El fiasco del bitcoin en El Salvador
Bukele quiso pensar a lo grande y convertir El Salvador en una potencia financiera con el bitcoin. La realidad se impuso y su Gobierno ya se dispone a confiscar dinero de los trabajadores, paso previo al impago.
A diferencia de lo que ocurre con esos pequeños billetes de vistosos colorines con que los niños juegan al Monopoly, los euros que ahora mismo llevo en mi cartera son dinero de verdad. Pero no constituyen dinero del de verdad porque, tal como me explicaron en una facultad de Económicas hace 40 años yo tenga confianza en que poseen un valor intrínseco del que carecerían los papelitos del Monopoli. Bien al contrario, los euros que viajan dentro de mi bolsillo se caracterizan por gozar de idéntico valor objetivo que los dólares lúdicos de mentirijillas que manejan los niños, el mismo. Para más señas, ninguno.
Y es que el único atributo asociado a su naturaleza que les dota de la muy preciada condición de ser dinero no tiene nada que ver con la confianza en su poder de compra o en su presunta aceptación general, sino que, por el contrario, remite a una simple promesa coercitiva e intimidatoria del Estado. La promesa formal y solemne de que me enviará a la cárcel si me negara a pagar los impuestos con esa moneda, y solo con esa moneda, la que él, el Estado, ha decidido que se emplee de modo exclusivo y excluyente para tal fin.
He ahí la muy prosaica razón de que ninguna criptomoneda pueda ser considerada dinero, por sofisticada y vanguardista que resulte la tecnología sobre la que se sustente; o por mucho y rendido que sea el entusiasmo que su uso despierte entre los libertarios que fantasean con desposeer al Leviatán del monopolio de la emisión fiduciaria. Y eso acontece así en todo el globo terráqueo, excepto en un pequeño rincón de América Central llamado República de El Salvador, único lugar del planeta donde el abono de los tributos resulta susceptible de ser materializado en bitcoins.
Si aún estuviese vivo, lo que ahora sigue bien podría constituir el esbozo preliminar para el guión de una novela de García Márquez, aunque solo fuera porque Nayib Bukele, su genuino autor y todavía presidente del país, ha demostrado no haber nacido menos dotado que el Nobel colombiano para las ficciones enmarcadas en el realismo mágico.
Con el país endeudado hasta las cejas y necesitado de financiación extraordinaria adicional -al igual que tantas otras naciones de la periferia tras la pandemia-, Bukele se convenció de que dos pronósticos visionarios le permitirían eludir los estragos políticos y sociales, siempre tan onerosos, de un enésimo préstamo a cargo del FMI, convirtiendo de paso a El Salvador en una potencia financiera mundial llamada a codearse de tú a tú con Suiza.
"Bukele se convenció de que dos pronósticos visionarios le permitirían eludir los estragos de un préstamo del FMI"
Su primera apuesta fue que Rusia y Ucrania irían en breve a la guerra. Y acertó. La segunda, por su parte, presumía que Rusia, sometida al cerco financiero de Estados Unidos y la Unión Europea, recurriría al uso masivo del bitcoin para eludir las sanciones. Pero ahí se equivocó. Los rusos no están usando el bitcoin. Si lo hubieran hecho, su precio andaría disparado a estas horas. Y disparado anda, pero hacia abajo, no hacia arriba como soñó Bukele.
Esa es, por lo demás, la trastienda estratégica en forma de cuento de la lechera que inspiró la adopción del bitcoin como divisa oficial del país en septiembre de 2021. Una oficialidad que lleva aparejada la obligación legal de aceptar pagos y cobros en bitcoins para todos los particulares y empresas con residencia jurídica en El Salvador.
Al tiempo, se aprobó la creación de un fondo secreto -sí, secreto- dotado con 150 millones de dólares con el fin de subvencionar con cargo al Estado las diferencias de precios del bitcoin en las transferencias particulares entre el instante de la compra y el de la venta.
"El Estado deberá subvencionar a fondo perdido operaciones privadas"
Así, si un ciudadano de El Salvador adquirió un bitcoin en septiembre de 2021, cuando valía 41.412 dólares, con destino al alquiler con opción a compra de una casa cuya adquisición se consumó el jueves pasado, 10 de noviembre de 2022, jornada en la que el bitcoin se cotizó a 17.318 dólares, el Estado deberá subvencionar a fondo perdido esa operación privada con la entrega al comprador de 24.094 dólares, la diferencia en el tiempo entre los dos precios.
Un sistema ideal, por lo ingenioso, para llevar la hacienda del país a la quiebra en el periodo más breve imaginable. Y si Bukele no pensara a lo grande, el asunto podría haberse quedado ahí. Pero Bukele siempre piensa a lo grande. Así que ordenó acabar de arreglarlo todo con una emisión de bonos soberanos por valor de 1.000 millones de dólares.
¿Para qué? Bueno, la mitad, 500 millones, para comprar bitcoins por ahí. Y los otros 500, para financiar la construcción de una nueva ciudad con forma de bitcoin a los pies de un volcán, el Conchagua; una metrópoli futurista destinada a ser poblada por 'mineros' virtuales procedentes de los cinco continentes que acudirían a morar en ella con la promesa de Bukele de que los residentes no pagarán ningún impuesto salvo el IVA de los productos de consumo.
En cuanto a los bonos, se remunerarán con un interés del 6,5%. El pequeño problema, sin embargo, reside en que los bonos estatales de El Salvador se pueden conseguir ahora mismo en el mercado secundario a un tipo de interés del 30% (en el caso improbable de conseguir cobrarlos algún día, claro).
No habría que extrañarse demasiado, pues, de que no los quiera comprar nadie. ¿El final del cuento? Por desgracia, uno previsible: el Gobierno de El Salvador, agobiado por la falta de liquidez para asumir los pagos de sus facturas, ha anunciado ya su propósito de proceder en breve a la confiscación temporal del dinero propiedad de los trabajadores que está acumulado en las cuentas bancarias de su sistema de pensiones de capitalización individual. Un desfalco en toda regla. La próxima estación, el default.
*** José García Domínguez es economista y periodista.