Parece interesante plantearse qué conduce a la disparidad más elevada que vivimos en este país con respecto a nuestro entorno comparable: las cifras de desempleo. España, a todos los efectos, es un país moderno, una democracia madura, una sociedad que ofrece elevados niveles de seguridad ciudadana y de cobertura sanitaria a todos sus miembros… un país al que cualquier persona de cualquier otro país puede viajar —y de hecho, varias decenas de millones lo hacen todos los años refrendando su elevada posición a nivel mundial como potencia turística— sin sentir que, de alguna manera, han hecho un viaje al pasado.
Sin embargo, la magnitud de las cifras de desempleo es brutal, sin comparación con ninguno de los países de nuestro entorno. Si en cualquier país que no fuera España alcanzasen las cifras de desempleo que tenemos nosotros, seguramente habría revueltas en las calles. Sin embargo, nuestro país lleva ya muchos años conviviendo con unas cifras de paro completamente escandalosas, sin que haya tenido lugar ninguna revuelta social reseñable.
La respuesta parece clara, y se desvela cuando comprobamos que la mitad de su población adulta —la mitad, un 50%, es decir, una de cada dos personas con las que te cruzas por la calle— depende de o bien de algún tipo de ayuda pública, de una pensión del Estado, o de un empleo público.
Si en cualquier país que no fuera España alcanzasen las cifras de desempleo que tenemos nosotros, seguramente habría revueltas en las calles
En varias comunidades autónomas, cualquier persona que no alcance un nivel determinado de ingresos recibe una ayuda que le permite mantener un nivel de vida razonable. En este país, el nivel de pobreza extrema, aunque ha crecido en los últimos tiempos, es relativamente bajo, el número de personas sin hogar es también inferior al de la gran mayoría de nuestros vecinos o de economías comparables, y poquísimas personas pasan hambre.
¿Cómo se las arregla España para que sus cifras de desempleo no generen manifestaciones constantes en las calles y revueltas sociales que protagonicen las portadas de los periódicos? ¿Ha descubierto algo que otros países no saben?
Simplemente, España lleva años recorriendo un camino que otros países van a tener que recorrer quieran o no: el de la redefinición de la sociedad hacia sistemas que tiendan a independizar el bienestar de las personas de sus circunstancias profesionales. En España, la red de seguridad que cubre el riesgo de que una persona se quede sin trabajo funciona razonablemente bien y durante un tiempo que se estima adecuado, y nadie, absolutamente nadie, debería tener problemas de salud o llegar a morir por falta de una cobertura sanitaria, como ocurre en otras sociedades supuestamente prósperas.
La mayoría de los trabajos que a día de hoy lleva a cabo una persona van a ser sustituidos por tecnología, por algoritmos o por robots de algún tipo
¿Qué va a ocurrir en muchos otros países —de hecho, en TODOS los países— a medida que avance el tiempo? Pues simplemente que a medida que la tecnología vaya incrementando sus niveles de productividad y eficiencia, cada vez van a ser necesarias menos personas trabajando. Es decir, que la mayoría de los trabajos que a día de hoy lleva a cabo una persona van a ser sustituidos por tecnología, por algoritmos o por robots de algún tipo.
¿Qué van a hacer esas sociedades a medida que más y más personas se queden sin empleo? Para las compañías, simplemente, no hay opción: si puedo hacer las mismas cosas sin pagar sueldos por ello, si dejo de hacerlo sería menos competitivo, y por tanto, terminaría teniendo problemas. Cuando la tecnología llega, se las arregla rápidamente para dejar de ser opcional y convertirse en obligatoria. Por tanto, veremos cada vez más ocupaciones convertirse en obsoletas, y pasar a ser desempeñadas por artefactos tecnológicos de algún tipo. Lo que una vez fue una entelequia, hoy se está empezando a hacer realidad.
¿Trabajar? Por supuesto, si ello te motiva y si encuentras actividades que te permitan percibir aún más
Si las personas van a perder su trabajo, la única posibilidad de mantener un entorno social razonablemente pacífico es redefinir la relación entre las personas y el trabajo. Es decir, que los ingresos no provengan del trabajo, sino de una redefinición de lo que hoy conocemos como dinero, que se percibe simplemente por tener la cualidad de ser humano, y porque no tendría sentido que, en una sociedad cada vez más productiva, un ser humano estuviese por debajo del umbral de la pobreza.
Eso solo puede obtenerse con un modelo: el de la renta básica incondicional. Es decir: España ha sido pionera en un modelo, pero realmente no ha inventado nada, sino que ha ido parcheando la situación con un número muy elevado de subsidios condicionados a diversas situaciones. Convertir esos subsidios, que generan múltiples problemas (estigmatización, coste de supervisión, posibilidad de instrumentalización, etc.), en una renta básica incondicional que todos percibimos independientemente de nuestra situación, y que muchos devuelven como impuestos si en realidad no la necesitaban. ¿Trabajar? Por supuesto, si ello te motiva y si encuentras actividades que te permitan percibir aún más.
¿Demencial? ¿Fábrica de vagos? Antes de criticar sin entender, leamos un poco, asesorémonos y estudiemos. Esto no va a ocurrir mañana, pero sin duda, lo vamos a ver y a vivir. Y si no, al tiempo…
***Enrique Dans es Profesor de Innovación en IE University.