Yolanda Díaz durante la presentación de Sumar este domingo en el Polideportivo Magariños.

Yolanda Díaz durante la presentación de Sumar este domingo en el Polideportivo Magariños.

La tribuna

Robin Hood no era socialdemócrata

4 abril, 2023 02:55

El gran error de la izquierda en el poder, de toda ella, tanto de la convencional que encabeza el presidente Sánchez como de la facción heterodoxa que ahora ansía reagrupar en torno a sí Yolanda Díaz, reside en creer que en el bosque de Sherwood había muchos arqueros socialdemócratas encaramados a las ramas de los árboles.

Todo porque ambos mandatarios transmiten la sensación de seguir convencidos de que Robin Hood era un socialdemócrata de libro. Pero resulta que no, que lo de Robin Hood no tenía nada que ver con la socialdemocracia. 

De hecho, los programas socialdemócratas canónicos, los que ha practicado por norma la izquierda en todos los países de Europa occidental - incluída la España previa a la coalición -, se caracterizan por representar justo lo contrario de la política económica que aplicaron Robin y sus justicieros amigos en Sherwood.

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Esto es que el principio inspirador de las acciones para alterar el orden socioeconómico de aquellos espadachines silvestres instaba a transferir riqueza de los muy ricos a los muy pobres. Una máxima que cae justo en las antípodas del paradigma socialdemócrata clásico. 

Porque la socialdemocracia no se ha definido nunca por representar un programa de acción política dirigido de modo preeminente a los márgenes del sistema. Bien al contrario, la clave de su gran éxito histórico, ese que la acabó convirtiendo durante medio siglo en la fuerza portadora del conjunto de ideas dominantes en la Europa posterior a 1945, residió, y por encima de cualquier otra consideración, en señalar como público objetivo de sus propuestas a las grandes mayorías sociológicas.

La socialdemocracia no se ha definido nunca por representar un programa de acción política dirigido a los márgenes del sistema

La razón de ser de la socialdemocracia siempre han sido las clases medias, entendidas en un sentido amplio, además de los trabajadores manuales tradicionales. Algo que no se parece en nada, absolutamente en nada, a pretender constituirse en el partido de los pobres. 

Y de ahí, de esa confusión de raíz, la dolida perplejidad del presidente del Gobierno cuando exterioriza en público su asombro ante el sesgo negativo para la izquierda que caracteriza a la práctica totalidad de los sondeos electorales desde hace ya muchos meses.

Por su parte, la vicepresidenta Díaz insiste una y otra vez en vindicar logros como la implantación del Ingreso Mínimo Vital (IMV), los sucesivos incrementos del Salario Mínimo Interprofesional (SMI) o el alivio cierto de la precariedad asociada a los empleos intermitentes que ha supuesto la nueva regulación legal de la figura de los fijos discontinuos. 

Parece olvidar, sin embargo, que esas medidas apenas conciernen al extremo inferior de la distribución de la renta. Porque la clase media, como el grueso de los trabajadores manuales con empleos estables, ni demanda el IMV, ni cobra el SMI ni mucho menos se emplea en ocupaciones estacionales. Esas iniciativas legislativas orientadas en exclusiva a los grupos más débiles, sin duda, pueden resultar dignas de aplauso, pero la socialdemocracia sigue siendo otra cosa.

El grueso de los trabajadores manuales ni demanda el IMV, ni cobra el SMI ni mucho menos se emplea en ocupaciones estacionales

Mariana Mazzucato, economista brillante que en su día echó por tierra las muchas leyendas románticas sobre las que se asienta la falaz mitología libertaria del Silicon Valley, suele decir que la izquierda se ha vuelto perezosa. Y tiene razón. 

Escuchar el pasado domingo a Yolanda Díaz en la puesta de largo de Sumar era acusar recibo de la profunda desidia intelectual de la izquierda, la misma indolencia que la empuja a llevar cerca de medio siglo -desde que en los ochenta Anthony Guidens escribió el guión de la Tercera Vía para los laboristas británicos- repitiendo lo mismo, sin apenas variación, mientras que a su alrededor el mundo se transforma a velocidades de vértigo. Y por eso la otra izquierda, esa que se quiere radical, la que ahora liderará la ministra de Trabajo, fracasa una y otra vez. 

Porque se ha revelado impotente a fin de articular un discurso económico propio, una  doctrina alternativa que difiera en algo sustancial del canon macroeconómico típico y tópico del establishment progresista en todas partes.

El derrumbe de Podemos, su viaje al fondo de la nada desde la antesala misma del asalto a los cielos, igual responde a idéntica razón, a esa renuncia deliberada a innovar un pensamiento que solo se mantiene creativo en el plano de la agitación y de la protesta.

Escuchar a Yolanda Díaz en la puesta de largo de Sumar era acusar recibo de la profunda desidia intelectual de la izquierda

Por lo demás, Sumar, como Podemos, transmite la impresión de querer ser percibido, sobre todo, como el partido de las minorías; un afán prioritario que entra en cierta contradicción con aspirar a convertirse en una fuerza de gobierno que se dirija a la mayoría. 

Pero, más allá de ese cortocircuito lógico, su marco de referencia programático sigue buscando inspiración, como hasta ahora, en la muy frondosa espesura forestal de Sherwood. Que hay que subir los impuestos a los de arriba, ahí parece que empieza y acaba cuanto tiene que decir sobre el emergente capitalismo posindustrial de la nueva centuria la izquierda alternativa.

Cuando los procesos de producción viven inmersos en una transformación tan radical y constante que convierte en obsoletos órdenes empresariales que parecían vanguardistas hace apenas un decenio, la izquierda, tanto la vieja como la nueva, sigue concentrando toda su atención de modo exclusivo en los aspectos distributivos, con un énfasis predominante en las políticas asistenciales que dejan fuera de su radio de acción al conjunto de las capas medias.

Como si los rasgos intrínsecos de los modelos productivos carecieran de importancia alguna a esos efectos. ¿O acaso Sumar posee algo original y novedoso que decir, por muy mínimo que sea, en relación a cómo promover la creación de riqueza en el tiempo presente? Algo que no solo le limite a criticar los consabidos defectos del orden liberal hegemónico. ¿Dónde está su alternativa? En ninguna parte.

Su alternativa no está en ninguna parte porque no existe. Así de simple. Detrás de Robin Hodd no había nada, sólo superioridad moral, buenas intenciones y relato. Por eso el mundo continuó siendo igual que siempre cuando él abandonó el bosque. Sumar será más de lo mismo.

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