En condiciones normales, habría sido impensable que un liberal libertario como Javier Milei pudiera alcanzar la presidencia de Argentina. Milei defiende soluciones opuestas a lo que cualquier político querría vender a su electorado: sus propuestas exigen sacrificio, una buena dosis de sangre, sudor y lágrimas. Si hoy lo impensable se ha hecho realidad, si Milei ha ganado las elecciones, es porque sus predecesores han dejado Argentina en la ruina.

Argentina está en pleno colapso económico. La inflación es del 143% anual y crece descontrolada hacia el 185% para final de año. El tipo de cambio oficial, solo accesible para unos pocos privilegiados, se ha disparado a los 350 pesos por dólar. Mientras, en el mercado negro, los argentinos ya pagan 1.000 pesos por dólar. La actividad económica se hunde un 3,5% y la pobreza ya alcanza al 43% de la población.

La inflación de Argentina no es una maldición inexplicable, sino una política deliberada. La inflación es el mecanismo mediante el que el Estado va expoliando a la población para cubrir su déficit crónico.

Durante los últimos doce meses, el Banco Central de la República Argentina entregó 30 billones de pesos al gobierno, triplicando la deuda pública en su balance. ¿Cómo financió esta monstruosa deuda? Una parte fue mediante emisión de dinero, aumentando la base monetaria en un 75%. Pero esto solo permitió cubrir 3,3 billones de pesos. Un abuso aún mayor de la emisión monetaria habría degenerado en una hiperinflación. El grueso de ese gasto estatal había que financiarlo de otro modo.

La solución del banco central fue vender a los bancos, durante el último año, 15 billones en letras de liquidez, que son deudas a 28 días, y 5 billones en operaciones de pase, que vencen a un día. Para colocar estos títulos, el banco central paga un tipo de interés efectivo anual del 250% y tiene que refinanciarlos continuamente junto con sus intereses. Esto ha creado una bola de nieve que crece descontrolada, cuyo importe se multiplicaría por 3,5 cada año. Hoy, el volumen de estas obligaciones a muy corto plazo es de cinco veces la base monetaria: es una bomba de relojería de gigantescas proporciones.

La propuesta de Milei para terminar con la explosiva inflación es una de las más radicales posibles: dolarizar Argentina.

La propuesta de Milei para terminar con la explosiva inflación, y con el persistente expolio a los argentinos mediante envilecimiento monetario, es una de las más radicales posibles: dolarizar Argentina. Consistiría en abolir el peso y adoptar el dólar a todos los efectos: para intercambiar, para ahorrar, para endeudarse, para pagar impuestos y como unidad de cuenta.

La dolarización que abandera Milei pasa por la liquidación y cierre del Banco Central de la República Argentina. Esta dolarización sería una suerte de concurso de acreedores del banco central: consistiría en tomar sus activos (divisas, deuda contra la banca y, sobre todo, deuda pública), empaquetarlos y venderlos por dólares. Con esos dólares, el banco central canjearía los pesos en circulación y amortizaría, entre otras deudas, la enorme bola de nieve de las letras de liquidez y operaciones de pase en manos de los bancos. El banco central quedaría liquidado. Los pesos argentinos serían historia. Todos los contratos, deudas y derechos se redenominarían en dólares.

El tipo de cambio al que podría realizarse toda esta operación dependerá del valor que se logre aflorar de los activos del banco central, sobre todo de la deuda pública. Por ello, es importante que, antes de dolarizar, el Estado argentino se reforme, cuadre sus cuentas y presente un plan de saneamiento creíble a largo plazo. Así, Argentina podría dolarizarse a un tipo de cambio incluso mejor a los 1.000 pesos por dólar vigentes hoy en el mercado libre. El Estado podría contribuir a mejorar este tipo de cambio aportando otros activos o empresas públicas para su privatización. El Estado estaría devolviendo a los argentinos parte de lo expropiado de manera silenciosa durante décadas de impuesto inflacionario.

La gran virtud de la dolarización es que arrebata el monopolio de la moneda de las manos del político argentino, quien ha demostrado ser incapaz de gestionarlo sin expoliar a sus ciudadanos. Dicha labor se externalizaría a la Fed, cuya gestión, lejos de ser perfecta, es sustancialmente superior a la de las autoridades monetarias argentinas. Una dolarización completa acabaría con la actual inflación, que convergería con la estadounidense. Los argentinos podrían volver a intercambiar, ahorrar, endeudarse y realizar el imprescindible cálculo económico evitando las catastróficas distorsiones actuales.

La dolarización no es la panacea. Es una camisa de fuerza difícil de quitar, que incentiva al gobernante a tener disciplina fiscal. Pero si este se resiste cuadrar las cuentas, si no logra demostrar que Argentina pagará sus deudas sin recurrir al envilecimiento monetario, los problemas persistirán. Por ello, la dolarización ha de ir acompañada de un ambicioso paquete de reformas económicas y fiscales que hagan el cambio posible.

La titánica tarea que tiene Javier Milei por delante no es solo resolver el actual desastre inflacionario, sino cambiar las instituciones argentinas para dificultar que se repita en cuanto vuelvan los políticos oportunistas.

***Ignacio Moncada es economista, analista financiero y miembro del Instituto Juan de Mariana, y es autor del libro "La odisea del dinero" (Gaveta Ediciones).