El último Eurobarómetro publicado por Eurostat sigue señalando a la inflación como la mayor preocupación de la ciudadanía europea y, en particular, de la española. Así, tal y como recoge el Gráfico 1, la subida de los precios es la principal preocupación para el 54% de los ciudadanos españoles, un porcentaje muy similar al de los ciudadanos europeos. Esta cifra es muy superior a la inquietud por el desempleo, tradicionalmente señalada por los españoles, pero que ahora preocupa especialmente sólo al 22% de nuestros compatriotas y apenas al 10% de nuestros socios europeos.
La situación económica, que probablemente también abarque a la inflación, pero desde una perspectiva más macroeconómica, inquieta al 24% de los ciudadanos españoles y a un 19% de los europeos. La sanidad es motivo de preocupación en España, no tanto en Europa. Con el suministro energético ocurre lo contrario: es la segunda mayor inquietud para los europeos y la quinta causa para los españoles. Sólo un 14% de nuestros compatriotas se inquietan por el posible riesgo de interrupción del suministro. Está claro que los ciudadanos españoles han entendido perfectamente que nuestras fuentes de suministro de energías fósiles (gas y petróleo) están altamente diversificadas y que podrá haber problemas de precios, pero no de suministro.
Esta preocupación por la inflación es coherente con la novedad que supone, para buena parte de la población, enfrentarse a un acontecimiento desconocido. En el Gráfico 2 presento la tasa de inflación medida por el IPC (Índice de Precios de Consumo) en España desde 1962 hasta el pasado mes de febrero.
En nuestra historia reciente, hemos tenido episodios de inflación más elevados que el actual. Por ejemplo, el pico de 1977, en el que se rozó el 30% y dio origen a los Pactos de la Moncloa. También en 1965 se alcanzó el 17%. Y durante toda la primera mitad de los años 80, se situó por encima del 10%. Pero, desde los Juegos Olímpicos de 1992 celebrados en Barcelona, la inflación medida por el IPC nunca había superado el 6%. Es decir, 30 años con una inflación siempre menor a esa cifra.
Y, desde el nacimiento del euro, en enero de 1999, rara vez ha subido del 4%, con la excepción del verano de 2008 (junio y julio), en el que, pese a que se estaba desarrollando la crisis financiera internacional, se desató una burbuja especulativa con el petróleo y los alimentos, que llevaron puntualmente la inflación al 5%, aunque a los pocos meses estábamos en deflación. Si cogemos el período más amplio, desde las Olimpiadas de 1992, concluiríamos que casi la mitad de la población, en su uso de razón, no había vivido la inflación, pues 20 millones de españoles tienen menos de 39 años.
Si la inflación es un problema que toda la sociedad detesta, como bien estudia Robert Shiller en su trabajo: "Why do people dislike inflation?", lo es más cuando se trata de un fenómeno desconocido, como es el caso para una buena parte de nuestra población. En España, como es bien sabido, nuestra tasa de inflación reciente escaló por encima del 10% durante 3 meses consecutivos: junio, julio y agosto de 2022, alcanzando el pico que se ve en el gráfico en julio de ese año, con un 10,8%. El último dato, el de febrero, fue un 6%.
El IPC de marzo de 2023
El próximo 30 de marzo se publicará el dato adelantado (lo que se conoce en la jerga como el "flash") del IPC correspondiente al mes de marzo de este año, cuya revisión e información detallada se harán públicos el próximo 14 de abril. El dato va a ser bastante comentado porque se espera un brusco descenso desde el 6% confirmado para el mes de febrero. Con toda probabilidad el dato bajará del 5% y, con bastante probabilidad, se situará por debajo del 4%. Mi estimación más probable es un 3,8-3,9%, aunque el dato está sujeto a mucha incertidumbre por los alimentos.
Esta cifra, como puede verse en el gráfico, sería la más baja desde agosto de 2021, hace un año y medio, cuando estábamos avanzando en el proceso de vacunación de la pauta completa contra la Covid-19. En esas fechas, más de 29 millones de españoles ya tenían las dos primeras dosis de la vacuna administradas. Y todavía no se había empezado con la tercera dosis. Seguramente al lector le parecerá esa época bastante remota. Es lógico porque, en año y medio, han pasado muchas cosas. En ese agosto de 2021 la inflación se situó en el 3,3% y en septiembre de ese mismo año, el 4,0%. Y desde entonces no había bajado de ese nivel.
Por tanto, que la inflación baje del 4% nos retrotraerá a agosto de 2021. Y, si simplemente baja del 5%, nos llevaría a ese mes de septiembre. Estamos hablando, por tanto, de un dato de inflación inédito en nuestro país en el último año y medio. No podremos hablar de "sorprendente", porque el dato está perfectamente anticipado. La sorpresa sería que bajara del 4% de forma significativa. Pero sí podemos hablar de dato inusual en la historia inflacionista reciente, tal y como ilustro en el Gráfico 3 a continuación.
Ante este dato inédito puede haber muchas reacciones. Me voy a referir a dos de ellas. Las dos esperables, pero poco recomendables.
Reacción 1: "La inflación ha terminado"
Con un país ávido de buenas noticias, a punto de irse de vacaciones en la primera Semana Santa "normal" desde hace 3 años y con esa gran preocupación por la inflación que recogía el Eurobarómetro al comienzo de este artículo, lo lógico es que mucha gente opte por la euforia y por dar por liquidada la crisis inflacionista.
