Durante los últimos años, el precio del petróleo se ha comportado como una verdadera montaña rusa. En la pandemia llegó a caer por debajo de los 20 dólares por barril ante la paralización económica a nivel global. Incluso se dio la situación de que algunos centros de almacenaje llegaron al máximo de su capacidad, por lo que se vieron obligados a pagar a los compradores para que retiraran el petróleo de sus instalaciones.
Desde entonces ha cambiado mucho la situación, puesto que los extraordinarios estímulos de gobiernos y bancos centrales restauraron la demanda más rápido que la oferta.
Hay que tener presente que, durante el periodo en el que los precios se desplomaron, la mayor parte de los países productores incurrieron en grandes déficits presupuestarios, mientras que las empresas relacionadas con la producción se vieron obligadas a asumir un mayor endeudamiento o, incluso a quebrar.
Esto provocó que, a medida que se restauraba el consumo, la industria petrolera fuera más escéptica sobre la necesidad de invertir en una mayor capacidad de producción. Desarrollar nuevas plantas de extracción es un proceso largo y costoso.
La escala en los precios se vio impulsada a principios de este año por el inicio de la guerra: Rusia es el tercer mayor productor del mundo y desde entonces el suministro de energía ha sufrido alteraciones. Aunque muchos países trataron de evitar comprar energía a Rusia, lo cierto es que se ha demostrado que es muy difícil sustituir esta producción.
El Kremlin, consciente de ello, lo ha utilizado como medida de presión frente a las sanciones. Y el barril de Brent llegó a superar los 130 dólares por primera vez desde 2008 ante el temor a una escasez prolongada.
Este incremento ha tenido otros daños colaterales. La energía tiene un peso relevante en el cálculo del IPC, por lo que gran parte de la subida generalizada de los precios ha estado impulsada por el encarecimiento energético. La inflación se ha disparado a máximos de las últimas cuatro décadas, lo que ha obligado a los bancos centrales a subir los tipos de interés de una manera más rápida y contundente con el objetivo de volver a estabilizar los precios.
La enorme volatilidad en los precios del petróleo responde en gran parte a la disparidad de opiniones entre los inversores
Este endurecimiento monetario está generando un progresivo empeoramiento de las perspectivas económicas y durante las últimas semanas las señales de alarma se están haciendo más evidentes.
La enorme volatilidad en los precios del petróleo responde en gran parte a la disparidad de opiniones entre los inversores. Por un lado, están los que temen que la falta de oferta dispare de nuevo los precios y, por el otro, los que piensan que la caída económica va a desencadenar en una destrucción de la demanda que ayudará a estabilizar los precios a unos niveles inferiores.
En las últimas semanas, el pesimismo sobre la evolución económica está en aumento, lo que ha llevado al petróleo hasta los 85 dólares, el nivel más bajo desde principios de año.
Esta caída en los precios ha motivado a la OPEP y sus socios a anunciar un nuevo recorte en la producción. El pasado mes de septiembre informó de una disminución de 100.000 barriles diarios a partir de octubre, pero no tuvo ningún impacto en el mercado.
En esta ocasión ha querido ser más convincente y a partir de noviembre reducirá su producción diaria en 2.000.000 de barriles, lo que representa alrededor del 2% del suministro mundial. Es el mayor recorte de producción desde la pandemia, lo que ha impulsado de nuevo los precios del crudo.
Ahora queda comprobar cuánto durará el impacto de esta decisión, ya que se dice que muchos de los miembros ya estaban bombeando por debajo de sus cuotas, por lo que ya estarían cumpliendo con estos límites.
La búsqueda de precios del petróleo más altos alimenta un círculo vicioso de mayor presión de inflación, subidas de tipos y empeoramiento económico
La OPEP y sus socios controlan más de un tercio de la producción mundial de petróleo, por lo que siguen teniendo una gran influencia en la fijación de precios. Sin embargo, una estrategia agresiva de encarecimiento de los precios podría volverse en su contra.
Aunque es entendible que los productores busquen unos precios más altos con el objetivo de ingresar más dinero para financiar el creciente gasto público, esta estrategia alimenta un círculo vicioso de mayor presión de inflación, subidas de tipos, empeoramiento económico y menor consumo.
La OPEP y sus socios van a poder compensar la caída de la demanda hasta cierto punto, ya que, ante el actual entorno de desaceleración económica, habrá miembros que no estén dispuestos a seguir reduciendo su producción a costa de tener menos ingresos.
Por este motivo, parece que nos encontramos cada vez más cerca de una estabilización de los precios. Aunque se puedan seguir produciendo movimientos destacados ante eventos inesperados, de cara a final de año el brent podría fluctuar dentro de un rango comprendido entre los 85 y los 100 dólares por barril.
Respecto al próximo año, si continuamos con el actual periodo recesivo, los precios podrían acercarse a los niveles previos a la pandemia entre los 70 y los 85 dólares por barril. La OPEP deberá sacarse un as de la manga si quiere impulsar de nuevo los precios ante su falta de credibilidad.
***Joaquín Robles es analista de XTB.