"Me quedo como estoy". Es, sin ninguna duda, una de las respuestas más habituales entre los escépticos de la emergencia climática, que aún quedan, y muchos, aunque ese terreno sea cada vez más típico y tópico de ignorantes acientíficos, de irracionales empedernidos y de febriles conspiranoicos identificados principalmente con una zona muy determinada -y muy extrema- del espectro político.
Pero basta rascar un poco el barniz de cualquier conversación con muchos que afirman ya "creer", como si fuese algún tipo de "fe", en el cambio climático, para encontrarse con que, en realidad, no han entendido absolutamente nada. Ni tienen la más mínima intención de hacer ningún esfuerzo por cambiar nada.
La primera característica de los que, en realidad, no han entendido de qué diablos hablamos, es el término: cuando encuentres a personas que te hablan del "cambio climático" o del "calentamiento global", ten claro que se trata, en realidad, de escépticos irredentos, por mucho que pretendan ir de modernos y tratar de esquivar una creciente presión social.
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Los términos citados son el producto de lobbies norteamericanos de relaciones públicas que se dedicaron, con gran éxito por cierto, a edulcorar el problema hace ya algunas décadas. La idea de "cambio" o de "calentamiento" no resulta necesariamente amenazadora y tiende a llevar a las personas al conformismo. Al "no pasa nada", al "sigamos igual".
¿Calentamiento? En el imaginario colectivo, que siempre ha confundido tiempo (el que hace hoy) con clima (la media a lo largo de una serie temporal larga). La idea de calentamiento es hasta apetecible en cualquier día frío y desapacible como hoy.
"La idea de 'cambio' o de 'calentamiento' no resulta necesariamente amenazadora, y tiende a llevar a las personas al conformismo"
Frente a esos términos peligrosamente tranquilizadores, el de 'emergencia climática' es el que mejor plasma la realidad en la que vivimos. Una emergencia es algo que es imperiosamente necesario contrarrestar, y además, con mucha prisa, con gran premura, como algo existencialmente necesario si no queremos morir, desaparecer como especie.
Luchar contra una emergencia es algo que justifica perfectamente cambios drásticos, incomodidades y limitaciones, que anima a tomar lo que se llaman medidas de emergencia, de las cuales no hemos visto aún ni una discutiéndose en los foros en los que realmente tendrían que discutirse.
Ante la evidencia de que el planeta, el único sobre el que vive la especie humana de manera estable, está convirtiéndose en incapaz de albergar la vida humana tal y como la conocemos, las medidas de emergencia son ya lo único que nos queda.
Medidas como acelerar el mayor cambio tecnológico de la historia, la eliminación de los combustibles fósiles y el paso a energías sostenibles, para la práctica totalidad de los usos, incluidos aquellos en los que el cambio parece simplemente imposible.
Pero la especie humana es tozuda y está programada genéticamente para centrarse en el corto plazo, nunca en el largo. Así, es mucho más sencillo posponer cambios hasta que la tecnología nos ofrezca una opción "perfecta", que no suponga ni el más mínimo ápice de pérdida de unos niveles de vida y de confort que costó mucho tiempo alcanzar (y que aún muchos no disfrutan).
"La especie humana es tozuda, y está programada genéticamente para centrarse en el corto plazo"
Por eso, cuando planteas la necesidad de cerrar las centrales de carbón o de ciclo combinado, de retirar los vehículos con motor de explosión o de detener los aviones, la respuesta es que eso no solo no puede ser, sino que además es imposible.
¿Por qué es imposible? Porque si la alternativa es tener que invertir billones en nuevas infraestructuras de generación solar y eólica y en baterías y sistemas de almacenamiento, o en vehículos que no nos dan tanta autonomía como nos daban los de la generación anterior, la respuesta, automáticamente, es la de "pues para eso, me quedo como estoy".
La respuesta es la misma que daría alguien cómodamente sentado delante de su chimenea, si le dicen que viene una enorme tormenta enorme tsunami que se va a llevar su casa por delante. "Uff, ¿salir de aquí corriendo y mojarme de arriba a abajo? Qué fatiga, déjame en paz, mejor me quedo aquí calentito".
Es una cuestión, como mínimo digna de estudio psicológico colectivo. Si tengo un coche de 15 años que me sirve para todo, me niego a adquirir un vehículo más caro (aunque después me gaste muchísimo menos en cargarlo que en llenar el depósito o en su mantenimiento), porque me genera la "tremenda incomodidad" de tener que parar 20 minutos durante un viaje. Un viaje que, además, hago unas pocas veces al año.
No, ese "tremendo sacrificio", el de parar a cargar un vehículo media hora, es algo implanteable. Como lo es, para muchos, el perder supuestamente el placer de conducir, que vinculan con algo como el ruido del motor.
No, para eso, me quedo como estoy. Intentar explicar que el me quedo como estoy es metafísicamente imposible, que ese "como estoy" va a implicar fenómenos climáticos cada vez más extremos, migraciones incontrolables y unas condiciones de vida cada vez más insoportables y difíciles es imposible. Porque ese cerebro humano cortoplacista, simplemente, les oculta la realidad y se niega a aceptarlo.
Que el futuro se convierta en una lotería siniestra en la que en cualquier momento puedo perder mi vida o mi patrimonio es algo que, simplemente, preferimos ignorar.
Lo sentimos, estimada humanidad, pero el estilo de vida que ha encargado está actualmente en situación de no disponible. La opción de me quedo como estoy ya no funciona ni puede ser permitida, si tenemos un mínimo de sentido común, y la de "para lo que me queda en el convento…" es ya para no comentarla por lo que supone de insolidaridad y justicia con las generaciones venideras.
¿Vamos a seguir esperando para tomar las medidas que realmente hay que tomar? ¿Vamos a esperar a que ya sea demasiado tarde y simplemente no sirvan para nada?