Sobre Bill Gates se pueden pensar muchas cosas. Hay quien lo ve como la encarnación de todos los males y lo imagina en todas y cada una de las teorías de la conspiración más pintorescas, y quienes le reconocen una cierta capacidad no solo de anticiparse a muchas cosas, sino también de aportar su granito de arena -que no es pequeño, considerando su fortuna- para intentar aportar soluciones a los mismos.
Recientemente, Bill Gates ha comentado que no hay ninguna posibilidad de que los seres humano seamos capaces de resolver la emergencia climática en la que estamos metidos simplemente pidiendo a las personas que consuman menos. Básicamente, que las posibilidades de que una estrategia así funcione son nulas.
Consumir menos. Pensémoslo fríamente. Sin duda, consumir menos podría contribuir a solventar los problemas de un mundo en el que la demografía apunta aún a algunos años de crecimiento antes de comenzar un descenso gradual, y en el que los efectos antropogénicos sobre muchos ecosistemas nos llevará a ver importantísimas crisis derivadas de cosechas enteras fallidas o caladeros completamente agotados.
El crecimiento de la población puede, efectivamente, ser un problema, pero evocar a Malthus o a tiempos pasados en China y tratar de atajarlo de manera autoritaria es menos planteable aún, y posiblemente fuese mucho peor.
Sin embargo, es también fácil entender que la reducción del consumo no es algo fácil de aceptar desde un punto de vista social. Renunciar a comodidades que ya se han experimentado y que cuentan con niveles de arraigo importantes es algo muy difícilmente planteable, sobre todo si, además, no se lleva a cabo de manera homogénea.
Con la excepción de regímenes políticos fuertemente autoritarios, es muy difícil, o directamente imposible, plantear que la acción colectiva pueda resultar en un proceso de decrecimiento suficientemente significativo como para generar una diferencia real.
De ahí que frente a los apóstoles del decrecimiento, que postulan que solo consumir menos puede paliar nuestros problemas en un mundo claramente sobreexplotado, surja otra alternativa mucho más del agrado de aquellos que tienen relación con los entornos tecnológicos. En lugar de consumir menos, consumir mejor.
La tecnología, como clave a la hora de plantear alternativas más eficientes. En la práctica, es algo que llevamos mucho tiempo pidiendo a la tecnología, independientemente de que además, la hayamos convertido, siguiendo las consignas del capitalismo, en un negocio enorme que también aporta numerosos problemas.
¿Es realista pedir a los ciudadanos que dejen de consumir, que se acostumbren a una vida espartana o que renuncien a determinadas comodidades? Bill Gates opina que no solo no es realista, sino que es directamente imposible: incluso si la amenaza llega a ser brutalmente tangible, la inmensa mayoría de los ciudadanos no se planteará renunciar a cosas como su nivel de vida, y menos aún, volver a vivir como lo hacían nuestros bisabuelos o tatarabuelos.
"¿Es realista pedir a los ciudadanos que dejen de consumir, que se acostumbren a una vida espartana?"
Si el comportamiento previsto de las sociedades humanas es ese, el de considerar la innovación, en la gran mayoría de los casos, como "tierra conquistada" que se factoriza en nuestra forma de vivir y a la que ya no se renuncia, lo imprescindible es ser capaces de plantearnos que esa misma innovación pueda llegar a ofrecernos formas de mantener ese nivel de vida y esas comodidades, pero de una manera más respetuosa: con un uso de los recursos más racional y, sobre todo, de manera más sostenible.
Lógicamente, eso implica invertir. Para que una tecnología reduzca las emisiones vinculadas a una actividad determinada, es preciso desarrollarla, construirla y convertirla en accesible. Nadie duda que fabricar un coche eléctrico genera un consumo de recursos importante, pero una vez fabricado, su uso es inmensamente más sostenible que uno de combustión interna.
¿Quiere decir esto que tendremos que abrir minas de litio por todo el mundo, con lo que ello conlleva de impacto medioambiental? Pues hará falta litio, sin duda, pero ni es tan enormemente escaso como algunos pretenden, ni contamina cuando es retirado, ni es la única alternativa para fabricar baterías.
Y la única manera de alimentar la investigación destinada a crear baterías más sostenibles o basadas en elementos menos escasos es alimentando la demanda del vehículo eléctrico.
Cuando evaluemos alternativas para paliar los efectos de la emergencia climática, empecemos por una premisa: que sean socialmente aceptables, y por tanto, factibles. Y a partir de ahí, pensemos cómo aplicar eficiencia mediante más innovación, no en imaginar mundos en regresión en los que renunciamos al progreso y volvemos a vivir como nuestros antepasados. Sí, el progreso es lo que nos ha traído hasta aquí, pero hay muchas maneras de llevarlo a cabo, y ahora debemos dedicarnos a buscarlas, pero sin renunciar a él.