Mientras las bolsas europeas y americanas se hundían el jueves, y ajeno a los negros augurios y a las dramáticas consecuencias que eso pudiera traer para su propio futuro, el gobierno se esforzaba con sus socios en hacer aprobar, casi como de contrabando, diversas medidas importantísimas y polemiquísimas que la mala conciencia de sus promotores hacía pasar bajo la capa que todo lo tapa: las enmiendas a cualquier cosa con la que la esencia de la cuestión no tenga nada que ver.
Allí tembló la tierra. Allí, de haberse oído a los diputados, hubiérase concluido que los frutos no germinan, se secan los arbustos y que, si los perros comieran retórica, cogerían la rabia (¡que el Papa Inocencio III me perdone!).
Esa teatralización tan extrema tiene sobrecogido al país que teme ya un choque institucional del calibre del que, fenómeno astronómico mediante, provocó la extinción de los dinosaurios.
Todos esperamos que no sea para tanto, mientras nos congratulamos de que los señores diputados hayan agotado el arsenal de insultos por la vía de recurrir al más grave de todos los que se pueden proferir en un parlamento: el de golpista.
A partir de ahí ya no tendrán más remedio que, o bien repetirse hasta la náusea, o bien rebajar el tono y empezar a calificarse beatíficamente de “obsoletos”, “capitidisminuídos” e, incluso, “perillanes”, “taimados” y “ostrogodos”. Porque lo peor de los insultos muy burdos es lo que tienen de imprecisión (además de dejar a sus señorías sin los adjetivos que necesitarán para días, que vendrán, de aún mayores sofocos).
Mi recomendación sería que usaran como improperio en este debate, el de “estraperlista” o “contrabandista”, dirigido contra quien quiere colar de manera clandestina modificaciones tan importantes de la legislación vigente, y el de “jugador de ventaja (o ventajista)” contra quien quiere aprovecharse de una circunstancia que le resulta autofavorable ahora en el más alto tribunal.
Y que aprovecharan un poco de sosiego para mirar lo que está sucediendo a su alrededor, por ejemplo, en los mercados de renta fija (también llamados mercados de bonos) que tienen la propiedad que ellos quisieran para sí mismos: la de “asustar a todo el mundo”. Porque, el nuevo encarecimiento de los tipos de interés de largo plazo a ambos lados del Atlántico, tras las últimas medidas tomadas por los respectivos bancos centrales, van a tener unas consecuencias para la deuda pública que no serán del agrado de ningún gobierno.
El nuevo encarecimiento de los tipos de interés de largo plazo va a tener unas consecuencias para la deuda pública que no serán del agrado de ningún gobierno
Así, en las 48 horas posteriores a la decisión de la Reserva Federal de Estados Unidos de subir su tipo de interés de referencia (para los préstamos en el mercado interbancario para el plazo de un día) ya se había organizado una gran zaragata en los mercados de deuda pública europeos: la de Alemania a 10 años pasaba de tener una rentabilidad de 1,90% a tenerla del 2,18%; la de España, de 2,93% a 3,29%, y la de Italia de 3,78% a 4,35%.
Visto con perspectiva, no es que hayan sido cambios enormes, ni siquiera a pesar de que se hayan producido en dos días, pero son una llamada de atención sobre algo que hasta ahora en Europa no se había contemplado, pero que anunció Christine Lagarde en su rueda de prensa última: a partir de marzo, el BCE empezará a reducir la parte de su balance, correspondiente a la deuda pública que ha ido comprando (con dinero creado de la nada) a los gobiernos en los últimos años.
Y eso hará que los llamados “vigilantes de los bonos” presten algo más de atención a la rentabilidad que la deuda pública y la renta fija privada proporcionan, así como a la prima de riesgo, esa expresión (nueva para los profanos) que todo el mundo aprendió a odiar en las postrimerías de Zapatero y en los primeros compases del gobierno de Rajoy.
Mientras el ruido en el parlamento español degenera ya en griterío informe, también empiezan a subir el tono y las sospechas en el parlamento europeo por unos “asuntillos de corrupción”. Al mismo tiempo, las condiciones financieras se van endureciendo para gobiernos, familias y empresas.
