Recientemente, el economista Xavier Vives ha sido nombrado miembro de la Junta Europea de Riesgo Sistémico (ESRB, por sus siglas en inglés). Esta institución tiene un mandato amplio que, como expresa en su página web, abarca bancos, aseguradoras, gestores de activos, bancos en la sombra, infraestructuras de los mercados financieros y otras instituciones.

Su misión es la supervisión "macroprudencial" de posibles riesgos sistémicos en la eurozona. Las medidas “macroprudenciales” pretenden aumentar la resistencia del sistema financiero a las perturbaciones abordando los riesgos sistémicos que se perciben. Eso implica que las autoridades supervisan el sistema financiero, identificando riesgos y vulnerabilidades, y aplican medidas para garantizar la estabilidad financiera.

El riesgo sistémico se refiere al riesgo de quiebra de todo un sistema por comparación con el fallo de partes individuales, simplemente. En un contexto financiero, en particular, hablamos del riesgo de que se produzca un fallo en cascada en el sector financiero, causado por la globalización financiera, es decir, por los vínculos internacionales dentro del sistema financiero, y que provoque una grave recesión económica.

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Algunos ejemplos de riesgo sistémico son las catástrofes naturales, los fenómenos meteorológicos, la inflación, las variaciones de los tipos de interés, la guerra e incluso el terrorismo. En los últimos tiempos se están acumulando razones para la preocupación.

Pero ¿se puede "garantizar" la estabilidad de un sistema cuya complejidad va a más y no a menos? Para liderar esta iniciativa el ESRB publicó dos documentos, uno destinado a los riesgos bancarios en el año 2014 y otro a los riesgos no bancarios en el año 2016.

En éste último, se destacaba el hecho de que los riesgos en el sector financiero no se circunscriben solamente a los bancos, como dejaba claro Mario Draghi en la introducción, sino que tienen como protagonistas a otros actores de los mercados financieros.

Por ejemplo, aunque el apalancamiento excesivo se ha asociado a los bancos, también puede crearse fuera del sector bancario a través de préstamos garantizados, como las operaciones de financiación de valores (SFT, por sus siglas en inglés), o a través de la financiación hipotecaria garantizada. Los bancos, pero también las entidades no bancarias, pueden crear apalancamiento excesivo mediante el uso de derivados.

¿Qué necesita un sistema complejo, o de complejidad creciente, para mantener lo máximo posible una cierta estabilidad?

Para empezar, localizar los focos de inestabilidad, es decir, qué operaciones e instituciones generan más inestabilidad, y minimizarlos. Para ello la Junta proponía elaborar instrumentos al tal efecto.

Por supuesto, el diseño y calibración de los mismos es un tema delicado y complicado, ya que hablamos de una economía financiera global. Estos instrumentos pueden ser diferentes en función de los sectores, las diferentes contribuciones de entidades y actividades específicas a los riesgos sistémicos, que están relacionados con el apalancamiento, la transformación de vencimientos y liquidez, las concentraciones de exposición, las interdependencias y los incentivos desalineados (como el “demasiado grande para caer”). Así explicado, se antoja una tarea descomunal.

Sin embargo el ESRB se lanzaba y proponía, como posible enfoque en 2016, elaborar una norma agregada de riesgo sistémico y resistencia para el sistema financiero en su conjunto y para sectores concretos, como las finanzas basadas en el mercado o el sector de los seguros.

¿Tanta sofisticación funciona realmente cuando estamos hablando de detonantes como una pandemia, la paralización del comercio global o una guerra?

"A mayor complejidad, menor es el éxito de la planificación"

Me encantaría decir que sí, pero no estaría siendo sincera. A mayor complejidad, menor es el éxito de la planificación. Y esto es así por la propia definición de complejidad. En un sistema en el que los elementos, sus atributos, los nexos que los relacionan y el entorno que los alberga están en permanente cambio, en el que el comportamiento de los agentes es difícilmente predecible, y en el que los objetivos del sistema se mezclan con intereses políticos nacionales e internacionales, la coordinación y el ajuste necesarios para que el plan funcione son casi imposibles.

Lo normal es que no funcione. Y, de nuevo, la cosa empeora cuanto mayor es la complejidad.

Es cierto que las medidas que se emprendan para paliar la catástrofe pueden hacer un menor o un mayor daño dependiendo de si están diseñadas y calibradas mejor o peor, es decir, cuanto mas nos acerquemos a los matices, mejor.

Pero, en general, hay que asumir que sufrimos de sesgos (a solas y en compañía de otros), que no sabemos leer y prevenir riesgos, y que si pasa algo terrible, nos va a estallar en la cara. No predico la parálisis y la caída de brazos, pero sí la consciencia de nuestras limitaciones.

La mejor medida para intentar, al menos, que el impacto sea menor, es asegurar la flexibilidad del propio sistema, evitar rigideces, y facilitar que los actores involucrados puedan reaccionar pronto cuando vienen mal dadas.

"El progreso sólo es posible pasando de un estado de totalidad indiferenciada a la diferenciación de las partes" decía Ludwig von Bertalanffy, pionero de la Teoría General de Sistemas.

¿Qué hacemos con la economía global? ¿Hay que renegar de la globalización? Por supuesto que no. La globalización, entendida como integración económica especialmente comercial y financiera, es buena, como señala Johan Norberg, autor de Open: The Story of Human Progress. Es más, la globalización, no solamente económica, sino social y cultural, es muy buena.

Para empezar porque sirve para poner a prueba la voluntad de los ciudadanos de defender su cultura y sus valores, y ello refuerza la consciencia de los mismos, por parte de la población. Si la globalización económica implica una mayor complejidad, habrá que estar preparados para ello.

El problema es la cortedad de miras de los gobiernos cuyos intereses son los de sus partidos políticos, y que levantan la bandera de "que paguen los ricos" para meter con calzador impuestos a los bancos, a los ahorradores-inversores y a los empresarios. Eso es un brochazo mal dado para solucionar problemas que requieren una perspectiva largoplacista, seria y con vocación de servicio público. Todo parecido con la realidad es pura fantasía.