La posible generalización de la "excepción ibérica" al resto de la Unión Europea, barajada por Ursula Von der Leyen y reclamada desesperadamente por países como Alemania y otros con fuerte dependencia del gas ruso, es una cuestión radicalmente urgente como pocas.
Ya hace un año, antes de la brutal e irracional invasión de Ucrania por parte de Rusia, hablaba aquí mismo de cómo de contraproducente era el sistema de subasta energética en Europa.
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Pero más allá de la solución temporal y cortoplacista del posible desacoplamiento del precio del gas, impulsado por el chantaje de un país como Rusia, de lo que hay que hablar es de una reforma en profundidad, de una serie de cambios que tienen necesariamente que alinearse con los únicos fines que tanto los productores y distribuidores de electricidad como los consumidores.
Del primero al último, deberían tener en la cabeza: una emergencia climática que amenaza con sumir ya no a Europa, sino al mundo entero, en la madre de todas las crisis, sin punto de comparación con ninguna de las anteriores.
La emergencia climática amenaza con sumir ya no a Europa, sino al mundo entero, en la madre de todas las crisis.
Sobre la existencialidad de la emergencia climática ya he escrito mucho en ocasiones anteriores, y si eres negacionista o revisionista en ese tema, te recomiendo que no sigas leyendo y que te vayas castigado a algún rincón tranquilo en el que hacer examen de conciencia.
A estas alturas, y con el cúmulo de evidencias científicas que demuestran -nótese que no he dicho "especulan", ni "opinan"- lo que se nos viene encima, las dos únicas posibilidades que posibilitan una postura negacionista empiezan las dos por "i"; irresponsable o imbécil, y no tengo ningún interés en contar con ellos entre mis lectores.
Para el resto, para los que sí entienden mínimamente lo que los combustibles fósiles están haciendo a nuestro planeta, planteo una reflexión extrema: ¿qué sentido tendría que entrásemos en un supermercado, y que al llegar a la caja, pretendiesen cobrarnos todos los artículos que hemos comprado a precio de solomillo o de marisco gallego? ¿A dónde llevaría eso al mercado?
Por un lado, los consumidores, lógicamente, tratarían de adquirir sistemáticamente los productos más caros, dado que se los van a cobrar como tales. Pero, ¿y los productores y distribuidores? Estarían desesperados por abastecerse precisamente de esos productos muy caros, dado que son los que van a marcar el precio del total de la cesta.
Populista y absurdo, de acuerdo. El mercado de la energía no tiene nada que ver con eso, los consumidores tienen muy escaso margen para decidir nada, y los productores y distribuidores tienen otra serie de condicionantes.
Pero pensemos a dónde nos llevan las consecuencias del sistema de subasta actual. En primer lugar, a una evolución de precios completamente insostenible.
Con Alemania y Francia coqueteando ya con los 1.000 euros el megawatio hora, y con previsiones que apuntan, este invierno, que lleguen a los 2.000 -sobre todo en el caso de Francia, brutalmente restringida por los constantes problemas de mantenimiento de sus centrales nucleares- hablamos de una auténtica catástrofe, que obligará a inyectar miles de millones de euros en forma de ayudas para evitar la pobreza energética.
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Luego está el asunto, nada trivial, de la dependencia de países como Rusia. O se rompe radicalmente con Rusia, o Rusia rompe Europa y lo que le pongan por delante. Y romper con Rusia implica no "comprar menos gas", ni pasarnos a un uranio que también controlan, ni nada por el estilo. Implica llevar a cabo una transición energética real hacia energías que, por otro lado, son desde hace ya tiempo las más baratas y racionales.
O se rompe radicalmente con Rusia, o Rusia rompe Europa y lo que le pongan por delante
¿Discontinuas? Antes de que algún idiota venga con eso de "el sol no brilla por la noche", que es como para estamparle directamente una muy mala contestación, entendamos cómo funciona la tecnología.
La misma curva que aplica a la evolución de los microprocesadores funciona para los paneles solares, cada vez más potentes y más baratos, para las baterías y para muchos otros sistemas de almacenamiento.
Sobredimensionar en renovables y almacenar en forma de baterías -de nuevo, cada vez más potentes- y de hidrógeno verde es algo que tiene todo el sentido del mundo. De hecho, es lo único que tiene sentido.
Un mix energético equilibrado es, sencillamente, seguir utilizando las centrales nucleares que ya llevan años funcionando hasta que sus gastos de mantenimiento sean insostenibles; no construir ninguna otra porque han demostrado ser una constante sangría de dinero público y no solucionar ningún problema real; sobredimensionar en eólica terrestre, eólica marina y solar; e invertir en baterías e hidrógeno verde, además de toda una serie de tecnologías de almacenamiento adicionales, desde centrales reversibles hasta muchas otras.
Sí, la energía sí se puede almacenar lo suficiente como para suplir la discontinuidad de las energías renovables, y quien diga lo contrario miente, o está tremendamente desactualizado (o trabaja en una central nuclear).
Ahora bien: mientras el sistema actual de subasta siga en vigor, el incentivo para que productoras y distribuidoras de energía cambien es mínimo, o peor aún, incluso inverso.
Mantener el gas en la ecuación es vital para que los irresponsables beneficios sigan cayendo del cielo, como lo es el no sobredimensionar precisamente en los sistemas de producción más baratos. La combinación de capitalismo descarnado con una emergencia climática y con la inconsciencia de algunos va a ser, me temo, imposible de casar.
Reformemos el mercado energético, pero no en dos meses, ni en una semana: reunámonos mañana, y reformémoslo al día siguiente a ser posible. En días, no en semanas ni meses, y en profundidad, no con parches temporales. Pocas cosas tienen tan poco sentido y están tan desalineadas con nuestras necesidades actuales y futuras como esa.