Cada vez son más las voces que apuntan al desarrollo de alternativas descentralizadas para todos los ámbitos de la actividad humana. Prácticamente en cada disciplina, surgen grupos de expertos que promueven nuevas formas de hacer las cosas, a modo de auténticas catarsis, en prácticamente todos los casos basadas en la cadena de bloques.
La cadena de bloques: un mecanismo de registro inalterable que fue enunciado por primera vez en una tesis doctoral en 1982, pero que no alcanzó notoriedad hasta que un tal (o una tal, o unos tales) Satoshi Nakamoto publicó un documento sobre como basar una moneda, que denominó bitcoin, en un mecanismo de cadena de bloques con algunos cambios destinados a marcar sus reglas, que de esa manera pasaban a depender exclusivamente del algoritmo, y no de ninguna autoridad emisora centralizada.
A partir de la publicación del ya célebre documento, la cadena de bloques ha sido incorporada a cada vez más cosas. Las primeras ideas al respecto, llevadas a cabo por personas como Vitalik Buterin, se basaron en extender las funcionalidades del mecanismo: ¿por qué vamos a limitar la cadena de bloques a ser simplemente una forma de controlar transacciones económicas? ¿Por qué no anclar a la cadena otro tipo de cosas, como otros activos, o contratos que se ejecuten cuando se cumplen unas premisas determinadas? Su desarrollo, Ethereum, es ahora una de las criptomonedas más importantes, aún en evolución para seguir ganando eficiencia e importancia, pero sobre todo, la base de una arquitectura descentralizada cada vez más pujante.
Sobre esa base, muchos otros propusieron otras criptomonedas, en muchos casos simplemente porque era relativamente sencillo hacerlo: proponer una criptomoneda que supuestamente “solucionase” los problemas de las anteriores era algo que proporcionaba relevancia y, en muchos casos, éxito económico, si conseguías convencer a un cierto número de personas de que tu criptomoneda tenía sentido. En otros casos, se crearon como broma, y aún así, siguen evolucionando y teniendo supuestamente algún valor.
Que muchos de los usos iniciales de la cadena de bloques hayan tenido que ver con el desarrollo de las criptomonedas es razonable: puestos a descentralizar y reinventar algo, ¿qué tal empezar por el dinero? Pero hay vida más allá de las criptomonedas: de hecho, una de las aplicaciones más ambiciosas es la llamada Web3, un esquema basado en la cadena de bloques que pretende redefinir internet tal y como la conocemos para descentralizar y poner en manos del usuario prácticamente todo, desde su identidad hasta la información que genera, pasando por las transacciones o la gobernanza.
Prácticamente en cada disciplina, surgen grupos de expertos que promueven nuevas formas de hacer las cosas, a modo de auténticas catarsis
¿Por qué tiene que ser Google, o Facebook, o alguna otra gran compañía la que me proporciona un perfil de usuario? ¿Por qué no me lo voy a proporcionar yo mismo?
Pero si la idea de Web3 resulta ya de por sí ambiciosa… ¿qué tal redefinir, por ejemplo, todo el sistema financiero, con todas sus transacciones? ¿Por qué debo depender de autoridades centralizadas o de intermediarios y comisionistas si puedo operar yo mismo con mi identidad propia? El mundo de las finanzas descentralizadas, o DeFi, es uno de los entornos más interesantes y pujantes que se están generando, con una constelación de talento interesantísima y unas posibilidades descomunales que los actores tradicionales están empezando a tener cada vez más en cuenta en todos los sentidos… salvo aquellos, que siempre los hay, que simplemente no se enteran.
Y ya puestos, ¿por qué no descentralizarlo todo? ¿Por qué un académico tiene que depender de que el editor de una revista científica tenga a bien aceptar la publicación de su investigación, si puede él mismo someterla a revisión por pares en un sistema completamente descentralizado y publicarla cuando lo estime oportuno? El dilema es claro: aceptar la tiranía de las grandes editoriales científicas y perpetuar su poder, o apostar por la ciencia descentralizada o DeSci, con un componente ideológico tan indudablemente atractivo como eliminar a intermediarios y comisionistas que restringen el acceso al conocimiento.
¿La energía? Si puedo generar electricidad de sobra en mi tejado, ¿por qué no compartirla con mis vecinos, en lugar de tener que verterla a una red que me paga menos y nada? Después de todo, cuantos más seamos, más probable es que podamos equilibrar nuestras necesidades… ¿por qué no descentralizar la gestión energética cuando las compañías que la mantienen centralizada se han convertido en lo que se han convertido?
El mundo de las finanzas descentralizadas, o DeFi, es uno de los entornos más interesantes
¿Y las redes sociales? Las redes sociales descentralizadas, o DeSo, prometen revolucionar la forma en que accedemos a la actividad y a la información de nuestros amigos, conocidos o de aquellos a quienes queramos seguir, eliminando la autoridad central que nos otorgaba graciosamente nuestra cuenta y que, a partir de ahí, se dedicaba a comercializar toda la información que íbamos generando, nuestros intereses, los de nuestros amigos y todo lo que pudiese averiguar, a una panda de anunciantes sedientos de datos - y carentes de toda ética - que pretendían convertirse en certeros francotiradores que nos atizaban sus anuncios.
La tendencia parece clara: la cadena de bloques como protocolo prácticamente universal, a pesar de que, como tal, es relativamente farragoso, y la descentralización de todo. Como mínimo, interesante. Pero como reflexión final, no olvidemos que algunas cosas se centralizan por algo.
En la Biología, hay funciones completamente descentralizadas, como el tacto, y otras fuertemente centralizadas, como la circulación sanguínea o la actividad cerebral. Internet nació como una descentralización de las redes, pero rápidamente se centralizó en compañías que consiguieron construir propuestas de valor que todos aceptamos, y que de paso, se convirtieron en algunas de las empresas más valiosas del mundo.
El equilibrio entre centralización y descentralización siempre ha estado ahí, generalmente dependiendo de lo que la tecnología del momento hacía posible. Ahora, todo apunta a que la popularidad de la cadena de bloques nos llevará a una descentralización cada vez mayor. Cuando hay cambios tecnológicos de semejante magnitud, es habitual ver imperios desmoronarse y fuertes cambios en las estructuras de poder. Veremos las consecuencias.