La inflación anual de los alimentos en España fue del 16% en octubre (con los huevos, la leche y las legumbres en el 25%). Esperemos que en noviembre haya mejorado. Aunque a todo hay quien gane, para lo malo y para lo bueno: en Alemania es de 21% y en Italia 14%.
Las diferentes perspectivas con que se contempla la situación económica tienen mucho que ver con la ideología y los intereses, y, también, con lo impreciso que se vuelve todo lo económico, sobre todo en el ciclo bajista.
Y de ciclo bajista va la cosa. Aunque ni en eso hay acuerdo. En España se ha publicado la creación de empleo del mes de noviembre y ha surgido, como otras veces, la discusión sobre lo bien o mal que reflejan esas cifras la verdadera situación: si se maquilla o no la cifra real de desempleo con el recurso a los fijos discontinuos; si los ocupados que buscan empleo son o no son la clave de lo que podría ser ese maquillaje; si las horas trabajadas dan una mejor idea de cómo evoluciona el mercado laboral, etc.
No es una característica española el que haya ese tipo de discusiones; es algo universal. Sin ir más lejos, y por haberse producido su publicación también en la semana última, en EEUU hay una divergencia en las cifras de empleo que trae tarumbas a quienes las observan.
El viernes pasado se publicó allí la creación de empleo no agrícola, que resultó ser mejor de lo esperado (263.000 puestos de trabajo creados, cuando se esperaban 200.000). Pero eso era según la encuesta que se hace entre las empresas, que es la que suele acaparar las portadas de los diarios.
Sin embargo, en paralelo, se hace otra encuesta que, en vez de realizarse entre las empresas, se hace en los domicilios, y esta otra encuesta pinta un panorama del empleo en los EEUU muy poco alentador. Según la encuesta en empresas, desde marzo de este año, se han creado allí 2.692.000 puestos de trabajo, pero según la llevada a cabo en los hogares, en ese período de ocho meses solo se han creado 12.000 empleos nuevos.
La explicación podría estar, como de costumbre, en los criterios utilizados para determinar cómo se cuenta el empleo: al que le preguntan en su domicilio si está empleado y contesta que sí, contará como una sola persona empleada, mientras que en la encuesta que se realiza en las empresas puede figurar dos o más veces, si está pluriempleado.
Esa sería una posible explicación de la divergencia en las cifras, aunque siempre habrá desconfiados que atribuyan la diferencia a la perversidad del gobierno, que las manipula.
Es una discusión que nunca tendrá fin, pues según vaya discurriendo el ritornelo de los diferentes gobiernos, siempre, desde la oposición, se acusará de maquillaje de las cifras al gobierno de turno.
Al fin y al cabo, la civilización empezó cuando la palabra, aunque fuera malsonante, sustituyó a la piedra
Seguro que, en algunos momentos, el debate económico se vuelve agrio y que habrá quien lo lamente, recordando los buenos viejos tiempos en que eso se hacía de manera más caballerosa.
Ese es el tipo de lamento al que se asiste recientemente en España a propósito de la “violencia política” que, según una ministra (que no se caracteriza precisamente por su lenguaje moderado y que confunde violencia política con lenguaje político virulento) se practica en el Congreso, y por todas partes se reclama una moderación que no ha existido nunca en ningún lado.
Y los lamentos parecen todos un poco gazmoños. Al fin y al cabo, la civilización empezó cuando la palabra, aunque fuera malsonante, sustituyó a la piedra.
Sirvan unos pocos ejemplos de esa virulencia en el pasado entre políticos y, también, entre filósofos, que se supone que son gente mucho más reposada.
El filósofo empirista David Hume, cuya bonhomía y buen carácter eran tan alabados por todos (hasta el punto de que, en Francia, patria del ingenio malicioso, donde ofició de diplomático inglés, le llamaban “David el bueno”), terminó tan harto de Jean-Jacques Rousseau (autor de “El contrato social”) tras haberle proporcionado apoyo y acogida en su exilio británico que terminó diciendo de él que era “un desagradecido, feroz, villano y traicionero”. Lo que decía Rousseau en respuesta no haría falta ni citarlo, dado su mal carácter, pero aquí va una muestra: “Negro, indecente y bribón”.
Si todo eso y otras lindezas las decían una de las cumbres de la filosofía, apodado “David el bueno”, y una figura francesa del Siglo de las Luces, no es de extrañar que Carlos Marx describiera a su “hermano separado” Bakunin como “un monstruo, una enorme masa de carne y grasa, que ya apenas es capaz de caminar. Para colmo, es sexualmente perverso y celoso de la chica polaca de diecisiete años que se casó con él en Siberia, compadecida de su martirio”.
