Una de las noticias que más se repiten en nuestros informativos es el estado de la inflación. Si sube, si baja, qué tipo de inflación es aquella en la que hay que fijarse, y sobre todo, cuándo va a ceder. Porque, lo cierto es que llevamos demasiado tiempo conviviendo con una gran incertidumbre económica y eso no es bueno.
La mente no está acostumbrada a lidiar con una incertidumbre absoluta. Por eso busca trucos para poder sobrellevarlo. Se acostumbra al empeoramiento de la situación fruto de la misma. O despliega la enorme capacidad para planificar y montarnos castillos en el aire. Nuestra propia mente nos ayuda a sobrellevar la inestabilidad y la imprevisibilidad.
Los economistas somos expertos en crear modelos que nos permitan no solamente explicar las relaciones entre las variables, o los fenómenos económicos. También elaboramos modelos para predecir el comportamiento de esas variables. ¿Sirven? Como ejercicio mental, sin duda. Y si el mundo fuera caeteris paribus, es decir, todo lo demás permaneciera constante, también.
Es cierto que el diseño de modelos económicos se ha sofisticado notablemente, y que se revisan y ajustan para adecuarse a los cambios. Pero, la realidad nos demuestra que la acción humana es imprevisible y que la economía y, en general, la sociedad, es un sistema hipercomplejo abierto, y ahí no caben previsiones.
Últimamente, los avances de las nuevas tecnologías muestran la dificultad de amoldarse a entornos que cambian a una velocidad mayor de la habitual: las empresas, el mercado de trabajo, las instituciones tienen que ser flexibles para amoldarse al cambio o quedar fuera de juego. Por eso miramos tanto la inflación.
Los avances de las nuevas tecnologías muestran la dificultad de amoldarse a entornos que cambian a una velocidad mayor de la habitual.
Esta macromagnitud es una tasa que mide el crecimiento del IPC, un índice de precios elaborado a partir de una cesta de bienes elegidos arbitrariamente, que pretende recoger los principales bienes y servicios.
En la Unión Europea usamos el Índice armonizado, es decir, hemos logrado utilizar una medida homogénea para que podamos comparar adecuadamente la inflación. Por dejarlo aún más claro, la inflación mide el ritmo al que crecen los precios. Por eso, una menor inflación significa que los precios crecen pero más lentamente.
Y la razón no es, necesariamente, porque los precios han bajado todos a la vez: han podido bajar unos, subir otros y resultar en un índice que sube o baja. Es decir, que crece más rápido o más despacio.
Además de la inflación “normal”, es muy importante observar la inflación subyacente, que es la tasa que mide el ritmo de crecimiento del IPC si le quitamos los bienes cuyos precios son tradicionalmente más volátiles, como la energía, el alcohol, el tabaco o los alimentos.
Los cambios en la metodología contable de determinadas macromagnitudes es un caramelo para los políticos.
Y es relevante porque elimina el efecto de variaciones de precios que dependen de buenas o malas cosechas, el complejo mercado energético, etc. y ayuda a los decisores a apreciar la pérdida de valor del dinero y el menor poder adquisitivo de los ciudadanos de manera más realista.
¿Cuál es el peligro? Que arbitrariamente decidamos considerar como bienes sensibles algunos bienes que tal vez no lo son para que cuadren las cuentas. Afortunadamente, hay instituciones internacionales que toman esas decisiones colegiadamente. Que no quiere decir que tengan más razón, sino que se evita que un presidente o sus economistas de cabecera cambien las reglas del juego a mitad de partido. A pesar de ello, sabemos que los cambios en la metodología contable de determinadas macromagnitudes es un caramelo para los políticos.
Por otro lado, está empezando a resonar una nueva medida: la inflación instantánea. Esta medida, a la que llegué gracias al profesor de la Universidad Pablo de Olavide, Manuel Hidalgo, ha sido propuesta muy recientemente por Jan Eeckhout, profesor de la Universidad Pompeu Fabra, con un curriculum que tira de espaldas.
Su razonamiento es el siguiente. Actualmente, de cara a diseñar políticas monetarias, medimos la inflación empleando la tasa media de inflación anual. Pero cuando la inflación cambia rápidamente, ya sea aumentando o disminuyendo, la tasa media anual está sesgada hacia datos de un pasado demasiado lejano y no se transmite el verdadero nivel de precios hasta seis después.
La inflación instantánea en EEUU y la Eurozona no sería la que manejamos.
La inflación instantánea compensa el ruido de los datos con la precisión de la variación instantánea de los precios. De esta manera, la inflación instantánea en EEUU y la Eurozona no sería la que manejamos sino que habría vuelto al objetivo del 2%, de manera que el periodo de alta inflación habría terminado. Este fenómeno, sin embargo, no se daría en el Reino Unido, Japón y Australia. ¡Pues una alegría para el cuerpo, que no viene nada mal después de la racha que llevamos!
No obstante, la economista cenizo que me posee me susurra al oido que para qué vamos a cambiar la medición, qué motivos hay detrás, si es para ser más precisos o porque no soportamos más la persistencia de una inflación subyacente demasiado alta. ¿Podría haber intereses creados en este cambio?
Si hubiera un político por medio, seguro. Pero no es necesario. Vale lo mismo el ego (y no va por Manuel Hidalgo) y la ambición de notoriedad como razón. Los economistas y profesores universitarios en general adolecemos de un ego del tamaño de la catedral de Burgos.
Recuerdo el genial tuit de mi amigo y compañero de Thinknomics, Sebastián Puig, en diciembre del 2021: “El IPC no es para tanto si descuentas la inflación”. Venía a cuenta de una de las declaraciones de los encargados de evitar y combatir la inflación, que ya empezaba a repuntar. No había empezado la guerra de Ucrania y, por tanto, no había chachachá al que echarle la culpa.
Sebastián encargó tazas con esa frase grabada y nos regaló una a cada miembro del grupo. Mirarla me recuerda hasta qué punto la necesidad política está en la base de las excusas económicas.
Esta semana, la ministra Calviño aseguraba que ella ya nota la bajada de la inflación en la cesta de la compra. El resto de los españoles no. Ojalá se haya producido el punto de quiebra de la inflación y empiece a ceder. De momento, parece que el Banco Central Europeo deja la puerta abierta a nuevas subidas de tipos. Veremos.
*** María Blanco es profesora de Historia del Pensamiento Económico.