Dice Noam Chomsky que el Imperio americano no se va a terminar y, aunque su papel como “Papa de la lingüística” esté algo venido a menos desde que Daniel Everett echara por tierra, o eso parece, sus elucubraciones sobre el origen y evolución del lenguaje, sigue diciendo cosas interesantes, con su capacidad de ver una faceta de la realidad que no siempre es evidente. Y es que suele ser muy habitual que se compare la supuesta decadencia del “Imperio Americano” con la de otros imperios, e, incluso, con la del imperio por antonomasia, que fue el Imperio Romano.
Pero esas decadencias suelen durar mucho más tiempo que el que ha transcurrido desde que EEUU ocupa un lugar preeminente y que, por redondear, podríamos fijar en 100 años; es decir, desde poco después de la Primera Guerra Mundial hasta la actualidad. Incluso el Imperio español necesitó 300 años de desgaste hasta dejar de merecer el calificativo de imperial.
La antipatía por los imperios lleva a que a sus detractores los dedos se les vuelvan huéspedes y quieran ver señales inexistentes de decadencia por todas partes. Pero hay una prueba del nueve muy sencilla de hacer para calibrar cómo de decaídos están los Estados Unidos de América, y es mirar cómo se comportan las Bolsas del resto del mundo los días en que, como el jueves pasado, las de EEUU están cerradas por una fiesta (en este caso, por la del Día de Acción de Gracias). El resultado de la comprobación es contundente: ni se movieron. Cuando cierran las Bolsas de EEUU, las del resto del mundo simplemente sestean. Por no hablar de incontables signos adicionales que reflejan la primacía que sigue teniendo ese país.
Entre los quejicas del Imperio Americano están, recientemente, los líderes europeos y los burócratas (¡qué palabra tan fea!) de Bruselas. Sus lamentos, castigo por sus pecados del pasado, tienen que ver con lo caro que venden los americanos su gas natural a Europa en esta etapa de necesidad. ¡Cómo si EEUU no hubiera estado advirtiendo a Europa durante años de los peligros de depender energéticamente de Putin y de la necesidad de que aumentaran su gasto en Defensa y su contribución al presupuesto de la OTAN!
Esos errores se sumaron a que Europa quiso comerse a bocanadas el período de transición hacia un futuro sin contaminación atmosférica y, pensando que con creer firmemente en que ese futuro podía hacerse presente solo con un acto de voluntad, dejó a un lado la energía nuclear y empezó a desmontar centrales térmicas convencionales y de ciclo combinado como si el período de transición estuviera resuelto.
Nadie que dirija una empresa desconecta los sistemas antiguos antes de probar los nuevos que instala
Craso error. Nadie que dirija una empresa desconecta los sistemas antiguos antes de probar los nuevos que instala, ni antes de que las nuevas aplicaciones estén probadas, trabajando en paralelo durante meses, e, incluso, años, hasta estar seguros de que puede proceder a la desconexión de lo que se pretende sustituir. Los bancos, tras una fusión, mantienen los números antiguos de las cuentas corrientes de sus clientes durante un tiempo, no los cancelan sin más hasta tener la seguridad de que ninguna transferencia, cobro o pago se pierde.
Pero los líderes europeos, como si de Gretas Thunberg se tratara, decidieron que ¡dicho y hecho! Con las consecuencias que todos conocemos. A los reproches de los europeos los americanos responden que quienes se quedan con el margen que da la diferencia de precios entre el gas natural licuado que llega a Europa y su precio en origen son las empresas europeas que lo distribuyen.
Pero el gusto por echar las culpas de los problemas a los demás es tan humano que, “¡hasta los norteamericanos!”, incurren en él. Así, lo gracioso es que los líderes de partidos que apresuraron falsamente el futuro de las energías limpias amenazan ahora a las empresas que invierten poco en prospección y refino de esos combustibles fósiles con subirles los impuestos si no invierten más en eso que ellos mismos llamaron “energías sin futuro”. O a eso suenan las palabras recientes del presidente Joe Biden. Como si, tras el ataque a los combustibles fósiles, esa reacción de las empresas del ramo bajando sus niveles de inversión, no fuera lo razonable y esperable en un negocio que tenía los días contados…
Quien mirara las Bolsas el Día de Acción de Gracias y viera su calma chicha podría pensar que todos los problemas recientes están superados y, si ampliara el tiempo observado al último mes y medio, concluiría que definitivamente es así, a la vista de que en ese período no han dejado de subir: el índice general de Bolsa de EEUU S&P 500 se ha revalorizado casi un 13%, con lo que sus pérdidas del año 2022 se quedan, por ahora, en 16%, tras haber llegado a perder más de un 25%.