Si encima incluimos motivaciones políticas y el hecho de que la economía se haya utilizado como arma arrojadiza por la oposición contra el gobierno, como si éste fuera responsable de la invasión de Ucrania, de la subida del precio del petróleo, del gas y de las materias primas agrícolas importadas, las ganas de "revancha" estarán más que servidas. Pero esta reacción debe tener en cuenta, siguiendo ese mismo gráfico, que en marzo de 2022, justo hace un año, hubo un pico transitorio en la inflación coincidiendo con el inicio de la guerra (la invasión de Ucrania tuvo lugar a finales de febrero) y que disparó el precio del gas y del petróleo.
Como la tasa de inflación interanual compara cada mes con el mismo mes del año anterior, habrá un efecto "base" resultado de comparar este mes de 2023 con un mes pésimo de 2022. Técnicamente, la tasa intermensual fue hace un año un 3%. Si este marzo repitiera la tasa intermensual de febrero, +0,9%, la tasa anual bajaría en 2,1 puntos, es decir, desde el 6 hasta el 3,9%.
Como la energía ha ido mejor que el mes pasado, probablemente el incremento mensual será más pequeño y, por tanto, la tasa interanual bajará del 3,9%, aunque todo depende de lo que hayan hecho los alimentos, partida sobre la que hay nula información diaria o semanal, al contrario de los carburantes y la electricidad, de los que se conocen los datos diarios.
La incertidumbre sobre los alimentos elaborados, que son la mayoría de los alimentos, afecta a la inflación "subyacente", es decir, aquella que excluye tanto la energía como los alimentos frescos. Por tanto, lo más probable es que haya un aumento o estabilidad de la inflación subyacente y que la inflación general "rebote" en el mes de abril, aunque ese rebote también sería transitorio y de menor magnitud que el descenso de marzo, tal y como recojo en el Gráfico 4, en el que el IPC "rebota" hasta el 5,5%.
Esta previsible evolución de la inflación el mes siguiente puede dar lugar a la segunda de las reacciones, tampoco recomendable.
Reacción 1: "Nada ha cambiado. Es todo un espejismo"
Desdeñar un buen dato de inflación, como el que vamos a vivir, solamente porque tiene una parte de "efecto base" transitorio sería un error. Habrá ciertamente un rebote transitorio en el mes de abril, pero, cuando lleguen los meses de junio, julio y agosto que comparen con esos mismos meses de 2022, donde se alcanzó un pico, la caída de la inflación en verano va a ser significativa. Y esta vez no será transitoria.
Es absurdo no reconocer que la tasa de inflación está descendiendo, más allá de sus altibajos puntuales. El componente energético está claramente controlado e incluso a la baja, tanto el petróleo como el gas. Los bienes industriales están ya en deflación en China y estancados en la UE. Los precios de los servicios, salvo los turísticos, también se comportan razonablemente, gracias a la moderación salarial, que está siendo una de las armas más efectivas en la lucha contra la inflación, más allá de la subida de los tipos de interés por parte de los bancos centrales, que tendrá que ser más cautelosa dada la incertidumbre sobre la estabilidad financiera.
Todo el problema está, por tanto, en los alimentos elaborados, cuyo comportamiento diferencial sigue siendo un misterio. Si tenemos en cuenta que los productores en origen están apoyados mediante subvenciones (agricultores, ganaderos y pescadores) y que el sector del transporte también recibe ayudas, además de la caída de los precios internacionales de los combustibles, la pregunta es por qué mantienen esa resistencia a la baja, no sólo en niveles de precios, sino también en tasa de inflación. Tal y como señalo en el Gráfico 5 a continuación, la inflación medida por el IPC general excluyendo los alimentos, bebidas y tabaco, se sitúa en la actualidad en el 2,8%, no muy lejos de la media desde 2017 (2,4%) y cercana al objetivo de inflación del BCE. Y probablemente baje hasta el 2,6% en marzo.
Por tanto, toda la incertidumbre sobre el proceso inflacionista recae sobre los alimentos elaborados. Necesitamos más información sobre los márgenes de toda la cadena alimentaria. Y necesitamos más datos, con más frecuencia, no sólo la mensual, para poder estimar con más precisión el panorama inflacionista. El Banco de España (BdE), en su último informe trimestral, no parece muy optimista al respecto, pues ha revisado al alza su previsión de inflación promedio de los alimentos para 2023, desde el 7,8% pronosticado el pasado mes de diciembre al 12,2%. Según el BdE, el precio de los alimentos no ha hecho pico.
Pese a este panorama pesimista, mantiene que la inflación de los alimentos se reducirá hasta el 4,6% en 2024. Ello contribuirá a reducir la inflación general hasta cifras en torno al 3% el año que viene, dado que el peso de los alimentos es un 25% del IPC. Todo ello si continua la moderación salarial y la contención de los precios de la energía y de los precios industriales. Un final negociado del conflicto bélico podría cambiar este escenario. A mejor, por supuesto.
La inflación no ha terminado, pero tampoco se está desbocando, como pretenden algunos. Con esta filosofía constructiva podremos encajar con una satisfacción controlada el buen dato de IPC del próximo día 30.