Pasta de dientes y estallido inflacionista
Llevas meses, muchos meses, digamos desde el verano de 2021, oyendo la palabra ‘'inflación’ en la radio y en los informativos. La sufres cuando llenas el depósito de tu coche y cuando ves que hacer la compra te cuesta mucho más que antes.
Quizá no sepas por qué ocurre, o sí, pero ya te aburre. Hasta puedes pensar que esta opinión que escribo es “otra con la misma cantinela, vaya pereza”. Lo lamento, de verdad, pero creo que es el tema más importante que nuestra economía y nuestra sociedad tienen encima de la mesa. Más incluso que la urgencia de la negociación política, las posibles cesiones a Puigdemont de cara a una posible investidura de Pedro Sánchez y de las manifestaciones de los populares en contra del trato desigual de los españoles.
La inflación, querido lector, es mucho más importante porque es un fenómeno silencioso que te empobrece y, de todos es sabido, que castiga con mayor severidad a los ciudadanos con menor capacidad económica al suponerles, en términos relativos, una mayor pérdida de poder adquisitivo.
La inflación es el tema más importante que la economía y la sociedad tienen encima de la mesa
No, no voy a ponerme a explicar el 'efecto Cantillón', pero si eres de clase media y trabajadora ya has notado que vas al supermercado a hacer la compra y el dinero no te llega. Por algo, entre los economistas, la inflación es también conocida con el sobrenombre del “impuesto a los pobres”.
Los problemas ocasionados en las cadenas de producción y suministro globales tras la congelación de la economía por la crisis sanitaria mundial, la escasez de ciertos productos (recuerda la crisis de los semiconductores y chips), la preocupante evolución del coste de la energía en la lucha contra el cambio climático denostando las energías más baratas y la guerra en Ucrania fueron los principales causantes del alza de precios en todas las economías mundiales.
No debemos olvidar tampoco la mano de los Bancos Centrales que durante una década han estado inundado las economías globales de liquidez y forzando tipos anormalmente bajos (al 0% e incluso negativos) primero para estimular la economía y el crecimiento y luego para hacer frente a los daños económicos y sociales causados por la pandemia del COVID.
“Esta vez será diferente” nos dijeron, pero ya hay quien saca estos días al Volcker de los años 70 a la palestra. Hasta un “la inflación es transitoria” o un “no hay espiral inflacionista” nos dijo la vicepresidenta económica, Nadia Calviño, en 2022. Estas frases aireadas en los medios de comunicación para quitar hierro al asunto han resultado erróneas, como desgraciadamente sabemos, porque (y esto deberían saberlo nuestros gobernantes), la inflación es como la pasta de dientes: una vez se sale del tubo es muy difícil volver a meterla dentro. No ha sido transitoria y más que una espiral, ha sido un estallido inflacionista.
La inflación es como la pasta de dientes: una vez que sale del tubo es muy difícil volver a meterla dentro
Tan grave es el problema, que los Bancos Centrales han emprendido una numantina tarea, histórica en el caso de la Zona Euro, de intentar frenar las tasas de inflación subiendo los tipos de interés (el coste del dinero) de la forma más rápida y más contundente que se haya visto. Al menos, como decía, en la Zona Euro donde la semana pasada vimos como el organismo presidido por Lagarde volvía a endurecer las condiciones elevando los tipos de interés hasta el 4,5 %, sin que pudiera garantizar que se haya tocado techo. Veremos.
Inflación o estancamiento. Susto o muerte. La decisión está tomada: es mejor un estancamiento de la economía europea, con anuncios de recesión técnica en algunos países, que seguir con niveles exorbitados de inflación. Y así lo ve también Lagarde y la mayoría de los miembros del Consejo del Banco Central.
Pero si la inflación es ya un problema grave en sí, este se multiplica cuando el sistema fiscal de un país no se adapta de la forma adecuada. Cabe recordar que, a diferencia de lo que ocurre en EEUU, en la Zona Euro tenemos una única política monetaria pero tantos sistemas fiscales diferentes como estados miembros hay.
Hasta que el proyecto común no consiga consumar la ansiada unidad de política fiscal, los gobiernos deben emplear todas las herramientas a su alcance para remar en la misma dirección, esa que ataje de forma contundente la espiral inflacionista en la que nos encontramos.
La excusa no debe ni puede ser que el BCE tiene “exclusivamente” el mandato y el poder para frenar la inflación, porque corremos el riesgo de caer en la autocomplacencia y decir que “como nuestro crecimiento sigue siendo robusto”, como le gusta decir a Calviño, no hacemos nada que pueda tener consecuencias negativas en nuestro interés político.
Nada de eso. Los gobiernos pueden y deben tomar cartas en el asunto. Lo difícil, claro, es escoger el cómo hacer. Una de ellas es adecuar los sistemas tributarios al escenario inflacionista. Otra es reducir el nivel de gasto público ineficiente. Y, en tercer lugar, pero incluso más importante, es acometer las reformas transformadoras que modernicen el sistema productivo y permitan a las economías ser más competitivas.
Mucho me temo que nuestro gobierno (ahora en funciones) no ha hecho todo el esfuerzo que la situación requiere. Ya hemos visto la subida impositiva encubierta por no deflactar los tramos del IRPF, por ejemplo.
Tampoco hemos visto, ni de lejos, una reducción del gasto público ineficiente, sino todo lo contrario. Y de las reformas transformadoras, estamos empantanados en un sinfín de Proyectos Estratégicos, de transferencias a las comunidades autónomas, de requisitos y burocracia que hacen difícil saber, qué cantidad de los fondos europeos han llegado realmente a los actores que han de llevarlas a cabo.