencia de huracanes.
Según la FAO, los progresos siguen siendo insuficientes en el ámbito de la alimentación y la agricultura, lo que sugiere que las metas de desarrollo sostenible están fuera de alcance a nivel mundial a menos que se tomen medidas correctivas con urgencia. En 2020, la pandemia de la Covid-19 pudo abocar a entre 83 y 132 millones de personas a una situación de hambre crónica. En los dos últimos años, la cifra aumenta por la desigual producción y los fenómenos climáticos.
La falta de caudal en los ríos, la sequedad de un suelo habitualmente húmedo y la ausencia total de precipitaciones, ha llevado a que países abundantes en el recurso hídrico como Alemania o Países Bajos estén dando señales de alarma a la población. Desde mi estancia actual en Francia, confirmo que los cortes de agua son un hecho y la población ya sufre de restricciones. El consumo de agua pública se está viendo limitado a su uso en parques y jardines, y llega hasta tal punto que en algunas zonas costeras se empiezan a aplicar cortes y bajo caudal de suministro. Apunten este hecho, la inminente terrible gran crisis a la que se enfrenta Europa será la sequía.
Cambio climático o no causado por los humanos, algo que abre otro debate que por supuesto trataré más adelante, el mundo sufre consecuencias que van más allá de saber si el hombre es o no culpable de sus actos.
Europa tiene un gran problema. Un descomunal problema diría. Aquí no valen obligaciones de uso de termostatos o vestimenta. A la escasez energética hay que sumar la alimenticia, motivo por el cual la inflación no va a aflojar, llevando la presión económica a la confirmación de que Europa afrontará una más que severa recesión económica este invierno.
Al pueblo se le puede tener entretenido, pero hambriento es tan peligroso como letal para nuestros poco válidos gobernantes. Poblaciones de gran parte del mundo ya se están poniendo en guardia por este hecho y las revueltas van en aumento con el consiguiente riesgo de cambios de poder, y en Europa los políticos pensaban que estaban inmunizados contra revueltas de la población. La primavera árabe de 2010 empezó por una crisis alimenticia, no por un vendedor ambulante como cuenta Wikipedia, y derrocó a unos cuántos firmes y consolidados regímenes.