A medida que el panorama de la inteligencia artificial va evolucionando, las batallas que se están sucediendo en él quedan cada vez más claras, y se convierten en algunos casos en historias patéticas de mal management, como el despido de Sam Altman de OpenAI y sus posteriores consecuencias, dignas casi de un culebrón.
La primera batalla es la que está teniendo lugar entre los llamados accels, partidarios de acelerar todo lo posible el desarrollo de la tecnología que soporta la inteligencia artificial, desde procesadores específicos hasta nuevos algoritmos, y poner en un mercado brutalmente competitivo todos los productos y servicios que sea posible basados en ello.
Frente a ellos, los llamados decels: personas que creen en la deceleración, en pausar el desarrollo de la inteligencia artificial para que podamos estudiar cuáles pueden ser sus efectos sobre los mercados de trabajo y sobre el mundo en general, acompasando esos desarrollos y su conversión en productos y servicios con la regulación, y posibilitando, mediante moratorias y lo que haga falta, lo que consideran un crecimiento responsable.
La lucha entre accels y decels es encarnizada, y tiene en sus filas a personas de todo tipo de procedencias, desde los considerados padres de la inteligencia artificial, hasta políticos que intentan regular el desarrollo de toda una industria. Los primeros se encuentran ahora con modelos capaces de incorporar miles de millones de parámetros, que generan errores —o “alucinaciones”, palabra del año para el diccionario Cambridge— que en sus tiempos nunca habrían sido considerados aceptables, y con productos saliendo a toda velocidad de todo tipo de compañías fuertemente capitalizadas como si a todos les hubiese entrado una prisa alucinante. Los segundos se ven obligados a lidiar con una alarma social que hace que millones de personas crean que se van a quedar sin trabajo de un día para otro, sustituidos por algoritmos más listos que ellos.
Muchos afirman que la batalla que ha terminado con el despido de Sam Altman de la empresa que contribuyó a fundar y su incorporación a Microsoft es precisamente esa: un consejo formado por decels partidarios de controlar el desarrollo de la tecnología y por hacerlo de manera segura y garantista para con la sociedad, poniendo en la calle a un consejero delegado que está tratando por todos los medios de llevar la valoración de su compañía a límites pocas veces alcanzados con tanta velocidad.
La lucha entre accels y decels es encarnizada, y tiene en sus filas a personas de todo tipo de procedencias
Sin embargo, otros ven el perfil de personas como Ilya Sutskever, director científico de OpenAI que lleva media vida trabajando por el desarrollo de la inteligencia artificial, y con muy buen criterio entienden que de ninguna manera una persona con ese perfil puede ser un decel, y que sus diferencias con Altman deben provenir de algún otro sitio.
Y efectivamente, puede que sea así, y que el verdadero enfrentamiento sea, en realidad, entre científicos y especialistas en inteligencia artificial, auténticos nerds de laboratorio capaces de hablar en binario con ceros y unos, con los recién llegados del mundo de las startups, de las incubadoras y de Silicon Valley en general, capaces de levantar fastuosas rondas de financiación con un simple PowerPoint y de convertir cualquier industria en una carrera salvaje por el crecimiento.
Esa historia enfrentaría a dos personas de ese mundo, Sam Altman y su lugarteniente, Greg Brockman (que de hecho dimitió al saber de la salida de Sam), con el resto de una compañía que quiere no necesariamente hacer las cosas más despacio, pero sí hacerlas mejor. Según esto, la última presentación de OpenAI y algunos de sus desarrollos, que provocaron entre otras cosas problemas de seguridad que hacían que casi cualquier usuario pudiese encontrarse casualmente con lo que otro usuario había escrito anteriormente, son completamente inaceptables. También lo es el que un directivo se embarque en un viaje por Arabia y los Emiratos sin decir nada a su consejo y vuelva con un montón de promesas de inversión para desarrollar nuevos procesadores especializados.
El verdadero enfrentamiento sea, en realidad, entre científicos y especialistas en inteligencia artificial
Semejantes formas de capitalista de riesgo agresivo típicas de Silicon Valley irritan sobremanera a personas acostumbradas a que el desarrollo de la tecnología deba estar sometido a controles y a todo tipo de pruebas, y donde el dinero viene cuando tiene que venir en función de desarrollos bien hechos, no de promesas, de contactos en la agenda y de presentaciones de PowerPoint muy persuasivas.
De una manera o de otra, estamos ante batallas que hacía mucho tiempo que no veíamos en ninguna industria, y vamos a seguir viéndolas durante bastante tiempo. La inteligencia artificial es la nueva frontera, y lo que hagamos con ella va a significar la diferencia entre los que sobrevivan y los que desaparezcan.
En su momento, cuando la llegada de la fortísima ola de popularización de internet en 1999, Andy Grove dijo en un artículo que “en cinco años, todas las compañías serán compañías de internet o no serán”. Hoy, si la conexión a internet no funciona, te vas a tu casa porque no puedes trabajar. En menos de cinco años (porque estas cosas siempre suelen acelerarse), todas las compañías que no sean compañías de inteligencia artificial ya no serán. Acordaos de esto.
***Enrique Dans es Profesor de Innovación en IE University.