Apple lo ha vuelto a hacer. En realidad, todavía no, pero ha anunciado que lo vuelve a hacer: la visión completa no la podremos experimentar hasta principios del año que viene y nos costará algo así como tres mil quinientos dólares, pero la visión parece tan profundamente evolucionada, tan brutal en su concepción y tan cuidada en su diseño, que me parece muy difícil no anticipar un éxito, a pesar de los aparentemente muchos escépticos con los que cuenta dentro de la propia compañía, y sin duda, muchísimos más que se habrán sumado ahora fuera de ella.
Hablamos de Apple Vision Pro, el concepto con el que Apple ha reinventado o, realmente, redefinido la computación tal y como la conocemos. El producto como tal se parece a unas gafas de esquí, tiene un diseño aparentemente muy cuidado para que sea ligero (eliminando la batería y pasándola a un pack externo que se lleva en el bolsillo, entre otras cosas, y cuidando mucho los materiales), pero lo realmente importante no son las gafas, que algún despistado podría pensar que se parecen a cualquier otra —a cualquiera de las Oculus, a las HTC Vive, etc.— sino el hecho de que la compañía ha creado para ellas todo un sistema operativo, una tienda de aplicaciones, un procesador y una plataforma de desarrollo completa.
En la práctica, las propias gafas no se parecen en nada a lo que había, o dejan a las que había en la categoría de patéticos juguetes: las Vision Pro tienen doce cámaras, un montón de sensores, pantallas y hasta un ventilador para que circule aire y refrigere el potente ordenador que tienen en su interior.
Pero sobre todo, más que reinventar el dispositivo, reinventan el uso: las gafas de Apple no son para entrar en un metaverso, ni para jugar, ni para ninguna de las cosas para las que pensábamos que eran esas gafas que unos cuantos cientos de miles en todo el mundo han comprado y que mayoritariamente tienen metidas en un cajón. Son para todo eso y para muchas cosas más: son, realmente, la reinvención de la computación.
La idea es que sean una pantalla virtual enorme que puedes ver superpuesta y con las dimensiones que quieras en cualquier lugar de tu habitación o en dónde estés, mientras no pierdes de vista —si no quieres— la realidad, o si lo prefieres, lo rodeas de negro para centrarte en, por ejemplo, una pantalla de cine gigantesca y panorámica, de las dimensiones que elijas y con sonido completamente espacial y envolvente. Si tuviera una compañía de salas de cine, estaría pensando cómo deshacerme de mi negocio antes del próximo año, porque la idea de concentrarme en una película en una sala específica para ello se ha convertido en completamente obsoleta.
Las propias gafas no se parecen en nada a lo que había, o dejan a las que había en la categoría de patéticos juguetes
Si quieres trabajar, puedes usar tus aplicaciones de trabajo y trabajar con teclados físicos o virtuales, puedes hacer una presentación, leer páginas en la red, escribir un texto o interaccionar con una hoja de cálculo: olvídate de incómodos controles: todo funciona a través de gestos, de miradas y de la voz. Si las utilizas para una videoconferencia, podrás ver a tus interlocutores en cualquier lugar de tu habitación, pero ellos te verán sin las gafas, porque el sistema las hace “desaparecer” reconstruyendo tu cara como un avatar real que captura a partir de tu propia fisonomía, y que transmite tu gestualidad o tu mirada mediante las cámaras interiores. Los patéticos y primitivos avatares de otras plataformas son ya parte del pasado.
Si alguien se acerca a ti cuanto tienes las gafas puestas, lo verás, pero además, el cristal se hará semitransparente para que puedan ver tus ojos. Básicamente, puedes llevarlas puestas por la casa mientras, a la vez, haces otras cosas, algo impensable en la realidad virtual o aumentada tal y como se planteaba hasta ahora.
El salto es tan importante que es completamente dimensional, una reinvención radical de lo que había para convertir a Apple en la compañía que tiene que desarrollar esa categoría. ¿En el lado malo? Que desde el anuncio del producto hasta su salida al mercado va a pasar demasiado tiempo, más de medio año, y que el precio del producto son unos para muchos impensables tres mil quinientos dólares, que siendo una categoría que muchos aún no conseguirán siquiera imaginar, lo convierte en una propuesta de valor muy complicada.
Los patéticos y primitivos avatares de otras plataformas son ya parte del pasado
Que tarde más de medio año en llegar no parece muy preocupante: sus competidores están tan, pero tan lejos, que en ningún caso podrían plantearse que el producto vaya a tener nada que se plantee hacerle sombra para esa fecha, además de que la compañía ha registrado más de cinco mil patentes sobre él. El desfase parece más un intento de la compañía por dimensionar la demanda potencial de ese mercado completamente nuevo, por ir mentalizando a los usuarios de que un producto con semejante derroche de electrónica y de diseño vale lo que cuesta, y por plantear que, en efecto y para muchos, la forma de trabajar ha cambiado, la interfaz se ha convertido en virtual y enorme, y que desde el próximo año en adelante, tendrán una nueva manera de relacionarse con todo: con los contenidos, con su trabajo, o con muchísimas de las cosas que hoy hacían delante de la pantalla de un ordenador o mirando a la de su smartphone. La ambición del concepto es tan brutal y tan radical que cuesta muchísimo hacerse una idea, y si logras hacértela, casi asusta.
Es, posiblemente, lo más disruptivo que ha hecho la compañía en muchísimo tiempo. Las compañías como Apple se diferencian precisamente por eso: no estudian el mercado ni diseñan en función de lo que creen que quiere, sino que directamente lanzan y le dicen a ese mercado algo así como “eso es lo que necesitas, no porque me lo hayas dicho tú, sino porque te lo digo yo”. Una apuesta descomunal, pero que va a cambiar muchas, muchísimas cosas.
***Enrique Dans es Profesor de Innovación en IE University.