La tensiones en la Sanidad madrileña están dejando un fuerte poso desagradable e injusto de desprecio por la tecnología, que llegaría prácticamente a rozar la caricatura si no fuese por su enorme importancia: la aparente consideración, obviamente desinformada, de que la telemedicina es, de alguna manera, una atención "de segunda", o peor, algún tipo de "irresponsabilidad".
Si hay una cosa clara en la evolución del cuidado de la salud es que la telemedicina no desperdicia una crisis. La pandemia, en ese sentido, fue un verdadero detonante en el uso de telemedicina: en todos los sistemas sanitarios del mundo, y en el contexto de unos confinamientos que hacían muy poco recomendable pasar tiempo en las instalaciones de un hospital o en sus salas de espera, fueron muchísimos los médicos y pacientes que probaron por primera vez la consulta telefónica o la videoconferencia como canal de intercambio de información para la prestación sanitaria.
La pandemia normalizó hasta tal punto el uso de la videoconferencia, que la aceptación del sistema fue muy elevada y sus resultados verdaderamente satisfactorios.
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Aún ahora, en muchos casos, es perfectamente normal encontrarte con que el uso de la videoconsulta o la consulta telefónica se ha convertido en habitual una vez superada la fase más complicada de la pandemia. Estar en la sala de espera de muchos hospitales y ver cómo los facultativos alternan las visitas presenciales con las videoconferencias forma parte de un paisaje cada vez más habitual, algo que, sin ninguna duda, va a seguir siendo así en el futuro.
Oponerse al uso de tecnologías como la videoconferencia en la prestación sanitaria es una verdadera barbaridad, que sin duda esconde otros problemas de fondo: desde la pésima situación salarial de los profesionales de la salud en nuestro país, hasta los patrones según los cuales desarrollan su trabajo.
La telemedicina no solo está aquí para quedarse, sino que además, va a ser uno de los motores más evidentes para mejorar la prestación sanitaria en su conjunto.
¿Dónde está el problema, entonces? Simplemente, en algo que ocurre en todos los procesos de adopción tecnológica: las resistencias iniciales. Quienes se oponen al uso de telemedicina creen, aparentemente, que les van a pedir que se pronuncien sobre un paciente y emitan un diagnóstico sobre su estado simplemente viéndolo a través de una cámara.
"¿De verdad crees que te van a pedir que diagnostiques un infarto mediante una videocámara?"
Obviamente, pretender algo así es una estupidez tan solemne, que coloca al que protesta por ello en una posición ridícula. ¿De verdad crees que te van a pedir que diagnostiques un infarto mediante una videocámara? Y lo siguiente, ¿qué va a ser? ¿Que le tararees el Stayin’ alive de los Bee Gees para que el mismo paciente se haga el masaje cardíaco? ¿Cómo puede un médico, supuestamente adulto, formado, responsable y razonable, pensar que le van a pedir algo así?
No, la telemedicina no tiene nada que ver con "míralo por la cámara y dime qué le pasa". En telemedicina hay muchísimos más recursos, empezando por el uso de dispositivos de todo tipo capaces de generar pruebas diagnósticas que se transmiten en tiempo real, y siguiendo con el recurso a unos profesionales de enfermería con formación y habilidades que pueden ponerse perfectamente en valor en el proceso de prestación sanitaria.
Una cantidad muy elevada de actos médicos se desarrollan de manera completamente habitual y cotidiana sin contacto alguno: las ocasiones en las que vas a un médico y no te pone una mano encima, porque simplemente necesita pedirte una serie de pruebas diagnósticas o examinar los resultados de las mismas excede, en muchos casos, las visitas en las que se lleva a cabo un examen detallado.
Esos actos médicos son perfectamente sustituibles mediante telemedicina, y permiten además eliminar mucha de la fricción que supone el desplazamiento al centro sanitario.
Pero no debemos limitarnos a ese tipo de visitas de petición de pruebas, de comentarios sobre sus resultados o de expedición de recetas, obviamente sustituibles por una simple conversación mediante videoconferencia.
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En todo el mundo, examinar desde una afección cutánea a un electrocardiograma hecho con un dispositivo relativamente barato, sencillo y homologado por las autoridades sanitarias que el paciente tiene en su casa es algo cada vez más habitual. Resistirse a ello alegando que "no se puede hacer un diagnóstico sin tener a la persona físicamente al lado" es como alegar que los rayos X no se deben utilizar porque son algún tipo de magia negra.
"No, la telemedicina no es 'medicina de segunda', sino una solución muy razonable"
No, la telemedicina no es "medicina de segunda", sino una solución muy razonable que veremos utilizada en una gama creciente de casuísticas en la medicina del futuro, digan lo que digan los médicos que supuestamente se resisten a ella. Lo peor que podría ocurrirnos como sociedad sería que los pacientes, llevados por el fragor de la batalla, rechazasen la telemedicina.
De hecho, deberían ser los propios médicos quienes recomendasen a los pacientes trasladar muchas de sus visitas a ese canal.
Que las especialidades escogidas para extender su uso sean o no las adecuadas para comenzar, o que los profesionales deban recibir formación para su uso es una discusión aparte. Pero es una discusión puramente técnica, que debería mantenerse completamente alejada de posiciones ideológicas o reivindicativas.
Discusión con investigación y pruebas, no en la calle, a gritos y con pancartas. La telemedicina se va a utilizar sí o sí en cada vez más contextos: ahora pasemos a discutir en cuáles de ellos tiene más sentido y cuáles precisan de algún tipo de adaptación.
Pero por favor, en el cuidado de la salud, no seamos luditas. Y mejor, ni siquiera corramos el riesgo de parecerlo. No tiene ningún sentido.