¿Quiere esto decir que los problemas de la inflación, la subida de tipos de interés, la eventual recesión, etc. se han solucionado? Con toda probabilidad, no. Lo que sucede, simplemente, es que a las crisis económicas les sucede lo que a los huracanes: mientras se pasa por el interior del ojo de huracán, parece que se ha restablecido la calma.
Eso, al menos, es lo que sucedió en todas las crisis económicas y bursátiles de grandes proporciones vividas en los últimos 50 años. En las más recientes es fácil recordarlo: la Gran Crisis Financiera se inició en agosto de 2007 con la congelación del mercado interbancario europeo; las Bolsas empezaron a caer con fuerza en octubre de ese mismo año y pararon su caída en marzo de 2008. A eso siguió, entre marzo y junio, una fuerte recuperación que hizo creer a muchos que todo estaba superado. Después (tras una nueva caída y un nuevo período de alivio) en septiembre llegó la quiebra de Lehman Brothers y se desató el pandemónium…
A las crisis económicas les sucede lo que a los huracanes: mientras se pasa por el interior del ojo de huracán, parece que se ha restablecido la calma
Otro tanto sucedió con el pinchazo de la burbuja tecnológica: tras el 11S en septiembre de 2001 y el bombardeo americano de Afganistán en octubre, todo parecía reconducirse y las Bolsas tuvieron seis meses de tranquilidad, pero después llegaron los escándalos contables de Enron, WorldCom y Tyco, y hasta marzo de 2003 no iniciaron una verdadera recuperación.
Hasta en los años 70 sucedió algo parecido. En 1973, y ya en vísperas del embargo del petróleo árabe a los países que apoyaban a Israel, el índice S&P 500 recuperó un 10% tras haber llegado a perder previamente un 16%. Después, continuó la bajada.
Otro tanto sucedió, aunque a su manera, durante la doble recesión que siguió en 1980-1982 a la segunda crisis del petróleo.
La comparación con los años 70 es algo que a estas alturas no suena nuevo a nadie, pero aún sigue sorprendiendo lo extraordinario del parecido: el gasto en energía como porcentaje del PIB ya está como en aquellos años en más del 16% del PIB (entonces anduvo por el 17% a 18%). Ese gasto fue muy inferior en los 40 años últimos, de los que, durante veinte, el porcentaje fue del 10%, según estimaciones de la OCDE.
La energía vuelve, pues, a ser el gozne sobre el que gira la economía mundial. Menos mal que la reacción de la industria europea está siendo la misma que tuvo todo el mundo tras las crisis del petróleo de los años 70: aumentar la eficiencia y consumir menos energía. Es decir, producir lo mismo o más, con menos. En el caso de la industria alemana parece que está siendo así: el 75% de sus empresas manifiestan que ya producen lo mismo utilizando menos gas.
En Europa no hay acuerdo sobre el tope al precio del gas natural y la ministra Ribera se enfada con la Comisión Europea, acusándola de preparar “un tope al gas imposible de aplicar”. Es una lástima que los políticos no se expresen con mayor precisión porque, aunque la ministra tiene parte de razón al mostrar su enfado, lo que realmente quiso decir es que la propuesta de la comisión es inoperante, porque mientras el precio no suba a 350 dólares por MWh y se mantenga allí un mínimo de dos semanas seguidas el tope no entraría en vigor. Lo que haría perfectamente posible que se aplicara, pero sería inoperante para precios muy altos, pero que no llegaran a ese nivel.
En realidad, la ministra Ribera y los 14 países europeos que la acompañan en la petición del “tope al gas” han recibido una respuesta a tono con ese “pedir la luna” de todos ellos. ¡Con lo sencillo que sería poner un “cortocircuito” diario para ese mercado!, algo que ya está más que experimentado en las Bolsas desde el crac de 1987 (hasta la CNMV lo impone en las Bolsas españolas cuando las caídas diarias de las cotizaciones son demasiado grandes) o en los mercados de materias primas de Shanghái o de Dalian, en China.
En todo caso, el rechazo algo soberbio a esa propuesta de la Comisión es muy peligroso y puede causar nostalgia y un mesarse los cabellos de quienes lo encabezan si se diera la circunstancia ¡Dios no lo quiera! de que el Gas Natural volviera a esas alturas estratosféricas.
¡Qué malo, a veces, es pedir la luna!