Todo ello en un momento en el que la economía global ya va muy desacelerada y en que solo el ahorro acumulado gracias al enorme gasto público reciente (con dinero creado de la nada y proporcionado por los bancos centrales) le permite mantener algo alto su ritmo vital.
La economía global ya va muy desacelerada y solo el ahorro acumulado gracias al enorme gasto público reciente le permite mantener algo alto su ritmo vital
A juzgar por cómo se ha ido comportando la deuda pública de Estados Unidos en los últimos meses, lo más probable es que en Europa el coste de emitir deuda pública de los diferentes estados se vaya en poco tiempo un 1% más arriba de donde está ahora, lo que, dicho para España, podría llevar, para abrir boca, el coste de emitir deuda pública a 10 años a niveles del 4,5%.
Es verdad que a los gobiernos actuales eso no les va a suponer las angustias que le provocó a Zapatero o a Rajoy puesto que los pagos por la deuda acumulada seguirán siendo relativamente bajos durante años dado que esa deuda se emitió cuando los tipos de interés estaban siendo cercanos a cero o, a veces, negativos. Pero en las emisiones de Letras del Tesoro a un año, nuevas o por renovación de otras antiguas que vencen, se hará notar el empeoramiento de la situación.
En un año electoral como el que viene, la ansiedad del gobierno por tener contento al electorado con bonificaciones de todo tipo irá en aumento y la necesidad de emitir más deuda pública para conseguirlo empezará a mellar un poco el aparentemente impoluto buen crédito del estado español. Y otro tanto, por parecidas o diferentes razones, le sucederá a los demás países.
En resumidas cuentas, la perspectiva para los próximos meses es la de un encarecimiento progresivo de la deuda pública; una bajada adicional de las bolsas (ya se sabe que, cuando los tipos de interés suben, las bolsas bajan); una contención o abaratamiento incluso de los precios del petróleo y una moderación, por tanto, de la subida de los precios, por lo que será más difícil ese recurso demagógico de echarle la culpa a Putin de los malos datos de IPC: el precio del petróleo, de las materias primas agrícolas y hasta del oro está prácticamente en el mismo nivel que hace doce meses, dos antes de la invasión de Ucrania.
En un año electoral como el que viene, la ansiedad del gobierno por tener contento al electorado con bonificaciones de todo tipo irá en aumento
Putin es culpable de los males de una guerra iniciada por él y de la malicia de haberse llevado al huerto a Alemania (con grave responsabilidad de ésta por haberse dejado) con el suministro de gas, pero que no lo utilicen los gobiernos como excusa, ni como chivo expiatorio, para eludir sus propias responsabilidades pasadas y su manirroto comportamiento actual.
Hace un mes fallecía el gran ensayista, Hans Magnus Enzensberger, quien, seguramente, se hubiese deleitado viendo como en el parlamento español todos tildaban de “golpistas” a los demás, de la misma manera que en Portugal, tras la Revolución de los Claveles, en toda discusión de tráfico los contendientes se tachaban de fascista.
Parafraseando a Enzensberger, “nadie quiere pasar por golpista (o traidor o fascista) … los más, casi todos, están convencidos de no merecer tal nombre… golpistas siempre son los demás”.
Toda esa cita está extraída de su estupendo libro “Política y Delito”. Un libro muy oportuno en estos días pues en él se atrevía a citar la estimación (hecha en 1961 por Herman Kahn, consultor del ejército del aire norteamericano) de las víctimas que provocaría una guerra atómica en Estados Unidos y de los años que tardaría la economía en recuperarse (spoiler: con 160 millones de muertos, tardaría 100 años).
Incluso tras una guerra termonuclear, decía el informe, “los supervivientes podrían llevar vidas normales y felices”, y habría economía, igual que, tras el choque institucional entre mayoría parlamentaria y Tribunal Constitucional, continuará latiendo el pulso económico. Ni la política ni el delito podrán pararlo. Otra cosa es cuánto tardaremos en recuperarnos.