Como sociedad, las necesidades del ser humano pueden categorizarse de la siguiente manera: energía, alimentación, fabricación y movilidad. Desde la revolución industrial, estas necesidades no han hecho más que incrementarse y las decisiones de explotación se han tomado desde un punto de vista económico sin tener en cuenta el valor sistémico de la naturaleza, o lo que es lo mismo el "capital natural" de nuestro planeta.
Tenemos que ser justos al evaluar las razones de este resultado, ya que no ha sido una única causa. Desde la industrialización, la urbanización -que ha hecho que las personas se desconecten de la naturaleza- hasta el cambio en los valores culturales -que se han alojado de la naturaleza- pasando por la tecnología, que ha traído muchos beneficios pero que también nos ha hecho olvidar con mayor facilidad los verdaderos costes medioambientales de nuestras acciones.
Por tanto, a día de hoy nos enfrentamos a cada vez mayores riesgos en torno a los problemas interconectados del cambio climático, la pérdida de naturaleza y de la biodiversidad, así como la contaminación y los residuos. Es la llamada "triple crisis planetaria", que amenaza el bienestar y la supervivencia de millones de personas en todo el mundo y de nuestra especie en general.
Si analizamos estas cuatro necesidades básicas y su impacto en la naturaleza, debemos interesarnos por los cambios sistemáticos que serán necesarios en varios de estos sectores para ser capaces de, en un futuro, continuar satisfaciendo esas necesidades básicas pero de una manera sostenible.
En primer lugar, la producción y el consumo energético serán clave en la lucha contra el cambio climático y la descarbonización de diferentes sectores intensivos en carbono, como el transporte y la calefacción. Una electricidad limpia y asequible promueve, además, un beneficio social como herramienta para reducir la desigualdad global.
A día de hoy nos enfrentamos a cada vez mayores riesgos en torno a los problemas interconectados del cambio climático, la pérdida de naturaleza y de la biodiversidad, así como la contaminación y los residuos
Los combustibles fósiles representan dos tercios de toda la energía generada en el mundo. El carbón actualmente representa alrededor del 60% de la generación total en China e India. Por el contrario, a escala mundial la energía eólica y solar solo representan un 10% de la generación eléctrica.
En segundo lugar, el incremento de la población mundial es otro de los grandes desafíos a los que nos enfrentamos y como consecuencia de este crecimiento tenemos la necesidad de producir alimentos suficientes para todos.
Según datos del Departamento de Asuntos Económicos y Sociales de la ONU, la población global podría alcanzar los 10.000 millones de personas en el año 2050. Este crecimiento, unido a la urbanización creciente, supone un desafío para la gestión de la tierra, la energía y el agua.
Aproximadamente la mitad de la superficie habitable del planeta se emplea para la agricultura, que además consume el 70% del agua dulce. En este sentido, es necesario gestionar de forma más eficiente y sostenible los cuatro estadios del ciclo de los alimentos: producción, procesamiento, transporte y consumo.
La industria manufacturera es, por consiguiente, el tercer foco de atención para satisfacer de forma sostenible las necesidades humanas. El modelo económico en el que hemos vivido en las últimas décadas y que está basado en "usar y tirar" nos ha conducido a un agotamiento de los recursos naturales del planeta, a un incremento de la contaminación y de las emisiones de dióxido de carbono.
Los procesos de fabricación actuales suelen consumir muchos recursos y energía, fundamentalmente energía de combustibles fósiles. Por tanto, la combinación de tecnología, nuevos materiales y nuevos procesos productivos es esencial para la transformación de la industria manufacturera, en particular en lo que respecta a la producción de acero, cemento, plásticos y fertilizantes (amoníaco).
La implementación de políticas que promuevan cambios en nuestro comportamiento individual, que nos lleven hacia modelos menos intensivos en emisiones de carbono, es urgente
Por último, el transporte, como responsable del 37% de las emisiones de CO2 en 2021, requiere de un cambio de modelo que implique a todas las economías desarrolladas y en vías de desarrollo y, sobre todo, a las grandes urbes del planeta.
La implementación de políticas que promuevan cambios en nuestro comportamiento individual, que nos lleven hacia modelos menos intensivos en emisiones de carbono, es urgente. Además, un transporte público que utilice fuentes de energía renovables y el desarrollo del coche eléctrico serán los principales focos de atención en el futuro.
Como sociedad integrada en la naturaleza tenemos el deber de actuar, la responsabilidad no es recíproca y sería irracional no mantener la máquina que nos sustenta en el futuro.
Como inversores también tenemos un papel que desempeñar: aportar la financiación necesaria para la transformación. Además, no ver los riesgos financieros relacionados con la naturaleza también implica riesgos de cartera, pues no se ven las oportunidades que pueden surgir de un modelo económico respetuoso con la naturaleza que nos permita satisfacer las cuatro grandes necesidades humanas de una forma más sostenible para la vida en nuestro planeta.
Actualmente, las sociedades temen tener que renunciar a su calidad de vida y a todo lo que ello implica debido a las cuestiones de ESG. Sin embargo, pensar en lo que no tenemos actualmente nos ayuda y nos pone en contexto: ¿tenemos un clima estable, aire y agua frescos, energía estable o incluso una educación gratuita y de calidad? Si se gestiona bien, todos podemos ganar mucho.
*** Markus Müller es director de Inversiones ESG y Global Head of Chief Investment Office Private Bank en Deutsche Bank.