Este título hace referencia al extraordinario libro de Jaime Rodríguez de Santiago, La realidad no existe, en cuyo subtítulo explica la pertinencia de tan provocativa afirmación: Cómo entender el mundo cuando entiendes que no entiendes nada. En él, el autor nos lleva de paseo por los mil y un vericuetos que nuestro cerebro despliega para engañarnos y hacer la realidad más asequible a nuestras taras y necesidades.

De la misma forma, los seres humanos agarramos una palabra y decidimos qué significa para cada uno, en ese momento, lo etiquetamos, y sobre ello, elaboramos todo un edificio de principios, certezas y líneas fronterizas entre los míos y los otros. Es así como la palabra, que originalmente expresaba o describía un hecho o un fenómeno concreto, pasa a ser una excusa para cualquier cosa que satisfaga nuestras necesidades psicológicas, tanto individuales como sociales.

Una de esas palabras es capitalismo. Por alguna razón, estos días me he encontrado en Twitter con varias personas preguntándose qué es el capitalismo. José Luis Antúnez, además, ha publicado una excelente entrada en “Suma Positiva”, como invitado de Samuel Gil, titulada “El capitalismo del siglo XXI”.

Para una persona que lleva toda la vida estudiando la evolución en el tiempo de los hechos y de las ideas económicas, y por ende, de los sistemas económicos, sus orígenes, sus bases filosóficas y sus mutaciones, definir capitalismo es imposible.

Porque el capitalismo como ente estático no existe. Ningún sistema económico es estático. Ninguna institución o fenómeno relacionado con la cambiante naturaleza humana lo puede ser.

La empresa, la religión, la familia, el dinero, la democracia, la educación han cambiado adaptándose al devenir de los tiempos. Las innovaciones tecnológicas en los sistemas de producción, en los sistemas de transporte y en los sistemas de comunicación han revolucionado la economía.

"Porque el capitalismo como ente estático no existe"

Pero también la innovación en las formas de organización, en la contabilidad, los descubrimientos de nuevas materias primas, de nuevas fuentes de las materias primas que ya usábamos, de fuentes energéticas han tenido su parte en la evolución económica.

Hay más: los cambios legislativos, la aparición de instituciones que facilitan el funcionamiento de la actividad económica, el cambio de mentalidad de los demandantes, y sobre todo, la evolución de la arquitectura de incentivos que se produce, no solamente por el cambio generacional, sino también por las diferentes expectativas y percepción del tiempo cuando tu nivel económico aumenta y ese aumento se afianza.

El ahorro que excede la propensión a consumir, se invierte. La evolución del mercado financiero es una muestra de ello. ¿Cómo definimos el sistema económico a que ha dado lugar todo ello, es decir, el capitalismo? Yo diría que es el sistema económico basado en la propiedad privada, el libre mercado y el Estado de derecho. Las tres características, como explicaba John Stuart Mill a sus amigos socialistas, son la clave del sistema de incentivos individuales.

La propiedad comunal, por más bien que suene, es un desacelerador de la motivación individual a mejorar y superarse. El intervencionismo en el mercado genera muchas distorsiones porque impide que la distribución de la renta fruto del intercambio se produzca sin coacción.

Finalmente, el Estado de derecho asegura que “el que la hace, la paga” y que esa máxima se aplique a todos, eliminando arbitrariedades. Como siempre sucede, la realidad y el devenir histórico se aseguran de que tu maravillosa definición se vea embarrada por el factor humano: la corrupción pública y privada, la falta de un código ético personal, la manipulación, etc. explican que muchos arqueen la ceja cuando hablo de capitalismo y me digan que eso no es lo que tenemos.

¡Claro que no! Como no se corresponde la idea de familia con lo que vemos en muchas ocasiones: padres disfuncionales, entornos nocivos, amoralidad, desapego… y aquí estamos, en una sociedad en la que la familia diversa sigue siendo la célula básica óptima de la sociedad.

"El sistema económico basado en la propiedad privada, el libre mercado y el Estado de derecho"

Para José Luis Antúnez, el capitalismo, cuando es “bueno”, es humanista, permite la salida de la pobreza de poblaciones asoladas por la miseria, y es el caldo de cultivo en el que las empresas se configuran como creadoras de riqueza. Luego está el capitalismo “malo”: el explotador. Y se pregunta: "¿Qué criterio pesa más para saber qué es buen y mal capitalismo? El comportamiento de las personas”. Totalmente de acuerdo.

Por contra, la planificación económica trae debajo el brazo incentivos que ni en su versión más exitosa logra lo que logra el capitalismo. Si lo peor del capitalismo es la situación actual en la que la falta de valores lleva al deterioro social que vivimos, lo peor del socialismo y la planificación es una condena, sin salida, a la miseria de generaciones y generaciones de ciudadanos.

Yo soy muy poco amiga de echar la culpa de lo que nos sucede a terceros, y menos, al sistema. Porque soy liberal (para algunos, radical) pongo por delante la responsabilidad individual. Por eso no creo que el consumismo, el dinero, y el capitalismo sean culpables de nuestra falta de valores.

Somos nosotros, que hemos trazado nuestro camino decisión tras decisión, los que hemos dejado de lado la pulpa de la fruta para quedarnos, orgullosos, con la cáscara. Nos hemos dejado deslumbrar por el “tener”, en lugar de centrarnos en el “ser”.

"La moral delegada en los partidos políticos es la antesala de lo peor"

Y de eso no tiene la culpa el capitalismo, que no existe, sino quienes lo habitamos y hacemos evolucionar. La delegación de la responsabilidad de cada cual, en todos los aspectos, en manos de un Estado “ocupado” por partidos políticos, que luchan por mantener y aumentar su parcela de poder a costa de lo que sea es, desde mi punto de vista, el nudo gordiano.

Un nudo muy difícil de deshacer sin volver a los orígenes, a quiénes somos, a recuperar la virtud personal en lugar de pedir al gobierno que nos incentive a ello con empujoncitos. La moral delegada en los partidos políticos es la antesala de lo peor. Y, hoy por hoy, ningún partido político gobernaría dejando de lado los intereses de su partido. Nos corresponde a los ciudadanos recuperar lo que es nuestro: los principios morales y el capitalismo “bueno”.