Un grupo de tres artistas en Estados Unidos han registrado una demanda contra las compañías creadoras de tres herramientas de síntesis de imágenes, Stable Diffusion, Midjourney y DreamUp, acusándolas de "haber infringido los derechos de millones de artistas al entrenar sus herramientas de inteligencia artificial en 5.000 millones de imágenes extraídas de la web sin el consentimiento de los artistas originales".
Según los artistas, su demanda busca "poner fin a esta flagrante y enorme violación de sus derechos antes de que sus profesiones sean eliminadas por un programa de ordenador impulsado enteramente por su arduo trabajo".
Sin duda, es un momento interesante. En primer lugar, porque lo que hacen estos programas no es "copiar" ni "recombinar imágenes" como si hicieran un collage, sino crear imágenes completamente nuevas basadas en los patrones detectados en otras.
De hecho, estos programas ni siquiera "almacenan copias comprimidas de las imágenes", como erróneamente dice la demanda: en realidad, no almacenan ningún tipo de imagen, ni comprimida ni no comprimida, sino que generan representaciones matemáticas de patrones recopilados a partir de ellas, y crean nuevas imágenes desde cero basadas en esas representaciones matemáticas.
En la práctica, la demanda pretende que basarse en una serie de obras para pintar otra siguiendo su estilo supone algún tipo de violación de los derechos de aquellos que pintaron las obras originales. Una asunción como esa nos llevaría a pensar que cualquier persona que se pasee por un museo, se inspire, y al llegar a su casa, pinte un cuadro influenciado por lo que ha visto está cometiendo algún tipo de delito, como si fuera una "apropiación indebida de ideas", por haber visto simplemente esas imágenes.
El arte está para ser visto, y pretender que alguien -o, en este caso, algo- no puede inspirarse en lo que ha visto parece un contrasentido absoluto. Durante toda la historia del arte y de la humanidad, los artistas se han inspirado en las creaciones de otros artistas, y salvo que directamente las copien de manera literal, un límite además muy difícil de definir, no ha habido ningún problema con ello, fundamentalmente porque sería prácticamente imposible plantearlo.
"El arte está para ser visto, y pretender que alguien -o, en este caso, algo- no puede inspirarse en lo que ha visto parece un contrasentido"
¿Qué hacen las herramientas en cuestión? En efecto, se basan en millones de imágenes recogidas por toda la web. Esas imágenes están en la web para ser vistas: no deben ser copiadas ni utilizadas más allá de los términos de su licencia de copyright (o de copyleft, que permite además definir qué usos se permiten y cuáles no) pero sí pueden ser vistas, porque para eso están ahí.
No solo eso: es perfectamente legal, según se ha determinado en sucesivos litigios, que alguien utilice una herramienta para entrar en una página web y recopilar las imágenes que contiene mediante el llamado web scraping.
¿Hay que proteger a los artistas? Sin duda. ¿Pero significa eso que deben los artistas tener algún tipo de protección contra el hecho de que alguien -o algo- se inspire en su trabajo para crear nuevas obras diferentes de las suyas?
A poco de aparecer una de estas herramientas, utilicé una de ellas para crear una imagen del skyline de Nueva York en el estilo de Vincent van Gogh. Obviamente, Vincent van Gogh nunca pintó el skyline de Nueva York, y si lo hubiera hecho, habría pintado un skyline muy diferente al actual.
Dejando aparte que las obras de Van Gogh, que murió en 1890, ya no están protegidas por el copyright, ¿por qué debería haber algún problema en que una herramienta se inspirase en sus elementos de estilo más característicos, en su forma de definir las pinceladas o en el colorido de sus cuadros, para crear uno nuevo?
"En la historia del copyright hemos visto ya de todo"
El copyright es un entorno enormemente dado a los abusos. En la historia del copyright hemos visto ya de todo, desde plantear el copyright del silencio, de manera que si dejabas un momento de silencio en una canción podías estar infringiéndolo, hasta el copyright del ronroneo de un gato, de las imágenes de los platos de un restaurante (lo siento por los instagrammers que no pueden comer algo si no lo han fotografiado antes!), por ordenar de una forma determinada las canciones en una lista de Spotify, o incluso por utilizar una foto original de un autor que había dejado en el dominio público.
El copyright es un esquema que genera automáticamente que los artistas, o peor, los que supuestamente los representan, quieran abusar de él. En el año 2015, un artista fue condenado a pagar 7.3 millones de dólares a los herederos de otro, muerto 30años antes, no porque su canción hubiese copiado ningún sonido concreto, instrumento o secuencia de notas de la otra, sino porque "evocaba su sentido y su sonido". Claramente, nos queda mucho por ver.
Sobre las herramientas de generación de imágenes, por supuesto, habrá mucho que decir. De entrada, lo que generan no tiene derecho a copyright, porque no ha sido producido por una persona, como tampoco lo tiene un mono si toma una fotografía con una cámara (otro famoso caso real).
A partir de ahí, podremos decir que si alguien pide una imagen "en el estilo de un artista" y ese artista termina por casi no ser capaz de determinar si eso lo pintó él o no, podríamos hablar de un potencial problema, pero bastante difícil de evitar. Por sobre-muestreo estadístico, si pedimos un retrato de una persona al estilo de Leonardo da Vinci, dado que la red está llena de imágenes de La Gioconda, es muy posible que nos genere una imagen que, a todos los efectos, sea un plagio de La Gioconda, aunque de nuevo, el copyright de Leonardo da Vinci expiró hace siglos.
Proteger a los artistas, sí. Pero pretender que nadie —o en este caso, nada— pueda basarse en las obras de otros para crear algo, es claramente un exceso. Pero ahora, solo queda esperar a ver qué opinan los jueces al respecto.