Puede que la cumbre del talento insultador la alcanzara el mismísimo Lenin, que llamaba a uno de los santos patrones de la socialdemocracia alemana, y primer presidente de la República de Weimar, Friedrich Ebert, “traidor por vocación”.
Así es que insto a nuestros diputados, que ya tendrán exhausto su morral de insultos y no sabrán como superar la última barbaridad que se dijeran, a que hurguen en una antología de las lindezas que se dedicaron en el pasado quienes debatían sobre cualquier problema, religioso, filosófico o político, y que nos deleiten con un menú más variado de piropos con que lacerarse mutuamente.
Todo el mundo se asombra también de la virulencia verbal que hay en Twitter, como si no hubiera sido ese el tono habitual en todos los mentideros, olvidando que hemos mejorado mucho, y que, al menos, la gente no se mata en duelos, como mató el general Aaron Burr (vicepresidente de EEUU) al creador del Tesoro norteamericano, Alexander Hamilton: dos padres de la patria americana tirando a dar, y uno de ellos fue víctima de ese juego.
De modo que sosiéguense los espíritus y no creen más alarma de la que ya tratan los políticos de inocularnos; está en su oficio decir barbaridades. Aunque todo parece moderado si se piensa que en la liturgia ortodoxa aún se sigue celebrando, 1.700 años después y poco cristianamente, que Arrio muriera en unas letrinas de Constantinopla de una “diarrea que lo dejó vaciado de sus entrañas”.
Se va desplegando una crisis que nadie acaba de creerse del todo y menos con el desempleo de EEUU, de la zona euro (y casi de la misma España) en mínimos históricos, lo que parece desmentir todos los malos augurios
Por suerte, los debates económicos suelen ser un poco más calmados, pero siempre con el acero de la crítica ingeniosa. La que hubiera montado Carlos Marx si hubiera sabido que un economista socialdemócrata como Schumpeter diría de él que su estilo era “repetitivo y difuso”.
Las economías siguen resistiendo malamente gracias al enorme dinero inyectado durante la pandemia y hacer un diagnóstico acertado es mucho más cuestión de buen ojo clínico que de poseer una ciencia superior que nadie tiene.
Tomando un poco de perspectiva, es sorprendente comprobar que la producción industrial de la eurozona no ha conseguido recuperar el nivel que alcanzó en enero de 2019 en ningún momento de los últimos cuatro años. Se puede decir que, en la práctica, son cuatro años de recesión industrial, a pesar de que, de esos cuatro años, apenas unos pocos meses fueran de recesión económica generalizada.
En ese período la producción industrial en EEUU se incrementó 1,5%, lo que tampoco es gran cosa. En cambio, la de China ha crecido un 20,5%, si bien ha estado estancada en los dos años últimos, y eso a pesar de que China pone el crecimiento por encima de todo, aunque sea a base de hacer inversiones improductivas, pero que tengan a la población empleada.
Los mercados siguen convencidos de que la Reserva Federal va a ser más acomodaticia en su política monetaria de lo que se esperaba, olvidándose de que en noviembre ha reducido su balance en 138.514 millones de dólares y de que el BCE no le ha ido a la zaga, pues ha reducido el suyo en 297.620 millones de euros.
A pesar de eso, las Bolsas se han recuperado y parece que quisieran escapar del destino que tuvieron en 2008. Es pronto para saber si lo conseguirán o no, pues los problemas derivados de la subida de tipos de interés van haciendo poco a poco su aparición y la crisis inmobiliaria en China y EEUU está alcanzando proporciones más que preocupantes.
Se va desplegando una crisis que nadie acaba de creerse del todo, y menos con el desempleo de EEUU, de la zona euro (y casi de la misma España) en mínimos históricos, lo que parece desmentir todos los malos augurios. Solo el Reino Unido, al que todo se le vuelven pulgas, parece concitar la unanimidad de los malos pronósticos.
Para los demás, hay que fijarse en la letra pequeña si se quiere encontrar el hilo de lo que está sucediendo y recordar cosas desagradables, como que la inflación de los alimentos en España está en el 16% (el azúcar en el 43%).
Lo que nos lleva a una conclusión también poco grata: que, a pesar del esfuerzo bienintencionado del Gobierno de “¡que nadie quede atrás!”, se está dibujando una España a dos velocidades, la que pudo ahorrar durante la pandemia (y ahora tira de ahorro) y la que no. El impacto político de esa situación no tardará en percibirse. Y no habrá palabras malsonantes, históricas o no, que permitan eludirla ni edulcorarla.
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